Pensándolo bien...

null TIEMPO DE TRADICIONES: LA MIRRA

Llegados a final de año, el solsticio de invierno irrumpe en nuestras vidas y nos recuerda que el pasado reclama nuestra atención. Las tradiciones, incluso sin fundamento conocido, son objeto de recuerdo, celebración y gozo. A finales de año, se superponen varias referencias, asociadas a aspectos religiosos y paganos, porque ambos se solapan en una competencia permanente por mantenerse en vigor. De la mano de las citas inexcusables, vienen los aspectos simbólicos, que rememoran antiguos usos y costumbres, ancestrales ceremonias e inescrutables creencias. Todos los elementos vienen a tener un contenido entrañable en el que, aunque actualice recuerdos tristes, se sobreponen los elementos que aportan felicidad. Las emociones tienen eso, que dejan de ser de felicidad para tornarse tristeza, con la misma facilidad que lo contrario. Todo es cuestión de empleo. Algún día sabremos algo de ello.

Una de las celebraciones de la Navidad caducante, cuando va finalizando el tiempo de celebración, se dedica en la tradición cristiana a los denominados Reyes Magos. No importa ahora si lo fueron o no, ni siquiera si históricamente se dieron, pero en la tradición vienen cargados de simbolismo. Portaban oro, incienso y mirra que ofrecieron como presentes, a los que no falta carga simbólica, dado que el oro se ofrece a los reyes, el incienso perfuma los templos y su poseedor se supone dedicado a su tutela y la mirra se empleaba en el embalsamamiento y para perfumar a las personas, por tanto, un anuncio en toda regla. Así pues, desde rey a la tumba. Ciertamente, salvo la consideración de aspectos proféticos, encaja esta relación de elementos a posteriori, una vez conocidos los hechos relatados, como nos ocurre ahora a nosotros.

La mirra pretendía dar el carácter como hombre a Dios, dado que ese material se empleaba para embalsamar a los muertos. Era una forma de asumir la vulnerabilidad de Jesús, como premonición de que moriría para salvar al ser humano, como se narra en la Biblia.  Melchor ofreció la mirra, al ser hombre Jesús y, por tanto, tendría que morir, además joven, por lo que sería su madre la que podría ungir el cuerpo sin vida llegado el momento. Era el "cuidado último" a los muertos antes del entierro.

La mirra es una gomorresina de un árbol de pequeño tamaño, máximo tres metros de altura, Commiphora abyssinica, propio de Arabia, común en medio oriente, así como Somalia, Etiopía, Yemen, Sudán, Arabia y Turquía. Sus hojas son pequeñas e irregulares, estando compuestos por tres hojuelas; presenta inflorescencias de color naranja amarillento, que afloran tras la estación lluviosa. La mirra se obtiene practicando una incisión en la corteza del tronco para dejar fluir una resina de color amarillo que cae en forma de lágrimas rojizas, traslúcidas y brillantes, que cuando se secan adopta formas irregulares y distintas tonalidades, dominando la pardo-rojiza. Dioscórides le atribuyó propiedades abortivas. Hoy día sigue teniendo usos medicinales, como antiséptico, desinfectante, astringente, desodorizante y cicatrizante. Esta resina incluye aceites esenciales, gomas solubles en agua y resinas solubles en alcohol. Hipócrates recomendó la mirra para aliviar los dolores y los romanos la emplearon para tratar las infecciones de la lengua y de los ojos, la tos y las lombrices. En la Santa Cena el vino que se le ofrece a Cristo antes de la crucifixión, contenía mirra.

La revista Nature publicó hace tiempo un artículo titulado Analgesic effects of myrrh, atribuyendo  a los sesquiterpenos integrantes un efecto analgésico. En experimentos llevados a cabo con ratones, Dolara y colaboradores, evidenciaron que dos de los tres sesquiterpenos presentes, identificados mediante resonancia magnética nuclear, siendo el más abundante (> 90%)  el furanoeudesma-1,3-dieno, acompañado de otros dos, curzareno and furanodieno. Ya habían sido identificados, pero no se habían descrito sus efectos biológicos. El efecto de estos sesquiterpenos, resultaba bloqueado por la naxolona, lo que indicaba una interacción con los mecanismos opioides del cerebro. Esto explica el uso en la antigüedad como analgésico, que posteriormente fue abandonado al surgir los derivados opiáceos, también justificado por la presencia en la mirra de otros compuestos con actividad farmacológica poco favorable.

El conocimiento empírico practicado por la humanidad desde siempre, se adelantó al conocimiento de los mecanismos a través de los cuales actúa. Cuando el conocimiento avanza y conocemos los detalles, se modifican los papeles que se le otorgan y se centran los usos desde la eficacia y eficiencia contrastadas. Pero una cosa siempre parece cierta y es que el uso y la costumbre se basan en realidades detectadas por ensayo y error, con los riesgos que conlleva cuando los efectos adversos adyacentes no se identifican convenientemente. Pero, así hemos avanzado hasta donde nos encontramos. Y en muchos aspectos, seguimos los mismos procedimientos.

Además de sus características analgésicas, en estos días, la referencia es que la mirra, en la antigüedad servía para las ofrendas, sacrificios y embalsamamientos y que en la ofrenda de los reyes Magos, que de haber existido, se les atribuye, implica la referencia con ella a la sangre y el dolor del hombre, lo que, además de pronóstico del porvenir, le convertía en bálsamo para el género humano y que fue lo que debió animar a Baltasar a utilizarla como obsequio en el nacimiento del Mesías, que estos días vamos a celebrar, entre otras cosas.