Columnas

null Sabato, o la comunión ciencia y literatura

Espero que a nadie sorprenda que Ernesto Sabato se asome a esta ventana, desde la que, cada sábado, tratamos de iluminar algún entresijo científico. Pronto descubrimos que el Premio Cervantes y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia era muy consciente cuando en Uno y el Universo escribe sobre Ciencia en los siguientes términos: “Durante siglos el hombre de la calle tuvo más fe en la hechicería que en la ciencia: para ganarse la vida, Kepler necesitó trabajar de astrólogo; hoy los astrólogos anuncian en los diarios que sus procedimientos son estrictamente científicos. El ciudadano cree con fervor en la ciencia y adora a Einstein y a Madame Curie. […] La ciencia no es poderosa a pesar de su abstracción sino justamente por ella.” Y un poco más adelante ahonda: “El poder de la ciencia se adquiere gracias a una especie de pacto con el diablo: a costa de una progresiva evanescencia del mundo cotidiano. Llega a ser monarca, pero, cuando lo logra, su reino es apenas un reino de fantasmas”.

A los 86 años, en Antes del fin, Sabato confesaba: “¿Por qué, a los treinta años, cuando la ciencia me aseguraba un futuro tranquilo y respetable, abandoné todo a cambio de un páramo oscuro y solitario? No lo sé. Una y otra vez, como un náufrago en medio de oscuras tempestades, partí con rumbo insospechado sin divisar siquiera la existencia de una isla remota.”

En 1929 Sabato comenzó su carrera en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad Nacional de La Plata, donde se doctoró en 1937. Con el apoyo del Nobel Bernardo Houssay, en 1938 consiguió una beca anual para realizar trabajos de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie en París, llevando en su cartera las primeras páginas de una novela que había empezado a escribir, La fuente muda. Entonces fue emergiendo un rechazo hacia el ambiente científico, del que se terminaría distanciando para entregarse a una actividad que practicaba en la clandestinidad: la escritura.

Abandonará la ciencia, no sin pesar, a los 33 años, a raíz de su primer libro de ensayos, Uno y el universo, para transformarse en el novelista universal que luego fue: “De mi tumulto interior nació mi primer librodocumento de un largo cuestionamiento sobre aquella angustiosa decisión, y también, de la nostálgica despedida del universo purísimo.”

No pretendo, lector, que te conformes con Uno y el Universo, sino que te empapes de Sabato, de principio a fin, para que aprecies la prosa de un Cervantes emanada de la sensiblidad de un científico que supo calmar su alma rectificando a tiempo.