Pensándolo bien...
Se ha abusado de la referencia científica hasta la saciedad en el ámbito de las infecciones por COVID-19. Unas veces para justificar medidas, otras para amparar decisiones, otras para argumentar contra medidas tomadas y casi siempre para criticar decisiones. Todo un abanico de opciones en que se apela a la Ciencia, desde una posición un tanto frívola, ignorante de cuál es el estado de la cuestión y solamente repitiendo lo que los medios de comunicación dicen.
En repetidas ocasiones hemos dejado constancia de que la Ciencia no es un reducto que acumula verdades, ni relativas ni absolutas. No es el cometido ni de la Ciencia ni de los científicos el alcanzar tal status. Con lograr formular argumentos sólidos y convincentes para las propuestas formuladas, engarzadas coherentemente, le basta. Todo resultado de la Ciencia es eventual, tentativo, en espera de que otras propuestas lo sometan a la prueba científica por excelencia, cual es la falsación. Un caso que no se cumpla en una teoría formulada, otra teoría de ámbito de mayor alcance y profundidad, son suficientes para un cambio de paradigma y un proceso de estímulo para lograr nuevas evidencias en apoyo de una formulación u otra. Sí es cierto que, lo que la Ciencia establece como evidencia es una buena referencia, pero tiene que establecerlo. Eso no solo es el resultado de una encuesta o un tratamiento estadístico de unos datos. Estos son solo el resultado de encuestas o tratamiento estadístico de unos datos.
No se conoce demasiado de las investigaciones que se llevan a cabo. Van apareciendo explicaciones, que la sociedad digiere unas veces perpleja y en otros casos preocupada, por no ofrecer una sensación de control sobre el proceso que desencadena la infección. En buena lógica la explicación de la intimidad de la pandemia, hay que encontrarla a nivel molecular. Eso implica que los trabajos conducentes a desvelar cómo ocurren las cosas, corresponde a aquellas disciplinas que trabajan con las moléculas. No hay expectativas para que las disciplinas que no trabajan a nivel molecular, puedan ofrecer alguna explicación plausible y convincente. Claramente, el nivel de conocimiento empírico, la acumulación de datos relacionados con la propagación de la infección o las estadísticas relacionadas, tienen que ver con la pandemia, aunque no se puede desprender de aquí, cómo ocurre o acontece. Son datos que ayudan y pueden inspirar líneas de trabajo, por excitar la intuición, cuando la deducción llega a sus límites.
Las variantes del coronavirus emergen con frecuencia, motivando la preocupación de una población angustiada y agotada que, desde hace un tiempo, cree poner solución a la pandemia y que no llega a disfrutarla, porque aparecen matices nuevos que invalidan parcial o totalmente lo que parecía haberse logrado como avance. Con una nueva variante como la Omicron, en un escenario con los datos que se van conociendo de la variante Delta, no se aporta tranquilidad ninguna. Lo curioso del caso es que cuando apareció la variante última impulsó hasta 26.000 casos en Japón y tres meses después cayeron las infecciones por COVID-19. La cuestión es cómo explicar que la variante Delta, en Japón, acabó de forma abrupta. Ahora se llega a la explicación de que la evolución supuso muchas mutaciones y se produjo la autoextinción. Los factores que pudieron contribuir a este final sorpresivo debieron ser, por un lado, la vacuna, que en noviembre llegaba a alcanzar más de un 75% de los residentes y al estricto cumplimiento de las normas sociales, uso de máscara, etc. muy seguidas por la disciplinada sociedad japonesa. Pero no parece que estos elementos sean suficientes para justificar el hecho. Se recurre a la reflexión en términos genéticos. Se da como cifra de referencia que se producen un par de mutaciones por mes. Resulta que la variante Delta acumuló muchas mutaciones en la proteína estructural nsp14, que es la implicada en la corrección de errores implicados en la duplicación del virus. Precisamente podría ser el afán de reparación de los errores lo que llevó al resultado de autodestrucción.
Estudios genéticos han evidenciado que en el continente asiático hay una mayor proporción de personas, en comparación con Europa y África, que tienen la enzima APOBEC3A, que es beligerante con los virus de ARN como el SARS-CoV-2, que es el que propicia el COVID-19. La cuestión resultaba ser desvelar cómo esta proteína afectaba a la proteína estructural nsp14 del virus y que incidencia suponía en la actividad del coronavirus. Investigadores del Instituto Nacional de Genética y de la Universidad de Niigata se pusieron manos a la obra y analizaron los datos de diversidad genética a partir de muestras clínicas de infectados entre junio y octubre con las variantes Alfa y Delta en Japón. En ese análisis, técnicamente red de haplotipos repararon en la relación entre las secuencias de ADN del virus SARS-CoV-2. A mayor extensión de la red, mayor número de casos positivos. Así se pudo atribuir la cuarta ola en Japón, a la variante Alfa, que presentó cinco grupos que se ramificaban con muchas mutaciones, por tanto, una alta diversidad genética.
Ahora, a la variante Delta se le atribuye una mayor capacidad de contagio en fuentes de Estados Unidos, lo que debiera traducirse en una diversidad genética más elevada. Pero sucede todo lo contrario, porque la red de haplotipos solamente presenta dos grupos y esto debería desencadenar una detención brusca anulando el desarrollo evolutivo. Al tiempo, los investigadores examinaron la incidencia en la enzima correctora de errores de copia del virus, la proteína nsp14 y observaron muchos cambios en las posiciones de mutación denominadas A394V. La expectativa en Japón es que la variante Delta presentaba una alta transmisibilidad, lo que desplazaba a otras posibles variantes. Pero no solo esto, porque conforme se acumulan mutaciones, se piensa que el virus se convierte en una especie defectuosa que llega un momento que no es capaz de producir copias de el mismo. Como apunta el investigador Inone, la experiencia observada en Japón es que el número de casos no ha aumentado, por lo que lo mas probable es que se ha convertido en una especie inviable, incapaz de copiarse y que se dirige a una extinción natural.
Los países con altas tasas de vacunación y cumpliendo con rigor las precauciones necesarias, entre las que la mascarilla es una buena contención del contagio, es posible que se vean inmersos en una situación similar, en este caso, como en otras variantes que ya se han producido o que se producirán. La acumulación de mutaciones en sitios específicos y concretos puede suponer un desarrollo de la evolución que encamine al virus a su desaparición natural. Ahora, se hace evidente cómo el avance científico permite abordar problemas complejos, como el que nos ocupa y preocupa y poder desvelar sus intimidades, de forma que podamos llegar a controlar una situación tan problemática como la que atravesamos.
Las infecciones irruptivas, que son las que se dan pasados 14 días tras la última dosis de la vacuna, que han tenido tiempo para desarrollar una protección completa para defenderse del virus, se dan porque las vacunas contra el COVID-19 nunca son efectivas en un 100% de las infecciones. La evolución de los virus con el tiempo y la replicación, provocan que se propaguen otras variedades que no son contra las que luchan las vacunas desarrolladas contra el COVID-19. No podemos confiarnos. Cada colectividad tiene su propia historia. Japón ha detectado esa acumulación de mutaciones en una proteína concreta. En otros casos se habrán producido acumulaciones similares en otros sitios. La investigación y constante observación de la evolución es la única que puede guiarnos con esperanza de “salvar los muebles”.
Vienen fiestas. ¡Sensatez!, por favor.
En repetidas ocasiones hemos dejado constancia de que la Ciencia no es un reducto que acumula verdades, ni relativas ni absolutas. No es el cometido ni de la Ciencia ni de los científicos el alcanzar tal status. Con lograr formular argumentos sólidos y convincentes para las propuestas formuladas, engarzadas coherentemente, le basta. Todo resultado de la Ciencia es eventual, tentativo, en espera de que otras propuestas lo sometan a la prueba científica por excelencia, cual es la falsación. Un caso que no se cumpla en una teoría formulada, otra teoría de ámbito de mayor alcance y profundidad, son suficientes para un cambio de paradigma y un proceso de estímulo para lograr nuevas evidencias en apoyo de una formulación u otra. Sí es cierto que, lo que la Ciencia establece como evidencia es una buena referencia, pero tiene que establecerlo. Eso no solo es el resultado de una encuesta o un tratamiento estadístico de unos datos. Estos son solo el resultado de encuestas o tratamiento estadístico de unos datos.
No se conoce demasiado de las investigaciones que se llevan a cabo. Van apareciendo explicaciones, que la sociedad digiere unas veces perpleja y en otros casos preocupada, por no ofrecer una sensación de control sobre el proceso que desencadena la infección. En buena lógica la explicación de la intimidad de la pandemia, hay que encontrarla a nivel molecular. Eso implica que los trabajos conducentes a desvelar cómo ocurren las cosas, corresponde a aquellas disciplinas que trabajan con las moléculas. No hay expectativas para que las disciplinas que no trabajan a nivel molecular, puedan ofrecer alguna explicación plausible y convincente. Claramente, el nivel de conocimiento empírico, la acumulación de datos relacionados con la propagación de la infección o las estadísticas relacionadas, tienen que ver con la pandemia, aunque no se puede desprender de aquí, cómo ocurre o acontece. Son datos que ayudan y pueden inspirar líneas de trabajo, por excitar la intuición, cuando la deducción llega a sus límites.
Las variantes del coronavirus emergen con frecuencia, motivando la preocupación de una población angustiada y agotada que, desde hace un tiempo, cree poner solución a la pandemia y que no llega a disfrutarla, porque aparecen matices nuevos que invalidan parcial o totalmente lo que parecía haberse logrado como avance. Con una nueva variante como la Omicron, en un escenario con los datos que se van conociendo de la variante Delta, no se aporta tranquilidad ninguna. Lo curioso del caso es que cuando apareció la variante última impulsó hasta 26.000 casos en Japón y tres meses después cayeron las infecciones por COVID-19. La cuestión es cómo explicar que la variante Delta, en Japón, acabó de forma abrupta. Ahora se llega a la explicación de que la evolución supuso muchas mutaciones y se produjo la autoextinción. Los factores que pudieron contribuir a este final sorpresivo debieron ser, por un lado, la vacuna, que en noviembre llegaba a alcanzar más de un 75% de los residentes y al estricto cumplimiento de las normas sociales, uso de máscara, etc. muy seguidas por la disciplinada sociedad japonesa. Pero no parece que estos elementos sean suficientes para justificar el hecho. Se recurre a la reflexión en términos genéticos. Se da como cifra de referencia que se producen un par de mutaciones por mes. Resulta que la variante Delta acumuló muchas mutaciones en la proteína estructural nsp14, que es la implicada en la corrección de errores implicados en la duplicación del virus. Precisamente podría ser el afán de reparación de los errores lo que llevó al resultado de autodestrucción.
Estudios genéticos han evidenciado que en el continente asiático hay una mayor proporción de personas, en comparación con Europa y África, que tienen la enzima APOBEC3A, que es beligerante con los virus de ARN como el SARS-CoV-2, que es el que propicia el COVID-19. La cuestión resultaba ser desvelar cómo esta proteína afectaba a la proteína estructural nsp14 del virus y que incidencia suponía en la actividad del coronavirus. Investigadores del Instituto Nacional de Genética y de la Universidad de Niigata se pusieron manos a la obra y analizaron los datos de diversidad genética a partir de muestras clínicas de infectados entre junio y octubre con las variantes Alfa y Delta en Japón. En ese análisis, técnicamente red de haplotipos repararon en la relación entre las secuencias de ADN del virus SARS-CoV-2. A mayor extensión de la red, mayor número de casos positivos. Así se pudo atribuir la cuarta ola en Japón, a la variante Alfa, que presentó cinco grupos que se ramificaban con muchas mutaciones, por tanto, una alta diversidad genética.
Ahora, a la variante Delta se le atribuye una mayor capacidad de contagio en fuentes de Estados Unidos, lo que debiera traducirse en una diversidad genética más elevada. Pero sucede todo lo contrario, porque la red de haplotipos solamente presenta dos grupos y esto debería desencadenar una detención brusca anulando el desarrollo evolutivo. Al tiempo, los investigadores examinaron la incidencia en la enzima correctora de errores de copia del virus, la proteína nsp14 y observaron muchos cambios en las posiciones de mutación denominadas A394V. La expectativa en Japón es que la variante Delta presentaba una alta transmisibilidad, lo que desplazaba a otras posibles variantes. Pero no solo esto, porque conforme se acumulan mutaciones, se piensa que el virus se convierte en una especie defectuosa que llega un momento que no es capaz de producir copias de el mismo. Como apunta el investigador Inone, la experiencia observada en Japón es que el número de casos no ha aumentado, por lo que lo mas probable es que se ha convertido en una especie inviable, incapaz de copiarse y que se dirige a una extinción natural.
Los países con altas tasas de vacunación y cumpliendo con rigor las precauciones necesarias, entre las que la mascarilla es una buena contención del contagio, es posible que se vean inmersos en una situación similar, en este caso, como en otras variantes que ya se han producido o que se producirán. La acumulación de mutaciones en sitios específicos y concretos puede suponer un desarrollo de la evolución que encamine al virus a su desaparición natural. Ahora, se hace evidente cómo el avance científico permite abordar problemas complejos, como el que nos ocupa y preocupa y poder desvelar sus intimidades, de forma que podamos llegar a controlar una situación tan problemática como la que atravesamos.
Las infecciones irruptivas, que son las que se dan pasados 14 días tras la última dosis de la vacuna, que han tenido tiempo para desarrollar una protección completa para defenderse del virus, se dan porque las vacunas contra el COVID-19 nunca son efectivas en un 100% de las infecciones. La evolución de los virus con el tiempo y la replicación, provocan que se propaguen otras variedades que no son contra las que luchan las vacunas desarrolladas contra el COVID-19. No podemos confiarnos. Cada colectividad tiene su propia historia. Japón ha detectado esa acumulación de mutaciones en una proteína concreta. En otros casos se habrán producido acumulaciones similares en otros sitios. La investigación y constante observación de la evolución es la única que puede guiarnos con esperanza de “salvar los muebles”.
Vienen fiestas. ¡Sensatez!, por favor.
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