Artículos Académicos

null Un mundo ingrávido

Es tan recomendable, como saludable, aprovechar cualquier oportunidad para dirigir nuestra innata curiosidad hacia el ámbito científico. Suelen ser los detalles más sencillos, esos que cada día nos pasan inadvertidos, los que pueden llevarnos a las preguntas más profundas. Hechos tan simples, y rutinarios, como pedir un zumo de naranja o rociar con aceite nuestra tostada podrían poner a prueba nuestro intelecto siquiera pensando en un aparente absurdo, es decir, ¿podrían el zumo y el aceite “caer hacia arriba”? Intentando comprender el mundo que nos ha tocado vivir, y con la pertinente simplificación, observamos que la materia es la parte esencial del universo y las leyes que lo rigen están precisamente basadas en la existencia de partículas y en las fuerzas entre ellas. A saber, gravedad, electromagnetismo, fuerte y débil. La primera, la más endeble, es la que ahora nos ocupa. Esta fuerza ha modelado nuestro mundo, definido nuestra forma de vivir e incluso todos los procesos de la vida misma. La gravedad está detrás de fenómenos tan básicos como la sedimentación, la presión hidrostática, el movimiento de la sangre y cómo respiramos y nos movemos. Actuando sobre los sensores corporales, determina nuestra postura y orientación. En definitiva, somos criaturas del campo gravitatorio terrestre y del sentido de peso que proporciona a la masa de nuestro cuerpo. ¿Podríamos imaginar un mundo ingrávido? Seguramente habremos visto algún documental de una cápsula espacial en cuyo interior unos sonrientes astronautas flotan incontroladamente intentando atrapar unas golosinas que también se mueven sin control. La gravedad es una fuerza atractiva, existe desde el nacimiento de nuestro universo y actúa de la misma manera en cualquier lugar y sobre todo tipo de objetos cuyo tamaño sea mayor que el de un átomo. No es fácil explicar cómo actúa esta fuerza ni por qué existe, pero una manera de entenderla consistiría en imaginar que el terreno de juego donde se practica el fútbol es una cama elástica. Supongamos que el defensa lateral izquierdo del equipo X es un tipo enorme de 200 kilos y que el portero del equipo Y coloca el balón en su punto de penalti y pretende, en un alarde de puntería y a ras del campo, dirigirlo en línea recta al punto de penalti del equipo X. ¡Qué iluso! pues el descomunal defensor ha producido tal hundimiento en su entorno que la trayectoria del balón se verá afectada y nunca alcanzará el punto soñado.