Pensándolo bien...
A nivel mundial superamos en estos momentos los dos millones de muertes por el COVID 19. En términos relativos puede parecer no demasiado, en términos humanos es una cantidad disparatada, como para que los más de 7500 millones de seres conozcan, hayan compartido o departido con alguna de las víctimas, lo que nos da una idea de la cercanía de la catástrofe. La variabilidad humana añade que nadie está exento de quedar incluido en la fatídica bolsa de afectados. Independientemente de que haya colectivos, especialmente afectados, nadie escapa de formar parte de potenciales sufridores.
Ciertamente, como afirma Clarisa Ríos del Centro para el Estudio de Riesgo Existencial (CSER) en la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, la calificación de un evento como de riesgo catastrófico requiere acabar con la vida de un 10% de la población mundial o provocar daños estimados en grado equivalente, que en cifras se sitúa en torno a los 750 millones de personas. Descendiendo a España, supone en torno a 2 millones de personas y en la región de Murcia unas 150.000 personas. Si analizamos los datos hasta el presente, el Mundo registra 2,59 millones de fallecidos, España mas de 70 000 fallecidos y la Región de Murcia supero los 1500. No hay calificación para los casos detectados que a nivel mundial se cifra en 117 millones, en España supera los 3 millones y en Murcia los 100.000. Pero, lo cierto y verdad es que no se aleja demasiado de las referencias para la calificación de lo que podríamos denominar “potencial riesgo catastrófico”, al ser casos afectado, aunque la definición de riesgo catastrófico se limita a los fallecidos.
En todo caso, aun estando lejos de las referencias establecidas, hay que tener en cuenta los esfuerzos que se han llevado a cabo y se llevan, con objeto de detener la propagación, lo que se ha dado en vulgarizar con aquello del aplanada de la curva, que solo es el registro de lo que o curre, pero inocuo para incidir de ninguna forma. Gracias a ello, no solo hemos hecho más llevadera la labor de atención hospitalaria, sino que hemos logrado tener a raya, en alguna medida, la catástrofe que nos amenaza. La estadística informa, oculta la ignorancia, pero alerta a las mentes reflexivas para adoptar medidas que palien las dificultades, que en este caso atravesamos.
No es la primera vez que estanos, como Humanidad, próximos a la situación de riesgo catastrófico. La tantas veces referida pandemia de 1918, de la mal llamada gripe española implicó la muerte de entre el 1% y el 5% de la población mundial, aunque con ambigüedad en la contabilidad correspondiente.
En ambos casos, muy alejados de la situación de riesgo existencial en que tendría lugar la aniquilación de todos los seres humanos o de un número suficiente como para no poder mantener los estándares de vida logrados, al quedar muy afectada la potencial recuperación a partir de la situación devenida.
Hemos pasado por situaciones muy diversas en los 45 millones de siglos de vida de nuestra Tierra. Pero no es menos cierto que nunca tuvimos una situación parecida en cuanto a conocimientos y, por ende, dominio de la Naturaleza. Como humanos, somos más peligrosos que nunca en cuanto a la repercusión que pueda tener un error o un uso deliberadamente punitivo haciendo uso de la tecnología desarrollada y disponible. No se trata, ya, de ciencia ficción, sino de Ciencia real, conocimiento alcanzado, tecnología desarrollada. No se trata de riesgos menores, sino auténticos peligros en escenarios reales.
Y, en esta circunstancia, nos ha sorprendido un elemento que no estaba incluido en los peligros próximos. De improviso el telón del mundo se abrió, dando paso a un nuevo actor que ha hecho palidecer a todas las preocupaciones restantes que han pasado a ser menores. No sería aproximada la afirmación de que los peores peligros vienen de nosotros, aunque pudiera ser y algún dia sabremos. En todo caso, los medios de transporte que hemos logrado, también se encargan de difundir, del mismo modo que las famosas redes sociales diseminan recomendaciones, noticias, indicaciones, cuando no juicios de valor y hechos que con harta frecuencia resultan falsos, pero generadores de confusión, si no de auténtico pánico.Y todo ello a la velocidad de la luz.
No cabe duda que esta aparición de un peligro sustancial para la Humanidad nos tiene que hacer aprender muchas cosas, con objeto de que el futuro pueda ser algo diferente. La Ciencia predice con precisión controlada cuanto pueda ocurrir, si se le escucha convenientemente, si se le cree, como método sin igual, evidenciado hasta el presente. Solo hay que escuchar los pronósticos, solo hay que ayudar a los que trabajan para formularlo, solo hay que invertir en lo único capaz de hacer retornar lo invertido con una garantía superior a cualquier otra forma de hacerlo. El coronavirus no es la primera dificultad que hemos atravesado, ni será la última, ni mucho menos.
Podríamos pensar en muchas áreas en las que estamos avanzando utilidades, desde la Inteligencia artificial, hasta otros aspectos tecnológicos, pasando por los avances biológicos las amenazas por nuestras conductas ambientales y, por qué no, por los aspectos sociales, que por una falsa creencia muchos estiman que no es posible retroceder a épocas pasadas en las que los propios humanos hemos actuado directamente al estilo de pandemia, superando en muchos casos a éstas.
Los riesgos no son nominales, sino que van acompañados de una pléyade de efectos colaterales con capacidad aniquiladora sin precedentes. No ha sido el sector de la salud el único afectado, como señala Rios, sino que desde el y transporte, el turismo, la economía, la educación, el trabajo, etc. has sido sacudidos con lo que el afectado ha sido un estilo de vida destilado de muchos años de historia.
Debiéramos tomar buena nota cuando referimos el cambio climático que es la amenaza más cualificada de las que se ciernen sobre el planeta en estos momentos. No podemos ignorar que nos veremos afectados, estemos donde quiera que vivamos y como vivamos. Habría que exigir a los gobernantes que sean capaces de pedir auxilio por los que estudian y se dedican a analizar los datos fidedignos que entran en la coctelera para la predicción y el pronóstico. No cabe duda. Pero, igualmente hay que exigir de nuestros congéneres que sean capaces de sintonizar con la onda que soporta el riesgo catastrófico y conviertan sus conductas en excelentes faros donde contemplar conductas ejemplares en la dirección de apoyo a las medidas que pueden llevarnos a evitar la catástrofe. Las ideas pueden ser bellas, las políticas, incluso podrían ser magníficas, pero si no hay conductas individuales sintonizadas con las apremiantes exigencias para evitar o soslayar los riesgos, nada impedirá su ocurrencia.
Hay muchas cosas que han cambiado en los últimos tiempos. En especial, el área más zarandeada ha sido la economía, abrazada una globalidad, en la mayoría de los casos con auténtica ignorancia de sus implicaciones y aunque se oculta, sin saber muy bien la razón, los efectos sociales se han visto afectados sin previsión. En todo caso, la globalización y la globalidad nunca han considerado de forma directa la necesidad de una mentalidad de ciudadanía global. Esa ciudadanía que requiere una acción concertada para afrontar los riesgos catastróficos y blindar el progreso como el logro más preciado de la Humanidad. En gran medida gracias a la Ciencia, sin duda.
Ciertamente, como afirma Clarisa Ríos del Centro para el Estudio de Riesgo Existencial (CSER) en la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, la calificación de un evento como de riesgo catastrófico requiere acabar con la vida de un 10% de la población mundial o provocar daños estimados en grado equivalente, que en cifras se sitúa en torno a los 750 millones de personas. Descendiendo a España, supone en torno a 2 millones de personas y en la región de Murcia unas 150.000 personas. Si analizamos los datos hasta el presente, el Mundo registra 2,59 millones de fallecidos, España mas de 70 000 fallecidos y la Región de Murcia supero los 1500. No hay calificación para los casos detectados que a nivel mundial se cifra en 117 millones, en España supera los 3 millones y en Murcia los 100.000. Pero, lo cierto y verdad es que no se aleja demasiado de las referencias para la calificación de lo que podríamos denominar “potencial riesgo catastrófico”, al ser casos afectado, aunque la definición de riesgo catastrófico se limita a los fallecidos.
En todo caso, aun estando lejos de las referencias establecidas, hay que tener en cuenta los esfuerzos que se han llevado a cabo y se llevan, con objeto de detener la propagación, lo que se ha dado en vulgarizar con aquello del aplanada de la curva, que solo es el registro de lo que o curre, pero inocuo para incidir de ninguna forma. Gracias a ello, no solo hemos hecho más llevadera la labor de atención hospitalaria, sino que hemos logrado tener a raya, en alguna medida, la catástrofe que nos amenaza. La estadística informa, oculta la ignorancia, pero alerta a las mentes reflexivas para adoptar medidas que palien las dificultades, que en este caso atravesamos.
No es la primera vez que estanos, como Humanidad, próximos a la situación de riesgo catastrófico. La tantas veces referida pandemia de 1918, de la mal llamada gripe española implicó la muerte de entre el 1% y el 5% de la población mundial, aunque con ambigüedad en la contabilidad correspondiente.
En ambos casos, muy alejados de la situación de riesgo existencial en que tendría lugar la aniquilación de todos los seres humanos o de un número suficiente como para no poder mantener los estándares de vida logrados, al quedar muy afectada la potencial recuperación a partir de la situación devenida.
Hemos pasado por situaciones muy diversas en los 45 millones de siglos de vida de nuestra Tierra. Pero no es menos cierto que nunca tuvimos una situación parecida en cuanto a conocimientos y, por ende, dominio de la Naturaleza. Como humanos, somos más peligrosos que nunca en cuanto a la repercusión que pueda tener un error o un uso deliberadamente punitivo haciendo uso de la tecnología desarrollada y disponible. No se trata, ya, de ciencia ficción, sino de Ciencia real, conocimiento alcanzado, tecnología desarrollada. No se trata de riesgos menores, sino auténticos peligros en escenarios reales.
Y, en esta circunstancia, nos ha sorprendido un elemento que no estaba incluido en los peligros próximos. De improviso el telón del mundo se abrió, dando paso a un nuevo actor que ha hecho palidecer a todas las preocupaciones restantes que han pasado a ser menores. No sería aproximada la afirmación de que los peores peligros vienen de nosotros, aunque pudiera ser y algún dia sabremos. En todo caso, los medios de transporte que hemos logrado, también se encargan de difundir, del mismo modo que las famosas redes sociales diseminan recomendaciones, noticias, indicaciones, cuando no juicios de valor y hechos que con harta frecuencia resultan falsos, pero generadores de confusión, si no de auténtico pánico.Y todo ello a la velocidad de la luz.
No cabe duda que esta aparición de un peligro sustancial para la Humanidad nos tiene que hacer aprender muchas cosas, con objeto de que el futuro pueda ser algo diferente. La Ciencia predice con precisión controlada cuanto pueda ocurrir, si se le escucha convenientemente, si se le cree, como método sin igual, evidenciado hasta el presente. Solo hay que escuchar los pronósticos, solo hay que ayudar a los que trabajan para formularlo, solo hay que invertir en lo único capaz de hacer retornar lo invertido con una garantía superior a cualquier otra forma de hacerlo. El coronavirus no es la primera dificultad que hemos atravesado, ni será la última, ni mucho menos.
Podríamos pensar en muchas áreas en las que estamos avanzando utilidades, desde la Inteligencia artificial, hasta otros aspectos tecnológicos, pasando por los avances biológicos las amenazas por nuestras conductas ambientales y, por qué no, por los aspectos sociales, que por una falsa creencia muchos estiman que no es posible retroceder a épocas pasadas en las que los propios humanos hemos actuado directamente al estilo de pandemia, superando en muchos casos a éstas.
Los riesgos no son nominales, sino que van acompañados de una pléyade de efectos colaterales con capacidad aniquiladora sin precedentes. No ha sido el sector de la salud el único afectado, como señala Rios, sino que desde el y transporte, el turismo, la economía, la educación, el trabajo, etc. has sido sacudidos con lo que el afectado ha sido un estilo de vida destilado de muchos años de historia.
Debiéramos tomar buena nota cuando referimos el cambio climático que es la amenaza más cualificada de las que se ciernen sobre el planeta en estos momentos. No podemos ignorar que nos veremos afectados, estemos donde quiera que vivamos y como vivamos. Habría que exigir a los gobernantes que sean capaces de pedir auxilio por los que estudian y se dedican a analizar los datos fidedignos que entran en la coctelera para la predicción y el pronóstico. No cabe duda. Pero, igualmente hay que exigir de nuestros congéneres que sean capaces de sintonizar con la onda que soporta el riesgo catastrófico y conviertan sus conductas en excelentes faros donde contemplar conductas ejemplares en la dirección de apoyo a las medidas que pueden llevarnos a evitar la catástrofe. Las ideas pueden ser bellas, las políticas, incluso podrían ser magníficas, pero si no hay conductas individuales sintonizadas con las apremiantes exigencias para evitar o soslayar los riesgos, nada impedirá su ocurrencia.
Hay muchas cosas que han cambiado en los últimos tiempos. En especial, el área más zarandeada ha sido la economía, abrazada una globalidad, en la mayoría de los casos con auténtica ignorancia de sus implicaciones y aunque se oculta, sin saber muy bien la razón, los efectos sociales se han visto afectados sin previsión. En todo caso, la globalización y la globalidad nunca han considerado de forma directa la necesidad de una mentalidad de ciudadanía global. Esa ciudadanía que requiere una acción concertada para afrontar los riesgos catastróficos y blindar el progreso como el logro más preciado de la Humanidad. En gran medida gracias a la Ciencia, sin duda.
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