Pensándolo bien...
Cuando Mayer, analizó el efecto del movimiento sobre la temperatura, empezó a conjeturar que el trabajo se convertía en calor y viceversa. La apariencia de que en el cambio calor en trabajo y trabajo en calor, precisamente por la interconversión, parecía indicar que era improbable que se perdiera uno u otro. Analizó el caso que tenía a mano que era la caldera del buque en el que había embarcado. Irradiaba calor en todas direcciones, incluido el escape a través de la chimenea del buque. Pero concluyó que la pérdida acontecía de forma aparente, dado que se debía a motivos de tipo práctico en relación con la caldera. Había una parte del calor que no se empleaba en incrementar la presión en el generador y calentaba el aire circundante que, a su vez, transmitía calor a los cuerpos en derredor suyo y los materiales se dilataban por el calentamiento. Era otra forma de transformar el calor en movimiento, en trabajo.
Hasta Mayer, el calor se había considerado como una materia, pero Mayer concluyó que era una “fuerza”, es decir, una manifestación de la energía ancestral. Calor equivalía a trabajo y trabajo a calor. En la Naturaleza no se desperdiciaba nada. Los experimentos confirmaron la hipótesis. Mayer no tenía preparación ni en Física ni matemática. Intuía, tan sólo, la transcendencia de su idea. No sabía si había inventado o descubierto algo. No tenía resultados concretos. Hizo un viaje a Batavia en barco y a su regreso le parecía evidente que luz y calor, inercia y movimiento, magnetismo y electricidad, incluso integración y desintegración química, solamente eran manifestaciones de una misma y única energía ancestral y que no era posible que un proceso natural generara o hiciera nacer o desaparecer partes de dicha energía. Había que demostrarlo.
“De nada, nada surge” y “nada de lo que existe se convierte en nada” era la conclusión de aquella premisa. Escribió un informe de seis páginas y lo envió a publicar a Berlín a la revista de Ciencias Exactas. Pese a que su ignorancia matemática le llevó a estudiar a toda prisa con un amigo, acabó calculando con una tabla de multiplicar, con la que determinó el equivalente mecánico del calor. Una caloría era la cantidad de calor necesaria para calentar 1.000 gramos de agua desde cero a un grado. Mayer demostró que precisaba 425 kilográmetros de “fuerza” para obtener una caloría. Es decir, había que levantar 425 kilogramos a una altura de 1 metro para elevar mediante trabajo la temperatura de un litro de agua de 0ºC a 1ºC.
Los colegas de profesión de Mayer pensaban que sus reflexiones eran más propias de la Filosofía que de la Física. Tras una amplia consulta, concluyó que las realidades no se explicaban con palabras apasionadas, sino con otras realidades. Apeló a la lógica. Se decía, las fuerzas son causas, con lo que causa igual a efecto, como axioma. Si la causa A tiene el efecto B, entonces A=B. Si B es la causa de otro efecto, entonces A=B=C. Pero de este modo, ninguno de los factores podía ser cero. Esta cualidad de todas las causas la denominó indestructibilidad. Acabada la redacción en estos términos, la envió al profesor Liebig y fue publicado en el anuario Liebig de Química y Farmacia en 1842.
Siemens, originario de una familia modesta, amante de la técnica, optó por la formación que impartía el cuerpo prusiano de ingenieros, que era gratuita a costa del Estado, aunque tuvo que cambiar a Artillería por el tiempo que implicaría el ingreso en aquálla, dado el número demasiado elevado de candidatos. Su carácter indómito para fijar sus objetivos en todo aquello que producía dinero, le hizo deambular por muchas profesiones, incluida la de pirotécnico, contratado para celebrar un aniversario de la Emperatriz de Rusia. Su hermano colocaba sus inventos en Inglaterra. Vio una máquina que no funcionaba a vapor, sino por aire caliente, cuando leyó la revista de “Liebig” y leyó una frase de Mayer, “una sola cifra tiene más valor cierto y duradero que una costosa biblioteca de hipótesis”. Ya no más inventos. A estudiar.
Schenzinger propuso que “El mundo no es, se hace. No es una realidad, sino un proceso”. Lo vemos hasta donde alcanzan nuestros órganos sensoriales. Irresistible es el afán de conocerlo. La Ciencia, la Filosofía, la Religión. ¿Cuándo empezó el ciclo del mundo? ¿Cuándo terminará? Nunca, puesto que la provisión de energía del Universo es inmutable, cada fenómeno de la Naturaleza es tan sólo una mutación de energía y nunca una producción o una destrucción de la misma. Así lo ordena la ley de conservación de la energía.
Hasta Mayer, el calor se había considerado como una materia, pero Mayer concluyó que era una “fuerza”, es decir, una manifestación de la energía ancestral. Calor equivalía a trabajo y trabajo a calor. En la Naturaleza no se desperdiciaba nada. Los experimentos confirmaron la hipótesis. Mayer no tenía preparación ni en Física ni matemática. Intuía, tan sólo, la transcendencia de su idea. No sabía si había inventado o descubierto algo. No tenía resultados concretos. Hizo un viaje a Batavia en barco y a su regreso le parecía evidente que luz y calor, inercia y movimiento, magnetismo y electricidad, incluso integración y desintegración química, solamente eran manifestaciones de una misma y única energía ancestral y que no era posible que un proceso natural generara o hiciera nacer o desaparecer partes de dicha energía. Había que demostrarlo.
“De nada, nada surge” y “nada de lo que existe se convierte en nada” era la conclusión de aquella premisa. Escribió un informe de seis páginas y lo envió a publicar a Berlín a la revista de Ciencias Exactas. Pese a que su ignorancia matemática le llevó a estudiar a toda prisa con un amigo, acabó calculando con una tabla de multiplicar, con la que determinó el equivalente mecánico del calor. Una caloría era la cantidad de calor necesaria para calentar 1.000 gramos de agua desde cero a un grado. Mayer demostró que precisaba 425 kilográmetros de “fuerza” para obtener una caloría. Es decir, había que levantar 425 kilogramos a una altura de 1 metro para elevar mediante trabajo la temperatura de un litro de agua de 0ºC a 1ºC.
Los colegas de profesión de Mayer pensaban que sus reflexiones eran más propias de la Filosofía que de la Física. Tras una amplia consulta, concluyó que las realidades no se explicaban con palabras apasionadas, sino con otras realidades. Apeló a la lógica. Se decía, las fuerzas son causas, con lo que causa igual a efecto, como axioma. Si la causa A tiene el efecto B, entonces A=B. Si B es la causa de otro efecto, entonces A=B=C. Pero de este modo, ninguno de los factores podía ser cero. Esta cualidad de todas las causas la denominó indestructibilidad. Acabada la redacción en estos términos, la envió al profesor Liebig y fue publicado en el anuario Liebig de Química y Farmacia en 1842.
Siemens, originario de una familia modesta, amante de la técnica, optó por la formación que impartía el cuerpo prusiano de ingenieros, que era gratuita a costa del Estado, aunque tuvo que cambiar a Artillería por el tiempo que implicaría el ingreso en aquálla, dado el número demasiado elevado de candidatos. Su carácter indómito para fijar sus objetivos en todo aquello que producía dinero, le hizo deambular por muchas profesiones, incluida la de pirotécnico, contratado para celebrar un aniversario de la Emperatriz de Rusia. Su hermano colocaba sus inventos en Inglaterra. Vio una máquina que no funcionaba a vapor, sino por aire caliente, cuando leyó la revista de “Liebig” y leyó una frase de Mayer, “una sola cifra tiene más valor cierto y duradero que una costosa biblioteca de hipótesis”. Ya no más inventos. A estudiar.
Schenzinger propuso que “El mundo no es, se hace. No es una realidad, sino un proceso”. Lo vemos hasta donde alcanzan nuestros órganos sensoriales. Irresistible es el afán de conocerlo. La Ciencia, la Filosofía, la Religión. ¿Cuándo empezó el ciclo del mundo? ¿Cuándo terminará? Nunca, puesto que la provisión de energía del Universo es inmutable, cada fenómeno de la Naturaleza es tan sólo una mutación de energía y nunca una producción o una destrucción de la misma. Así lo ordena la ley de conservación de la energía.
© 2023 Academia de Ciencias de la Región de Murcia