Pensándolo bien...
Ha sido un concepto siempre en litigio. Ni es fácil definirla, ni ha habido mucho acierto a lo largo del tiempo para centrar un enunciado acertado. No obstante “se está en ello” desde hace tanto tiempo, que parece increíble que se mantenga el suspense. Es posible, que para usted querido lector, la cosa no presente problema alguno y que la distinción entre un ser viviente y otro que no lo sea, no tenge problemas para distinguirlos. Pero si seguimos ahondando en los detalles, más allá de distinguir a un humano de una piedra, irán apareciendo interrogantes sin fácil respuesta. Desde Aristóteles hasta la actualidad no se ha encontrado una definición que satisfaga a todo el mundo. Ahora que la Inteligencia Artificial nos enfrenta a un nuevo escenario, parece necesario encarar de nuevo esta cuestión, nada trivial como veremos.
Los avatares del concepto a lo largo del tiempo han sido extensos e intensos. En el siglo XIX el concepto de vida iba asociado a la implicación de un alma que confería el aliento vital. Nada científica la contestación y, por ello, fue perdiendo vigencia en aras a incorporar un barniz científico. No obstante, el número de definiciones que se han dado al concepto vida es muy numeroso y supera ampliamente la centena. La mayoría de propuestas barajan cualidades como reproducción y metabolismo, aunque las distintas definiciones implican criterios fundamentales o básicos en el ámbito en el que se aborda la definición de un ser viviente. Es fácil comprender que, en el ámbito de la Química, sean las moléculas las protagonistas, mientras que en Física lo sean los aspectos termodinámicos. El caso es establecer una distinción nítida que delimite a un ser vivo de los demás.
Tradicionalmente, el concepto de vida se aborda desde los ingredientes que significan los procesos de reproducción, nutrición, respiración, excreción, crecimiento, sensibilidad y movimiento. Pero, no es suficiente si tenemos en cuenta que estas características se pueden cumplir desde el ámbito de la computación e incluso en ciertas proteínas de carácter infeccioso como los priones, e incluso los virus. No está nada clara la distinción entre lo que genéricamente denominamos “cosa” y ser viviente. El matiz en los virus es que, efectivamente, no son células, por lo que no incluyen metabolismo, hasta que la encuentran pero, mientras tanto, sus rasgos son inertes, lo que ha hecho que durante mucho tiempo se consideraran no vivos. Esta intermitencia que pueden exhibir en los rasgos de ser vivo ha sido suficiente, durante mucho tiempo, para no considerarlos vivos. En todo caso, su dotación de ADN implica la potencial evolución y capacidad de reproducción. Todo un reto conceptual que hace tambalearse a las definiciones básicas de vida que tradicionalmente hemos utilizado.
Desde el ámbito de la Química, la vida se fundamenta en los compuestos de carbono. La capacidad de estructurarse el carbono en polímeros, permite la formación de proteínas, polisacáridos y ácidos nucleicos, presentes en las distintas formas de vida. Urey y Miller en 1953, evidenciaron como se forman los compuestos orgánicos propios de la vida, a partir de compuestos inorgánicos. Partiendo de agua, amoniaco, hidrógeno y monóxido de carbono, que supuestamente debieron formar la atmósfera primitiva, y sometiendo la mezcla de gases a las acciones de descargas eléctricas, tras una semana de aplicar el proceso de forma circular, detectaron la presencia de aminoácidos elementales en la mezcla de productos de reacción. El experimento fue clave para apoyar la teoría de la sopa primordial de Oparin y Sanderson. Algunos investigadores, como el desafortunado Fred Hoyle, una de las mentes mas pleclaras del momento, pero desafortunado en el apoyo que otorgó a teorías que resultaron equivocadas, como en este caso, vino a decir que “el que en la sopa primordial se dieran las circunstancias necesarias para formarse las primeras moléculas orgánicas a partir de las inorgánicas, era similar a que un tornado pasase por encima de un cementerio de automóviles y con los materiales que arrastraba, se pudiera formar, así, de forma espontánea, un Boeing 747”. El experimento de Urey y Miller impulsó, desde el conocimiento más detallado de las moléculas de ADN y ARN, renovar el interés por la búsqueda del origen de la vida en otros planetas en que se pudieran concitar las condiciones prebióticas requeridas. El experimento de Urey y Miller supone, también, el tránsito de la Química a la Bioquímica.
En todo caso, la vida, al igual que la evolución, tiene una exigencia mayor a la capacidad de producción de moléculas orgánicas, por cuanto es la reproducción la que puede dar lugar, a través de una replicación molecular que incluya algún error, al surgimiento de descendencia con distintas capacidades que compitan para la subsistencia. De aquí deriva la concepción de la vida a partir de la información fundamental que implica la replicación, ya que viene a ser el aspecto más fundamental de cuantos se han concebido. Pero, aun así, no se cierra el problema, dado que tenemos que admitir que es la vida, tal cual la conocemos, la que exige al ADN como telón de fondo, pero cabe la posibilidad, al menos conjetural, de otros tipos de vida no conocida. Lo hemos aprendido a partir de los sucesivos descubrimientos de vida en entornos, cada vez más exigentes y restrictivos, incluso en nuestro planeta, en ambientes inconcebiblemente violentos y agresivos.
En efecto, la búsqueda de vida en el Universo, no solo no ha cesado, sino que se ha relanzado, desde el desarrollo de la tecnología que nos permite visitar otros lugares del Universo en los que las condiciones no son similares a los disfrutados en la Tierra. La existencia de microorganismos que viven en esos entornos. El proyecto VIking de la Nasa, en el que trabajó en la década de los setenta el español Juan Oró, detectó en Marte unos niveles de dióxido de carbono muy elevado, lo que podía ser indicativo de la presencia de microorganismos en la superficie. Hoy día la presencia de este gas, se atribuye a la consecuencia de reacciones químicas, no biológicas, como es la oxidación. Se han hecho muchas conjeturas que no han servido para avanzar propuestas aproximadas consistentes, sin éxito hasta el presente, incluidas las relacionadas con formas de vida distintas de las conocidas. En este terreno hay que esperar todavía para ver si logramos evidencias de interés. La astrobiología nos hace esperar. Ciertamente, la definición de vida recibiría un gran impulso de encontrar a algún ser extraterrestre.
La creación de vida artificial es una actividad en la que hay implicada mucha gente. La síntesis y evolución de formas artificiales digitales se viene trabajando desde los años noventa del siglo pasado. Se han desarrollado programas de ordenador que se comportan de forma similar a elementos vivos. No se trata solamente de producir robots con características propias de los seres vivientes, sino de comprender la esencia de las características de los sistemas vivos, que es lo que la IA pretende. Se va perfilando que una definición ajustada para vida emergería desde un programa (ADN), un metabolismo y un contenedor, como el que delimitan las células. Por cierto, nadie ha logrado, hasta el presente ensamblar una forma de vida que funcione.
Se han formulado muchos modelos sobre el origen de la vida, concluyendo que se trata de especificar una función privilegiada. En el contexto ARN la función privilegiada es la replicación, al igual que el metabolismo lo es en el mundo del primer metabolismo o los gradientes químicos en el denominado modelo del viento térmico o en el de la membrana la compartimentación. Uno de los modelos más celebrados es el genético, en el que los genes se conservan a lo largo del árbol de la vida de los sistemas vivos. Al final, la vida contiene veinte aminoácidos, ocho nucleótidos, glucosa, polipéptidos y otros componentes. Se da una transición desde una genética previa y en el contexto de unos sistemas catalíticos extendiendo el sistema de proteínas, ADN y ARN. Las herramientas de la vida, han demostrado una robustez extraordinaria capaz de extender su incidencia en torno a 4.000 millones de años, manteniendo indeterminación y plasticidad tanto de los procesos biológicos como químicos.
Desde la filosofía se cuestiona el interés de llegar a una definición universal, relativizando los conceptos elaborados por su interés ajustado a la Tierra, y no necesariamente fuera de ella. Hasta que no se descubran formas de vida alternativa, seguiremos sin disponer de seguridad en los elementos y características que consideramos para calificar la vida, pretendiendo que sean conceptos universales.
El biólogo chileno Maturana propuso una teoría denominada autopoiesis, al intentar dar respuesta al interrogante de qué es la vida y qué es lo que muere, lo que en el fondo implica ser capaz de contestar a qué ocurre en el interior de un ente para que al mirarlo se pueda decir que es un ser vivo. Autopoiesis es un término compuesto de auto (a sí mismo) y poiesis que significa creación. El vivir consiste en sistemas moleculares capaces de producirse a sí mismos. Esta construcción es constante, implicando modificación del ser vivo, reparándolo y efectuando las tareas de mantenimiento. Maturana pone el ejemplo de una herida, cuyo proceso evidencia las características señaladas. Por otro lado, la vida es un intercambio químico constante, de moléculas creadas por el propio sistema vivo. Estos procesos son constantes y continuos y cuando cesan, la consecuencia es la muerte. La vida, por consecuencia, es un proceso. Ni más ni menos.
Los avatares del concepto a lo largo del tiempo han sido extensos e intensos. En el siglo XIX el concepto de vida iba asociado a la implicación de un alma que confería el aliento vital. Nada científica la contestación y, por ello, fue perdiendo vigencia en aras a incorporar un barniz científico. No obstante, el número de definiciones que se han dado al concepto vida es muy numeroso y supera ampliamente la centena. La mayoría de propuestas barajan cualidades como reproducción y metabolismo, aunque las distintas definiciones implican criterios fundamentales o básicos en el ámbito en el que se aborda la definición de un ser viviente. Es fácil comprender que, en el ámbito de la Química, sean las moléculas las protagonistas, mientras que en Física lo sean los aspectos termodinámicos. El caso es establecer una distinción nítida que delimite a un ser vivo de los demás.
Tradicionalmente, el concepto de vida se aborda desde los ingredientes que significan los procesos de reproducción, nutrición, respiración, excreción, crecimiento, sensibilidad y movimiento. Pero, no es suficiente si tenemos en cuenta que estas características se pueden cumplir desde el ámbito de la computación e incluso en ciertas proteínas de carácter infeccioso como los priones, e incluso los virus. No está nada clara la distinción entre lo que genéricamente denominamos “cosa” y ser viviente. El matiz en los virus es que, efectivamente, no son células, por lo que no incluyen metabolismo, hasta que la encuentran pero, mientras tanto, sus rasgos son inertes, lo que ha hecho que durante mucho tiempo se consideraran no vivos. Esta intermitencia que pueden exhibir en los rasgos de ser vivo ha sido suficiente, durante mucho tiempo, para no considerarlos vivos. En todo caso, su dotación de ADN implica la potencial evolución y capacidad de reproducción. Todo un reto conceptual que hace tambalearse a las definiciones básicas de vida que tradicionalmente hemos utilizado.
Desde el ámbito de la Química, la vida se fundamenta en los compuestos de carbono. La capacidad de estructurarse el carbono en polímeros, permite la formación de proteínas, polisacáridos y ácidos nucleicos, presentes en las distintas formas de vida. Urey y Miller en 1953, evidenciaron como se forman los compuestos orgánicos propios de la vida, a partir de compuestos inorgánicos. Partiendo de agua, amoniaco, hidrógeno y monóxido de carbono, que supuestamente debieron formar la atmósfera primitiva, y sometiendo la mezcla de gases a las acciones de descargas eléctricas, tras una semana de aplicar el proceso de forma circular, detectaron la presencia de aminoácidos elementales en la mezcla de productos de reacción. El experimento fue clave para apoyar la teoría de la sopa primordial de Oparin y Sanderson. Algunos investigadores, como el desafortunado Fred Hoyle, una de las mentes mas pleclaras del momento, pero desafortunado en el apoyo que otorgó a teorías que resultaron equivocadas, como en este caso, vino a decir que “el que en la sopa primordial se dieran las circunstancias necesarias para formarse las primeras moléculas orgánicas a partir de las inorgánicas, era similar a que un tornado pasase por encima de un cementerio de automóviles y con los materiales que arrastraba, se pudiera formar, así, de forma espontánea, un Boeing 747”. El experimento de Urey y Miller impulsó, desde el conocimiento más detallado de las moléculas de ADN y ARN, renovar el interés por la búsqueda del origen de la vida en otros planetas en que se pudieran concitar las condiciones prebióticas requeridas. El experimento de Urey y Miller supone, también, el tránsito de la Química a la Bioquímica.
En todo caso, la vida, al igual que la evolución, tiene una exigencia mayor a la capacidad de producción de moléculas orgánicas, por cuanto es la reproducción la que puede dar lugar, a través de una replicación molecular que incluya algún error, al surgimiento de descendencia con distintas capacidades que compitan para la subsistencia. De aquí deriva la concepción de la vida a partir de la información fundamental que implica la replicación, ya que viene a ser el aspecto más fundamental de cuantos se han concebido. Pero, aun así, no se cierra el problema, dado que tenemos que admitir que es la vida, tal cual la conocemos, la que exige al ADN como telón de fondo, pero cabe la posibilidad, al menos conjetural, de otros tipos de vida no conocida. Lo hemos aprendido a partir de los sucesivos descubrimientos de vida en entornos, cada vez más exigentes y restrictivos, incluso en nuestro planeta, en ambientes inconcebiblemente violentos y agresivos.
En efecto, la búsqueda de vida en el Universo, no solo no ha cesado, sino que se ha relanzado, desde el desarrollo de la tecnología que nos permite visitar otros lugares del Universo en los que las condiciones no son similares a los disfrutados en la Tierra. La existencia de microorganismos que viven en esos entornos. El proyecto VIking de la Nasa, en el que trabajó en la década de los setenta el español Juan Oró, detectó en Marte unos niveles de dióxido de carbono muy elevado, lo que podía ser indicativo de la presencia de microorganismos en la superficie. Hoy día la presencia de este gas, se atribuye a la consecuencia de reacciones químicas, no biológicas, como es la oxidación. Se han hecho muchas conjeturas que no han servido para avanzar propuestas aproximadas consistentes, sin éxito hasta el presente, incluidas las relacionadas con formas de vida distintas de las conocidas. En este terreno hay que esperar todavía para ver si logramos evidencias de interés. La astrobiología nos hace esperar. Ciertamente, la definición de vida recibiría un gran impulso de encontrar a algún ser extraterrestre.
La creación de vida artificial es una actividad en la que hay implicada mucha gente. La síntesis y evolución de formas artificiales digitales se viene trabajando desde los años noventa del siglo pasado. Se han desarrollado programas de ordenador que se comportan de forma similar a elementos vivos. No se trata solamente de producir robots con características propias de los seres vivientes, sino de comprender la esencia de las características de los sistemas vivos, que es lo que la IA pretende. Se va perfilando que una definición ajustada para vida emergería desde un programa (ADN), un metabolismo y un contenedor, como el que delimitan las células. Por cierto, nadie ha logrado, hasta el presente ensamblar una forma de vida que funcione.
Se han formulado muchos modelos sobre el origen de la vida, concluyendo que se trata de especificar una función privilegiada. En el contexto ARN la función privilegiada es la replicación, al igual que el metabolismo lo es en el mundo del primer metabolismo o los gradientes químicos en el denominado modelo del viento térmico o en el de la membrana la compartimentación. Uno de los modelos más celebrados es el genético, en el que los genes se conservan a lo largo del árbol de la vida de los sistemas vivos. Al final, la vida contiene veinte aminoácidos, ocho nucleótidos, glucosa, polipéptidos y otros componentes. Se da una transición desde una genética previa y en el contexto de unos sistemas catalíticos extendiendo el sistema de proteínas, ADN y ARN. Las herramientas de la vida, han demostrado una robustez extraordinaria capaz de extender su incidencia en torno a 4.000 millones de años, manteniendo indeterminación y plasticidad tanto de los procesos biológicos como químicos.
Desde la filosofía se cuestiona el interés de llegar a una definición universal, relativizando los conceptos elaborados por su interés ajustado a la Tierra, y no necesariamente fuera de ella. Hasta que no se descubran formas de vida alternativa, seguiremos sin disponer de seguridad en los elementos y características que consideramos para calificar la vida, pretendiendo que sean conceptos universales.
El biólogo chileno Maturana propuso una teoría denominada autopoiesis, al intentar dar respuesta al interrogante de qué es la vida y qué es lo que muere, lo que en el fondo implica ser capaz de contestar a qué ocurre en el interior de un ente para que al mirarlo se pueda decir que es un ser vivo. Autopoiesis es un término compuesto de auto (a sí mismo) y poiesis que significa creación. El vivir consiste en sistemas moleculares capaces de producirse a sí mismos. Esta construcción es constante, implicando modificación del ser vivo, reparándolo y efectuando las tareas de mantenimiento. Maturana pone el ejemplo de una herida, cuyo proceso evidencia las características señaladas. Por otro lado, la vida es un intercambio químico constante, de moléculas creadas por el propio sistema vivo. Estos procesos son constantes y continuos y cuando cesan, la consecuencia es la muerte. La vida, por consecuencia, es un proceso. Ni más ni menos.
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