Pensándolo bien...
Es usual preguntar por las respuestas, cuando, en realidad, son mucho más importantes las preguntas. Una sola pregunta puede originar varios niveles de respuestas, provocar décadas, a veces siglos de investigación para encontrar solución, incluso puede generar nuevas preguntas y, por último, pueden desencadenar cambios en lo que pensamos. Las respuestas, en ocasiones, ponen punto final o seguido al proceso.
Estamos en un momento de la civilización marcado por la avidez de conocimiento. La información disponible crece exponencialmente y lo que es más significativo, se dispone de ella fácil y rápidamente. Google viene a ser el paradigma actual de la información, es difícil no encontrar respuesta a cualquier pregunta. Otra cosa es la finura con la que se aproxima a la contestación significativa. Según el Instituto de Berkeley en 2002 se produjeron 5 exabytes de información (5 veces 10^(18) bytes de información, que es equivalente al tráfico anual de Internet, cuyo tamaño total se estima en unos 500 exabytes). Por si acaso no tenemos idea de la dimensión, añadiremos que supone unas 17.000 veces la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Quizás todavía es más ilustrativo decir que esa cantidad de información supone que cada individuo del planeta almacena unos 10 metros de libros para leer (si fuera el caso). Estos son datos de 2002, pero anualmente se multiplica por un millón.
¿Qué se puede hacer con una cosa así? Los científicos no se detienen ante estas cuestiones, porque no les preocupan muchos hechos. No se trata de que los ignoren, sino que no los conciben como un fin en sí mismos. No se detienen ante los hechos, sino que comienzan su trabajo justamente más allá, donde ya no hay hechos. Los hechos se seleccionan en función de las preguntas que se formulan y suelen apuntar justamente a lo que se ignora. Sócrates formuló una lapidaria conclusión que enmarca esta cuestión: “sólo sé que no sé nada” Es en esta tesitura que comienzan a tener importancia los enfoques. Es más fácil situarse en una época pasada para centrar esta cuestión. Cuando en 1687 Newton formuló las leyes que describen la gravedad e inventó el cálculo, erróneamente se piensa que lo sabía todo, que todo lo conocido estaba a su alcance. Incluso es posible que pudiera ser así. Lo que es cierto es que pensar, hoy, que en un cerebro puede estar almacenado todo lo que se conoce, es claramente imposible. Es posible que un estudiante al acabar su Licenciatura o grado, o doctorado, pueda tener más conocimientos que los que tuvo Newton en su época, pero un profesional del siglo XXI conoce una pequeña fracción del conocimiento y la información disponibles. Curiosamente, conforme aumenta nuestro conocimiento colectivo, la ignorancia no parece disminuir. Ocurre que conocemos una pequeña parte del total y nuestra ignorancia individual, como proporción del conocimiento de base, no deja de aumentar. Es descorazonador, en gran medida, ser consciente de que el conocimiento que hoy se tiene es mucho mayor que lo que cualquiera de nosotros nunca jamás sabrá. Y no está a nuestro alcance superar esta posición. ¡Nada podemos hacer!
¿Hay más ignorancia o conocimiento? Si consultamos en Google encontramos para ignorancia 22 millones de referencias, mientras que para conocimiento hay 128 millones. La misma pregunta en inglés responde con 64 millones para ignorance y 1160 millones, para knowledge (como si la ignorancia y el conocimiento tuvieran un idioma preferido). Probablemente, hay contaminación por prejuicios, porque con toda seguridad hay más ignorancia que conocimiento.
Cada 10-12 años se duplica el número de artículos científicos publicados. Viene ocurriendo así desde la época de Newton. Pero hoy no sólo cuenta la velocidad de crecimiento, sino la cantidad absoluta en que se crece. ¿Qué hay que conocer hoy para comenzar a ser científico? Es un interrogante que atormenta, por cuanto contribuir a añadir algo de conocimiento donde ya hay mucho acumulado, no hace sino limitar el progreso a aquellos lugares que han contribuido al progreso anteriormente, dado que la distancia que separa a los restantes lugares que no están en vanguardia, son demasiado grandes para soslayarlas con una nueva generación de científicos que se incorporan. Al final, hay que concluir en que la clave son las preguntas. Si se es capaz de formular una buena pregunta, se puede acertar en el camino para aportar algo en este vasto mundo del conocimiento. En esto, no todos están capacitados para promover impulso, por más títulos que posean.
Estamos en un momento de la civilización marcado por la avidez de conocimiento. La información disponible crece exponencialmente y lo que es más significativo, se dispone de ella fácil y rápidamente. Google viene a ser el paradigma actual de la información, es difícil no encontrar respuesta a cualquier pregunta. Otra cosa es la finura con la que se aproxima a la contestación significativa. Según el Instituto de Berkeley en 2002 se produjeron 5 exabytes de información (5 veces 10^(18) bytes de información, que es equivalente al tráfico anual de Internet, cuyo tamaño total se estima en unos 500 exabytes). Por si acaso no tenemos idea de la dimensión, añadiremos que supone unas 17.000 veces la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Quizás todavía es más ilustrativo decir que esa cantidad de información supone que cada individuo del planeta almacena unos 10 metros de libros para leer (si fuera el caso). Estos son datos de 2002, pero anualmente se multiplica por un millón.
¿Qué se puede hacer con una cosa así? Los científicos no se detienen ante estas cuestiones, porque no les preocupan muchos hechos. No se trata de que los ignoren, sino que no los conciben como un fin en sí mismos. No se detienen ante los hechos, sino que comienzan su trabajo justamente más allá, donde ya no hay hechos. Los hechos se seleccionan en función de las preguntas que se formulan y suelen apuntar justamente a lo que se ignora. Sócrates formuló una lapidaria conclusión que enmarca esta cuestión: “sólo sé que no sé nada” Es en esta tesitura que comienzan a tener importancia los enfoques. Es más fácil situarse en una época pasada para centrar esta cuestión. Cuando en 1687 Newton formuló las leyes que describen la gravedad e inventó el cálculo, erróneamente se piensa que lo sabía todo, que todo lo conocido estaba a su alcance. Incluso es posible que pudiera ser así. Lo que es cierto es que pensar, hoy, que en un cerebro puede estar almacenado todo lo que se conoce, es claramente imposible. Es posible que un estudiante al acabar su Licenciatura o grado, o doctorado, pueda tener más conocimientos que los que tuvo Newton en su época, pero un profesional del siglo XXI conoce una pequeña fracción del conocimiento y la información disponibles. Curiosamente, conforme aumenta nuestro conocimiento colectivo, la ignorancia no parece disminuir. Ocurre que conocemos una pequeña parte del total y nuestra ignorancia individual, como proporción del conocimiento de base, no deja de aumentar. Es descorazonador, en gran medida, ser consciente de que el conocimiento que hoy se tiene es mucho mayor que lo que cualquiera de nosotros nunca jamás sabrá. Y no está a nuestro alcance superar esta posición. ¡Nada podemos hacer!
¿Hay más ignorancia o conocimiento? Si consultamos en Google encontramos para ignorancia 22 millones de referencias, mientras que para conocimiento hay 128 millones. La misma pregunta en inglés responde con 64 millones para ignorance y 1160 millones, para knowledge (como si la ignorancia y el conocimiento tuvieran un idioma preferido). Probablemente, hay contaminación por prejuicios, porque con toda seguridad hay más ignorancia que conocimiento.
Cada 10-12 años se duplica el número de artículos científicos publicados. Viene ocurriendo así desde la época de Newton. Pero hoy no sólo cuenta la velocidad de crecimiento, sino la cantidad absoluta en que se crece. ¿Qué hay que conocer hoy para comenzar a ser científico? Es un interrogante que atormenta, por cuanto contribuir a añadir algo de conocimiento donde ya hay mucho acumulado, no hace sino limitar el progreso a aquellos lugares que han contribuido al progreso anteriormente, dado que la distancia que separa a los restantes lugares que no están en vanguardia, son demasiado grandes para soslayarlas con una nueva generación de científicos que se incorporan. Al final, hay que concluir en que la clave son las preguntas. Si se es capaz de formular una buena pregunta, se puede acertar en el camino para aportar algo en este vasto mundo del conocimiento. En esto, no todos están capacitados para promover impulso, por más títulos que posean.
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