Pensándolo bien...
“La Tierra es hueca y los Ovnis provienen de una civilización de seres superiores que está oculta en su interior inexplorado”, afirmaba. sin aportar ninguna evidencia, el prolífico escritor de ciencia ficción y fantasía, Raymond A. Palmer (1910-1977) o el escritor italiano Amadeo Gianini que publicó en 1958 Physical Continuity of the Universe and Worlds Beyond the Poles: a Condensation (‘la continuidad física del universo y los mundos más allá de los polos: un resumen’), sin aportar ninguna evidencia, atribuyendo a un aviador norteamericano que en 1947 se introdujo 2300 millas, a través de una entrada, hacia centro de la Tierra y que allí había tenido un encuentro con un ser de otro mundo. Ciertamente, no fueron los primeros en proponer tal cosa. La Biblia, y por mano de San Pablo en la carta a los filipenses (2-10), dice: “para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos y en la tierra, y debajo de la tierra” y San Juan Evangelista, en Apocalipsis (5.3) dice “Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aún mirarlo.” Es cierto, sin embargo que en la cultura judeocristiana "debajo de la tierra" pretende referir el lugar de los muertos o la sepultura. Y es cierto, igualmente, que en la cultura griega el infierno. se ubicaba en el interior de la Tierra, Cierto es que la Biblia nunca ha pretendido superar el filtro científico, por más que se hayan empeñado muchos, pero vale como referencia para el tema que nos ocupa, para indicarnos que la conjetura de la oquedad intraterrestre viene de lejos.
La literatura nos ha dejado obras fantásticas en las que se asume tal estructura. Así, Edgar Allan Poe, en la novela La narración de Arthur Gordon Pym (1833), relata un terrorífico encuentro del héroe y su compañero con seres del interior de la Tierra. Madame Blavatsky, escritora ocultista ucraniana gestó el mito de Agharta, un país subterráneo ubicado en cavernas y túneles bajo el desierto de Gobi, en el que vivía el Rey del Mundo que controlaba el planeta desde hace siglos. Pero es quizás Julio Verne, el más caracterizado autor, con su novela de 1864, Viaje al centro de la Tierra, donde cuenta las aventuras de unos personajes que llevan a cabo una ruta a través del interior de la Tierra, desde Islandia hasta Sicilia, atravesando océanos subterráneos y teniendo encuentro con criaturas prehistóricas.
Fue la sismóloga danesa, Inge Lehmann, quién en 1936 desmontó la teoría de la Tierra Hueca concibiendo la estructura actualmente en vigor en la que existe un núcleo que es la parte sólida que se sitúa en el centro de la Tierra y que está dentro de otra parte líquida. Es, por tanto, una estructura muy distinta de la concebida en el ámbito de la Ciencia-Ficción, o en relatos y creencias, sin evidencias. Lehmann propuso, 70 años después de Verne, un modelo denominado “P”, que era una discontinuidad sísmica en la estructura de la Tierra, que se bautizó con su nombre. El Planeta dejó de ser una esfera compacta e inactiva, como hasta entonces. Ya no cabía concebirla como la Tierra Hueca de sus antecesores.
Hoy sabemos algo más. El núcleo es una especie de bola sólida de hierro y níquel (5%), fundamentalmente, y otros elementos más ligeros como tal vez azufre y oxígeno, cuyo diámetro es del orden del de la Luna y que en la capa externa, que es mayor que el tamaño de Marte, tiene una aleación de hierro fundido que actúa como si se tratara de un lubricante que posibilita que el núcleo interno se mueva independientemente del resto del planeta. En lo que no afinó demasiado Lehmann fue en la estimación de la temperatura del núcleo, que lo estableció entre 2727 ºC y 4727ºC, pero que recientemente se ha ajustado en torno a los 6.700 ºC debido, entre otras cosas, a la presión, que en el interior es millones de veces mayor que en la superficie y a las desintegraciones radiactivas de elementos como Uranio, Torio y Potasio. No obstante la Tierra irradia al espacio más energía de la que genera y por ello se está enfriando, poco a poco.