Columnas
La pandemia del COVID ha concentrado la atención de los investigadores, agencias financiadoras y laboratorios farmacéuticos durante el año y medio largo que llevamos padeciendo esta plaga. Sin embargo, empieza a vislumbrarse que el esfuerzo hecho contra el COVID pueda aplicarse a otras patologías que habían quedado más en segundo plano. Este es el caso del cáncer. Los investigadores han diseñado una vacuna basándose en el vector viral usado en la vacuna de Oxford contra el COVID. Se busca con ello el incrementar los niveles de células T antitumorales y encoger el tamaño de tumores.
Mientras las vacunas contra el COVID iban diseñadas contra la famosa proteína de la espícula viral, estas otras van dirigidas contra unas proteínas muy conservadas llamadas MAGE (de gen de antígeno de melanoma). Esta familia de proteínas se expresa normalmente en tejidos reproductivos, pero se ha observado que se encuentran en muchos tipos de células cancerosas y se ha propuesto recientemente que están ligadas a la generación de tumores. Además, estas proteínas, que se encuentran en la superficie de células tumorales, atraen a células inmunológicas que las destruyen.
Las ventajas de esta estrategia estriban en que puede aplicarse a diversos tipos de cáncer como melanoma, colon, pulmón, próstata o mama, entre otros y que no afecta a las células sanas que no expresan las proteínas MAGE, reduciéndose los riesgos de efectos secundarios. Inicialmente esta nueva terapia se ha desarrollado en estudios experimentales con ratones, con resultados muy positivos.
Actualmente se vienen aplicando otras inmunoterapias como la anti-PD-1 que es muy útil para el tratamiento del cáncer porque neutraliza esta proteína que se expresa en la superficie de las células tumorales inhibiendo la acción de las células T. Al bloquearse las proteínas PD-1 se facilita el ataque de las células T a las tumorales. Sin embargo, esta terapia no es siempre efectiva por el bajo nivel de células T en la mayoría de los pacientes cancerosos. Precisamente esta vacuna viene a solventar este problema al aumentar muy considerablemente los niveles de células anticancerígenas T del tipo CD8+.
Esta terapia ya se ha probado por la Universidad de Oxford, en un ensayo clínico, Fase 2a, con pacientes de cáncer de próstata con resultados muy esperanzadores y próximamente se probará con pacientes de cáncer de pulmón, como un nuevo paso para dotar a la medicina de una potente nueva herramienta en la lucha contra los tumores, que puede ser revolucionaria.