Pensándolo bien...

null TOMATE QUE SABE A TOMATE

Un ilustre productor regional, admirable por otro lado, José Hernández Zamora, representante destacado del sector hortofrutícola, en Proexport y regente de la firma Grupo Hortofrutícola Paloma, radicada en Mazarrón, en la década de los ochenta y con conocimiento de causa, elaboró una ponencia presentada en una reunión internacional donde acudía, incluso el Comisario europeo del ramo y donde pronunció una lapidaria sentencia al afirmar que “ya sabemos producir tomates, todos del mismo tamaño, todos de la misma firmeza, todos del mismo color y solo nos falta que sepan a tomate”. Ya adelantaba una circunstancia que se ha evidenciado con creces, porque esa es la realidad en la que hemos vivido. Ahora, podemos comprobar con las declaraciones aparecidas en estos días sobre el producto que exactamente ésta ha sido la situación.

Desgraciadamente, durante mucho tiempo el productor encontraba el retorno en la cantidad y no en la calidad, porque se pagaban los kilos y no el sabor. Solo recientemente se han dispuesto de las herramientas para diseñar el sabor del tomate. En el proceso de mejorar las características de tamaño, firmeza y color, se perdió el sabor. La razón es que las características están ligadas y no son independientes. Más azúcares, implican menor tamaño, por ejemplo. Si el peso es el que prevalece, esto es un inconveniente severo para el productor, claramente.

Un artículo publicado recientemente en la prestigiosa revista Science, pone de relieve que un equipo de investigación acaba de secuenciar los genomas completos de 398 variedades de tomate, en las que se han identificado el código genético responsable de 13 compuestos químicos asociados al sabor, que por otro lado abundan en variedades ancestrales y que han ido desapareciendo en las que actualmente se comercializan.

La recuperación del sabor del tomate ha sido una constante a lo largo del tiempo en el que se han conseguido mejoras sustanciales, que prácticamente se inician desde su mismo descubrimiento. Ahora se presentan dos opciones para recuperar el sabor del tomate: una, larga, el de la mejora vegetal asistida por marcadores. Otra la revolucionaria y actual técnica CRISPR que permite manipular el ADN.

En la opción de mejora vegetal se trata de seleccionar plantas con los rasgos deseados, que en este caso se trata de frutos más dulces y proceder a cruces entre diferentes variedades, desde las tradicionales que poseían el carácter hasta las modernas a las que hay que incorporarlo. En un proceso de mejora vegetal, el número de generaciones necesarias para estabilizar un carácter, es decir, para lograr que este se transmita de manera consistente y predecible en las generaciones subsecuentes, puede variar dependiendo del método utilizado y del tipo de planta.

El tomate (Solanum lycopersicum) es una planta autógama, lo que significa que se autofecunda. Esto implica que el polen de las anteras de una flor fertiliza el óvulo de la misma flor o de otra flor en la misma planta. La autogamia en el tomate facilita la estabilización de caracteres genéticos a través de generaciones sucesivas. En un proceso de mejora vegetal del tomate, debido a su naturaleza autógama, se requieren generalmente entre 6 y 8 generaciones de autofecundación y selección para estabilizar un carácter deseado. Cada generación de autofecundación aumenta el nivel de homocigosis, reduciendo la variabilidad genética y fijando los caracteres de interés en la línea genética. El proceso comprende los siguientes pasos: 1.   Primera generación (F):   se realiza un cruce inicial entre dos plantas parentales con características deseadas. La progenie resultante es heterocigota para muchos caracteres. 2.   Generaciones subsiguientes (F a F-F): se llevan a cabo autofecundaciones sucesivas en cada generación. En cada ciclo, se seleccionan las plantas que mejor expresan el carácter deseado. Esto aumenta progresivamente el nivel de homocigosis en la población. 3.   Selección Rigurosa:   Durante estas generaciones, es fundamental aplicar una selección estricta para asegurar que solo las plantas que expresan el carácter deseado de manera óptima sean propagadas. 4.   Estabilización Final:   Para la   sexta a octava generación, la mayoría de los loci genéticos se han homocigotizado, y el carácter de interés se ha estabilizado en la línea.

Imagen creada con ayuda de ChatGPT con DALL-E

Se pueden usar técnicas avanzadas para acelerar el proceso, como el doble haploides, dado que en el tomate, aunque es más desafiante que en otros cultivos, es posible utilizar técnicas de cultivo in vitro para obtener líneas doble haploides. Esto permite obtener líneas completamente homocigotas en   una sola generación, acelerando significativamente el proceso de mejora. Otra alternativa es la selección Asistida por Marcadores (SAM), dado que utilizando marcadores moleculares ligados al carácter de interés, se puede identificar y seleccionar rápidamente las plantas que portan los alelos deseados desde generaciones tempranas, reduciendo el número de generaciones necesarias para la estabilización.

Muchos factores pueden influir en el número de Generaciones como: 1.   Herencia del carácter, que puede ser carácter monogénico, ya que, si el carácter está controlado por un solo gen, la estabilización puede lograrse más rápidamente.  En el caso del carácter poligénico, ya que, si está controlado por múltiples genes, puede requerir más generaciones y una selección más cuidadosa. Por otro lado, incide la variabilidad genética inicial, dado que en las plantas parentales puede aumentar el tiempo necesario para fijar el carácter deseado. Además, tiene importancia la eficiencia de la selección, porque la precisión y rigurosidad en la selección de plantas en cada generación afecta directamente la velocidad de estabilización.

Podríamos introducir algunas consideraciones adicionales, como el control de las condiciones ambientales, porque es importante mantener condiciones de cultivo controladas para reducir la influencia del ambiente en la expresión del carácter, facilitando así la selección y, por otro lado, la reproducción rápida de generaciones, dado que utilizar técnicas como el cultivo en ambientes protegidos o controlados puede acelerar el ciclo de vida del tomate, permitiendo obtener más de una generación por año.

Es recomendable el empleo de marcadores moleculares asociados a los rasgos que se desena potenciar, como determinados fragmentos de ADN, pues si el marcador está en la nueva planta, no es necesario esperar a que crezca y produzca frutos para tener constancia de que serán más dulces.

La otra alternativa es la que deriva del empleo de la revolucionaria técnica CRISPR, con la que se puede cortar y pegar múltiples secuencias de ADN de forma simple y rápida. No se trata de producir un transgénico, sino cambiar una base en el genoma del tomate, que tiene aproximadamente 900 millones de pares de bases, abarcando todo el material genético contenido en sus 12 cromosomas. No se trata de introducir un gen de otra planta o variedad, sino en alterar bases del propio tomate, con lo que el producto final, sigue siento tomate. Esto pudiera darse por mutación espontánea, como se han producido todas las variedades existentes en todas las plantas. CRISPR solo permite inducir el cambio. La matización es importante, dado que con los métodos tradicionales como la mejora vegetal, se depende de que el azar establezca la mutación deseada. Con CRISPR se controla el proceso. Por cierto, la Comisión Europea todavía no ha aclarado el estatus legal en la UE de los organismos producidos por CRISPR. Ya hay precedentes en Estados Unidos con champiñones menos proclives a ennegrecerse, al inactivarse unas oxidasas que participan en el proceso. En Suecia las variantes de plantas obtenidas mediante CRISPR no son consideradas organismos modificados genéticamente, sino mutantes, con la misma categoría que producidos de forma azarosa, como ocurre con las variedades salvajes.

Hace unos cinco años, la investigadora Figueroa-Balderas de la Universidad de California, en Davis, identificó un gen prometedor que podría permitir recuperar el sabor del tomate, el denomina GLK2, que codifica una proteína que incrementa la capacidad del fruto que incide en la fotosíntesis que propicia la formación de azúcares. Ahora el investigador Harry Klee, de la Universidad de Florida efectúa una aportación significativa para la descripción genética del sabor del tomate.

Ha pasado mucho tiempo y el consumidor que otrora valoraba la apariencia, ahora considera el sabor. Hay que ser conscientes de que no basta solo con disponer de un tomate excelente desde el punto de vista genético. Hay que recolectarlo en su momento con el desarrollo de todas sus características. Si hay que prever el transporte, la refrigeración consiguiente con un adelanto de la recolección, tendremos un impacto negativo en el sabor. Tenemos la oportunidad de crear un entorno apropiado para que el equilibrio permita que el consumidor recupere el sabor olvidado del buen tomate, respetando la armonía que debiera haber en todas las fases. La Ciencia permite mejorar sustancialmente el fondo, al conocer con detalle donde se puede incidir para lograrla. Solo queda que, legalmente, se pondere y que los productores se comprometan con los avances cualitativos que supone la mejora. El tomate, puede saber a tomate.

Sopa de letras: TOMATE QUE SABE A TOMATE

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