Pensándolo bien...
El trecho desde la idea original, ocurrencia, hasta que puede atribuírsele innovación, es largo, tortuoso y no exento de sobresaltos. Tras la idea puede venir el invento, que puede resultar ser una novedad, pero donde la Ciencia dictamina. No siempre pasa a la etapa en que se transforma en un desarrollo, conjuntándolo con otros inventos, sujeto a otros principios bien fundamentados y a ese arte que es la composición con otros dispositivos y herramientas que permitan completar el escenario en el que actúa. El prototipo puede llegar a ser una oferta real. Todavía queda un largo recorrido, por cuanto ahora tiene que presentar ventajas frente a lo existente, haciendo lo mismo, pero con mayor eficacia o haciendo nuevas cosas hasta entonces realizadas con menor eficacia, mayor esfuerzo o simplemente, siendo inalcanzables hasta ese momento. Pero todavía queda recorrido, por cuanto, solo es cuando la sociedad lo adopta como favorable, sustituyendo con ventaja algún que otro dispositivo, método u objeto anterior o aportando ventajas claras por esa novedad. A principios del siglo XIX, Siemens decía “ciertamente, una idea puede ser genial, pero con el invento, nada se hace. Se trata de construirlo, idear aparatos, instrumentos y máquinas, calcularlo, confeccionarlo de tal manera que cumpla su promesa, que desempeñe su cometido, que ayude”. La pronunció cuando advirtió el error del telégrafo de Wheatstone, el que un indicador situado sobre una esfera, provista de letras, oscilaba merced a la corriente remitida desde la estación emisora. Esta corriente se producía accionando una manivela, pero el conjunto era muy sensible y ante los movimientos irregulares de una mano, raramente se percibía una oscilación exacta del indicador. El aparato de Wheatstone era inservible. Requería independizarlo de la mano y que fuera autónomo.
Siemens se puso manos a la obra y pretendió que un mecánico muy conocido por él construyera el nuevo telégrafo. No fue capaz de convencerlo. Tuvo que construir el prototipo él mismo, para después convencer a Haskle, su mecánico preferido, que ahora si quedó entusiasmado y aplicó su saber y su arte de precisión y logró un prototipo magnífico. Siemens lo propuso al ejército prusiano, que había iniciado un programa para construir el telégrafo eléctrico y logró convencerlos. Un elemento de discordia fue que Siemens era consciente de que los tendidos subterráneos habían fracasado, por cuanto, al final, la humedad penetraba en las protecciones de los cables, y terminaba arruinando el tendido. Siemens propugnaba el tendido aéreo. Por eso recibió, con gran alborozo, las noticias que su hermano Carlos le envió desde Inglaterra, sobre el descubrimiento de una sustancia desconocida en el mercado inglés, la gutapercha, que se comportaba como el caucho, con propiedades muy parecidas, pero que se podía amasar al calentarla. Permitía formar una capa cubriendo al hilo de cobre y fabricarla industrialmente. Con un tendido aéreo, de este tipo, si se iniciaba el desarrollo de la telegrafía eléctrica.
Con mucho sentido, propuso en la comisión correspondiente del ejército en la que se abordaban estas cosas, que las líneas telegráficas fueran de uso público. Desencadenó una indignación que tardó en poderse mitigar encontrando una solución. Le propusieron hacerse cargo de la dirección de los telégrafos prusianos, pero rehusó. Siemens se sentía atraído por lo desconocido, por el riesgo, ganar y perder y volver a ganar. Esa era la vida que entendía. Junto con Halske puso en pie una fábrica de telégrafos, fundando la casa Siemens y Halske.
En 1850 apareció una competencia, de la mano de un americano, Robinson, de Nueva York, que presentó en una conferencia un aparato que había descubierto el pintor Sam Morse: el telégrafo escritor de Morse. Empleaba un electroimán y al cerrar el circuito en la estación emisora, se cerraba también en la receptora, alrededor de un núcleo de hierro, que se imantaba durante el tiempo de cierre y atraía una bobina de hierro colocada ante el mismo. Ésta estaba unida a una palanca en cuyo extremo había un punzón. Si la palanca era atraída hacia abajo por la atracción del imán, se oprimía el grafito contra una cinta sin fin de papel. Si la corriente era de corta duración, se marcaba sobre la tira un punto y si era de mayor duración, una raya. Morse. Había elaborado un alfabeto de puntos y rayas.
Siemens se percató enseguida de que aquel artilugio aventajaba en mucho a su telégrafo, pero advirtió, como hiciera con Wheastone, que el aparato era inservible para la telegrafía a distancia. Construyó un dispositivo de relojería que regulaba, independientemente, la velocidad del rollo sin fin de papel. Construyó un sistema nuevo de imanes, nuevos contactos e interruptores. Este aparato de Morse perfeccionado lo puso en funcionamiento a distancia. Pero como los aparatos de emisión y recepción no tenían un papel secundario, era decisiva la estructura de la línea. Había instalado las líneas Berlín-Francfort, la Berlín-Colonia-Bruselas y la que llegaba hasta Viena cuando, en la primera, sufrió la primera decepción, por cuanto las corrientes de Berlín llegaban sumamente débiles a Francfort, hasta el punto de que no hacían reaccionar a los receptores. Pero cuanto más se reforzaron en Berlín, más débiles llegaban a Francfort. La cuestión era que Siemens había calculado la resistencia según la ley de Ohm. Dio rápidamente con la respuesta: la conducción aislada era el equivalente de una botella Leyden. El alambre formaba la capa interna y la tierra húmeda, la capa externa. Debido al fluido recurrente, se cargaba aquella “botella de alambre” y la consecuencia era que aumentaba su resistencia. La solución técnica fue añadir derivaciones de las conducciones para evacuar esta “carga eléctrica” y logró con ello hacer funcionar la red.
El interés por el telégrafo se universalizó. En 1851 el gobierno ruso le pidió que se hiciera cargo de las instalaciones telegráficas en ese país. Salvo los postes, todo lo demás lo tuvo que importar de Alemania. En dos años, había unido Moscú con San Petersburgo y éste con Kronstadt. La línea Varsovia – Tilsit estaba terminada. Varsovia San Petersburgo cuya distancia era de 1.100 kilómetros la completó en seis semanas. En dos años también había finalizado Moscú - Kiew, Kiew - Odesa, San Petersburgo - Reval, y varias otras. A todo esto, Rusia en guerra con Turquía, aliada con Francia e Inglaterra. Todos los puertos del Báltico bloqueados y solamente se accedía por vía terrestre desde Alemania. Ingleses y franceses desembarcaron en Crimea y Sebastopol llevaba un año sitiada. Precisaban líneas telegráficas con Sebastopol. Se enfrascó en el proyecto, aunque su pasión eran las cosas que hacía en Alemania con Halske. Ya había construido un aparato Morse rápido, pasando de transmitir 40 palabras por minuto hasta lograr transmitir 400. Una nueva máquina, pues. Para largas distancias no bastaba con las pilas de Volta o Daniell y aumentarlas era demasiado caro y dificultoso. Aquí viene la aportación de alcance, por cuanto, Siemens vivió entre 1816 y 1892 y Tesla 1856 – 1943 y en 1886 funda su primera compañía, y fue en 1887 cuando construyó un motor de inducción sin escobillas y alimentado con corriente alterna. Pues bien, Siemens que murió cuando Tesla tenía 36, ya materializó una máquina que transformaba el fluido eléctrico continuo y débil de aquellas baterías, en corriente alterna, más fuerte y por inducción, antes de 1855. Le obligaron a poner el tendido Moscú - Sebastopol en dieciocho meses. Imposible, pero lo hizo. Los ingleses avanzaron más en los tendidos de los cables, pero no les funcionaba el telégrafo. Recurrieron a Siemens y aceptó. En 1858 implantó su fábrica en Londres. Recibió encargos de tender cables en el Mediterráneo. Incluso otras empresas como Newall y Cia. recurrían a él para el trazado Suez – Adén. Cuando acabó de tirar el tendido, no funcionó y aplicó su aparato de control de la conducción, ideado mientras contemplaba a la gente que acudía presurosa a la estación de ferrocarril: cuando se rompe un cable, el agua, en lugar del cable, sigue conduciendo la corriente. Si conocemos la resistencia de uno y otra, es posible establecer la longitud de la rotura. Así identificó que la rotura en el trazado de Aden, estaba a tres millas de esta ciudad. Cuando se comprobó, tenía razón. Allí empleó por primera vez el condensador para la cablegrafía. En aquella línea era posible telegrafiar en las dos direcciones.
En cierta ocasión, atendió personalmente a uno de los muchos jóvenes que requerían de él, comprensión para sus ideas. Le decía que un joven veía en la máquina de vapor un artefacto pesado, torpe y lento. La máquina de vapor de gas que imaginaba, decía, podía caber dentro de una canasta y en ella desarrollar 100 HP. ¿por qué no me enseña esa máquina? A lo que el joven contestó que todavía no. Siemens le preguntó ¿entonces por qué viene usted aquí. Soy comerciante, me paso el día vendiendo estampados y pasamanería, pero cuando salgo por la noche sólo pienso en la máquina de gas. Tengo un proyecto. De usted solamente quiero una palabra de ánimo; la necesito. Siemens llenó dos copas de vino y brindó por su invención. Pero le añadió: los inventos no quieren solamente ser concebibles, sino también realizados. En su realización fracasan un 99% de ideas útiles. Grandes ideas que no pueden ser aplicadas a la última posibilidad de utilización práctica, son tenidas por la opinión como utopías. No le deseo suerte, sino que el diablo entre en usted, que realice algo, que trabaje. Sin trabajo todas las ideas son abortos. Esa es la palabra que usted necesita.
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