Pensándolo bien...

null MENTE Y RITMO

Desde un punto de vista neurológico, la percepción y producción del ritmo involucra varias áreas del cerebro, incluidas las cortezas auditiva y motora, el cerebelo y los ganglios basales. Estas regiones trabajan en conjunto para no solo percibir el ritmo de manera precisa, sino también para sincronizar nuestras respuestas motoras con él, como cuando aplaudimos al ritmo de una canción o caminamos al compás de la música que escuchamos.

A nivel cognitivo, la representación mental del ritmo puede entenderse como un proceso de construcción de patrones y expectativas. Los oyentes desarrollan una especie de mapa mental del ritmo de una pieza musical, anticipando los tiempos fuertes y débiles y ajustando sus expectativas conforme la música avanza. Esta capacidad de anticipación y adaptación es lo que nos permite disfrutar de la música, seguir ritmos complejos y, en algunos casos, incluso predecir cambios en la música que no hemos escuchado anteriormente.

Psicológicamente, el ritmo tiene un impacto emocional significativo en los individuos. Puede influir en nuestro estado de ánimo, inyectarnos energía, calmarnos o, incluso, inducir estados meditativos. Esta conexión emocional puede deberse a la naturaleza fundamentalmente física del ritmo: se basa en el tiempo y el movimiento, dos elementos que están intrínsecamente ligados a nuestras experiencias corpóreas y emocionales del mundo.

Además, el ritmo tiene una dimensión social importante. En muchas culturas, el ritmo es un medio de comunicación, una forma de sincronización comunitaria en danzas, ceremonias y rituales. La capacidad de moverse y sentir juntos al ritmo crea un sentido de unidad y pertenencia entre los participantes, destacando el poder del ritmo para conectar a las personas no solo a nivel cognitivo y emocional, sino también social.

La representación mental del ritmo es un fenómeno complejo que implica la interacción de procesos neurológicos, cognitivos y psicológicos. Permite a los seres humanos no solo percibir y responder al mundo sonoro de manera organizada, sino también experimentar la música de manera profundamente emocional y conectar con otros a través de patrones rítmicos compartidos. A medida que avanzamos en nuestra comprensión de cómo el cerebro procesa el ritmo, podemos comenzar a desvelar los misterios de por qué el ritmo tiene un impacto tan poderoso y universal en nuestras vidas.

Desde la perspectiva de la neurociencia, el cerebro humano muestra una notable plasticidad, lo que significa que puede adaptarse y reconfigurarse en respuesta a experiencias y aprendizajes nuevos. La exposición a diversos tipos de música, cada uno con sus propios patrones rítmicos, tonalidades y estructuras, actúa como un rico estímulo que puede fomentar esta plasticidad. Por ejemplo, estudios de neuroimagen han demostrado que los músicos, en comparación con los que no lo son, presentan diferencias en áreas del cerebro asociadas con el procesamiento auditivo, la memoria musical y la coordinación motora, lo cual sugiere que el entrenamiento musical intensivo puede alterar la estructura y función cerebral.

En el ámbito de la cognición musical, la exposición a diferentes ritmos musicales puede ampliar nuestra capacidad de reconocimiento y predicción rítmica. El cerebro no solo percibe los ritmos presentes en la música, sino que también anticipa los eventos rítmicos futuros basándose en patrones previamente aprendidos. Al estar expuestos a una amplia variedad de patrones rítmicos, como los complejos ritmos polirrítmicos de la música africana, los intrincados “talas” de la música clásica india o los ritmos sincopados del jazz, nuestra capacidad para procesar y anticipar estructuras rítmicas se enriquece, lo que sugiere una mayor flexibilidad y sofisticación en la cognición musical.

 

Las diferencias culturales en la exposición musical también juegan un papel crucial en cómo el cerebro interpreta el ritmo. La música es una expresión cultural que refleja las identidades, historias y valores de diferentes sociedades. Por lo tanto, las personas criadas en diferentes contextos culturales pueden desarrollar distintas "gramáticas" rítmicas, una especie de vocabulario musical que influye en cómo perciben e interpretan el ritmo. Este fenómeno se evidencia en estudios que muestran diferencias en la percepción del ritmo entre individuos de culturas con tradiciones musicales rítmicamente diversas, lo que indica que el cerebro puede ser especialmente sintonizado con los patrones rítmicos predominantes en su entorno cultural.

Además, la exposición a diferentes tipos de música y sus ritmos asociados puede tener efectos terapéuticos y educativos. La musicoterapia, por ejemplo, aprovecha el poder del ritmo para mejorar la comunicación, la coordinación motora y el bienestar emocional en pacientes con una variedad de condiciones. En el ámbito educativo, la integración de diversos géneros musicales en la enseñanza puede fomentar habilidades cognitivas más amplias, como la mejora de la memoria, la atención y la capacidad multitarea.

La exposición a diferentes tipos de música tiene un impacto profundo en cómo el cerebro interpreta el ritmo, reflejando la interacción entre la plasticidad cerebral, la cognición musical y el contexto cultural. Esta influencia destaca la importancia de la diversidad musical en el enriquecimiento de nuestras capacidades perceptivas y cognitivas, sugiriendo que la música, en todas sus formas, es fundamental para el desarrollo humano y la comprensión intercultural. A medida que se prosigue explorando este fascinante campo, se hace evidente que la música es más que una forma de arte; es una ventana a la complejidad de la mente humana y su capacidad para adaptarse y responder al mundo infinitamente variado de sonidos rítmicos.

Un estudio desarrollado en el MIT y el Max Planck, en el que intervinieron personas en 15 países puso de manifiesto que, aunque todo el mundo da preferencia a los ritmos que responden a proporciones simples entre números enteros, aparecen sesgos que pueden variar sustancialmente al comparar distintas sociedades.  Cuando escuchamos música, el cerebro tiende hacia una audición y producción de ritmos que mantienen proporciones simples entre números enteros. El estudio evidencia un grado de universalidad en la percepción y la cognición de la música, caracterizado por un sesgo hacia proporciones enteras. Este sesgo puede haber evolucionado como si se tratara de un sistema natural de corrección de errores, en el sentido de que facilita mantener un cuerpo consistente de música, manifiesto en el hecho de que las sociedades humanas frecuentemente lo utilizan para transmitir información. Reparemos que, cuando la gente genera música, con frecuencia cometen pequeños errores. Estos resultados del estudio evidencian que nuestra representación mental presenta un grado de robustez para esos errores, pero nos impele hacia patrones o ideas preexistentes de las estructuras que deben encontrarse en la música.

En el estudio se ideó un modo de medir como perciben el ritmo las personas. Consistió en interpretar una serie generada al azar de cuatro latidos. A continuación, se le pide al oyente que reproduzca lo que escuchó y el ritmo que responde el oyente se le da de nuevo al oyente y lo toca de nuevo. Tras varias iteraciones se observa que la secuencia se ve dominada por los sesgos del oyente. De este modo, el estímulo inicial que es aleatorios se ve alterado en cada iteración por los sesgos del oyente y, finalmente, tiende a converger a un punto concreto en el espacio de los ritmos posibles. Claramente se produce un resultado que es el conjunto de expectativas internas que están sumergidas en los ritmos que tiene la gente en sus cerebros.

El estudio resulta revelador y se inicio observando que los resultados que provenían de un grupo de estudiantes norteamericanos, dieron como resultado proporciones simples propias de la música occidental. Al ampliar la muestra incluyendo una etnia de Bolivia, observaron que también se reencontraban con proporciones enteras simples, coherentes con música de esa etnia, pero diferentes de los estudiantes norteamericanos. De aquí que extendieran el estudio a 15 países y 39 grupos de oyentes de América del Norte, del Sur, Europa, África y Asia. El resultado obtenido fue que en cada grupo del estudio las personas presentaban los sesgos de proporciones de ritmos entre números enteros, pero no todos los grupos dieron los mismos sesgos. Los grupos que correspondían a personas expuestas a los mismos tipos de música, como ocurre en América del Norte y Europa Occidental generaban ritmos con las mismas proporciones. Otros grupos como los de Turquía, Mali, Bulgaria y Botsuana generaban sesgos de otros ritmos. Se hace patente que, la cultura con sus ritmos particulares aflora en la representación mental del ritmo. Se pone de relieve que hay un mecanismo por el cual el cerebro incide en la percepción y la producción de la música. Todo indica que cuando se escucha a alguien tocar música y comete errores en la interpretación, corregimos mentalmente rastreando por donde implícitamente pensamos que debería estar la interpretación. No representamos fielmente lo que escuchamos, porque si fuera así, los errores se propagarían y se complicaría el mantenimiento de un sistema musical.

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