Columnas
Columna de la Academia publicada en el Diario La Verdad el 16 de marzo de 2019
La Biología estudia la vida y la muerte es un concepto marginal. Sin embargo, aunque parece un contrasentido, la muerte individual es uno de los métodos que permite el progreso de la vida. Cada individuo es un experimento biológico y las especies avanzan por selección, rechazo o multiplicación de los individuos, de modo que la vida dejaría de progresar si éstos no tuvieran un final para ser reemplazados por otros. La idea de cualquier forma de inmortalidad individual es contraria a la evolución dinámica de la vida. En cada nivel biológico, los individuos experimentan, aprenden, enseñan y finalmente pasan la antorcha vital a otras manos.
Estas consideraciones sobre la muerte no eliminan sin embargo la idea de una posible inmortalidad, pero disociada de la personalidad. A nivel global, la vida no desaparece del planeta pese a la muerte de los individuos. Puede que exista otro aspecto de la existencia, y que la conciencia individual que hoy percibimos represente solamente una expresión parcial de otra realidad desconocida más duradera que la experiencia personal. Si los cuerpos materiales reflejan las formas evolutivas de las especies, es posible que las actividades mentales indiquen una supra-conciencia en desarrollo. En otras palabras, aunque seamos mortales como individuos podríamos resultar imperecederos como fases o partes transitorias de una cierta continuidad de la vida en otra dimensión.
Al margen de estas especulaciones, y otras de tipo religioso, no existe seguridad alguna sobre la continuidad de la conciencia individual tras la existencia corpórea y la subsiguiente desintegración del cuerpo. Más bien muchas evidencias apuntan que eso es improbable. Pero en lo que respecta a un concepto vital separado de la conciencia individual hay que resaltar que, en sentido estricto, nuestras vidas no comienzan con el nacimiento ni terminan sin resultado final. Por un lado, toman prestada al principio una herencia física preexistente que ellas mismas continúan, se enmarcan en una tradición concreta, están condicionadas desde el principio y cada una desempeña un papel diferente de cualquier otro que se interprete antes o después en la escena vital. Y por otro, tampoco terminan estrictamente con la muerte: continúan no solo en la descendencia sino, quizás de forma más importante, en la influencia que puedan haber tenido sobre el resto de la vida, con consecuencias mínimas o insospechadamente duraderas. Esto no es mera teoría o especulación y recuerda el hecho de que -como diría el poeta- cada rio de este planeta va a parar al inmerso mar.