Columnas
Columna de la Academia publicada en el diario La Verdad el 28 de febrero de 2015.
Estos días se nos recuerda que polvo somos y en polvo nos convertiremos. Esto no es un augurio siniestro, sino la expresión de un principio fundamental de la física, la denominada Segunda Ley de la Termodinámica. Dicha ley predice que de manera irreversible todo sistema tiende a desorganizarse y hacerse homogéneo. Pero si esto es así, ¿cómo es posible que exista la vida? Los seres vivos somos estructuras altamente complejas que se auto-organizan a partir de un entorno menos complejo, de átomos y moléculas más simples. La vida resuelve esta paradoja aprovechando que en el cambio de un estado complejo a otro más simple se produce un flujo de energía que puede utilizarse para generar trabajo y dicho trabajo es utilizado por la vida para construirse a si misma, aunque el entorno se degrada y la Segunda Ley se cumple en el conjunto. Por eso la vida busca las fronteras y es en las fronteras donde se mueve la historia, se desarrolla la cultura, se produce el comercio, surgen las grandes ciudades e imperios.
La Evolución ha sido un proceso continuo en el que los organismos y los ecosistemas tienden a aumentar su complejidad y poder tener más control sobre el proceso de transformación de la energía y su propio funcionamiento. Para ello adquieren estructuras y establecen nuevas relaciones que les permiten ser más eficientes y competitivos en la utilización de los recursos y de la energía.
La segunda ley y la forma de neutralizarla tienen consecuencias importantes a la hora de valorar la importancia del esfuerzo y de superar dificultades en la construcción de uno mismo, en la formación de un deportista o un profesional o en la educación de nuestros hijos. Pero también en cómo salir de una crisis o en cómo ser más competitivos. Tiene otra consecuencia poco deseable y es que cuando la vida no encuentra un cambio de estado que esté teniendo lugar de forma natural puede inducirlo transformando materiales o sistemas complejos y estructurados en sistemas desestructurados. Es decir, lo que llamamos contaminar. Contaminar resulta por tanto inevitable si se quiere mantener un cierto nivel de complejidad, y esto afecta a los enfoques que debemos utilizar para resolver el problema de la contaminación que, al mismo tiempo puede hipotecar nuestro futuro y reduce nuestra calidad de vida.
Quizás tengamos oportunidad de ir desarrollando los matices e implicaciones de todos estos aspectos en futuras columnas.