Pensándolo bien...

null PER FUMUM

La propia denominación “perfume” (per fumum), indica que es volátil, que se propaga a través del humo. En su origen se perfumaba el ambiente, mediante la combustión de resinas, maderas olorosas o raíces que producían humo. Si bien etimológicamente se incardina en el mundo latino, no es menos cierto que el origen es muy anterior. Perfurmarse es un concepto que se pierde en el tiempo. Los antiguos griegos y romanos alcanzaron un refinado uso de fragancias y perfumes. En Roma se comercializaban en unas tiendas deniominadas tabernae unguentaria.  Eran negocios familiares que heredaban los secretos del proceso de generación en generación. Se guardaban en recipientes de alabastro, al ser impermeable y poder lograr la estanqueidad. Los recipientes más económicos de cerámica eran más populares en Grecia y en Roma. Los sustituyó el vidrio, mucho más asequible.

 

Uno de los problemas a solventar consistía en el soporte para mantener los perfumes, por cuanto un compuesto volátil se escapa y hay que ingeniárselas para sujetarlo. Para ello se utilizaban sustancias grasas. El alcohol como soporte de las sustancias aromáticas comenzó a utilizarse en el siglo XIV. Usualmente se empleaba el aceite de oliva o de sésamo o de lino, incluso de almendras. Se le agregaban como conservantes o colorantes, por ejemplo cinabrio o una planta herbácea perenne, muy ramificada y poco leñosa, cuyas flores de cáliz acrescente tienen una corola amarilla y florece entre mayo y julio. Los griegos usaban la orcaneta para dar color a los aceites, pintarse los labios y colorear polvos. Se ha empleado ampliamente como colorante, incluso en tiempos casi contemporáneos, porque en 1880, cuando Guerlaine creó el maquillaje, lo hizo a base de una pomada con mantequilla fresca, cera de abeja, raíces de orcaneta y racimos de uvas negras sin pulpa, que coloreaban los labios sin producir, por vez primera, ningún efecto secundario.

 

Ya en el antiguo Egipto se usaron pastas coloreadas obtenidas de plantas, animales o minerales. Se data en 4000 a.C., según el historiador Herodoto de Halicarnaso que vivió en el siglo V a. C. Se usaban, tanto por hombres como por mujeres. Aplicaron pigmentos rojos en labios y mejillas, perfilaron las cejas, tiñeron los cabellos y cuidaron la piel y la higiene corporal empleando desodorantes. El maquillaje se concebía con una dimensión sagrada y concretaba la unión humano-dioses. Los perfumes, en cambio, purificaban, disipaban malos olores. En el itinerario funerario se incluían perfumes y ungüentos, como constató el arqueólogo Carter, cuando descubrió la tumba de Tutankamon. En el siglo II d.C. se conoció un manual de cosmética que se atribuía a Cleopatra. La primera receta de crema se atribuye a Galeno y sería muy próxima a la que hoy se denomina cold cream. En la Edad Media decayó el uso de los cosméticos, en contraposición al mundo musulmán, que los enriquecían con perfumes fuertes. En los conventos se guardaban las fórmulas, como la del agua mirabilis, precedente de la actual colonia o los cosméticos de Hildegarda de Bingen. En el Renacimiento se incrementó el uso, pues los malos olores, derivado de la falta de higiene, había que mitigarlos. En el siglo XVII se destapó una época de ensalzamiento de la virginidad, que conllevaba decolorar los cabellos con lejía y la cara, escote y manos con el corrosivo soliman. Posteriormente, vino la moda del colorete (color de Granada) en las mejillas, como contraste a la piel blanca obtenida con harina de arroz. La cosmética conllevaba riesgos de envenenamiento, por los ingredientes que se usaban. Se llegaron a emplear compuestos de bismuto o plomo para blanquear la cara y el colorete de la cara contenía plomo, azufre o mercurio.

 

Los pintalabios de uva negra y orcaneta no dejaban huella al besar. En 1926 se propuso un pintalabios de carmín indeleble, que dejaba huella y comenzó a vigilarse y formular normativas, antecesoras de la de 1998 en España, que evalúaba los efectos preniciosos o no deseados para no consentir que perjudiquen, con certeza y sin riesgos y, por tanto, más seguros.

 

El repertorio de aromas en la antigüedad fue muy amplio. El de rosas ocupaba un lugar prominente, aunque muchos otros fueron también afamados: canela, azafrán, mirra, nardo, narciso, membrillo, etc. Las fórmulas eran complejas. Plinio refiere la del perfume de rosas: flor de rosas, aceite de azafrán, cinabrio, cálamo aromático, miel, junco oloroso, flor de la sal, orcaneta y vino. Dioscórides precisa, incluso cuantitativamente, señalando que hay que usar hasta mil pétalos de rosa, para obtener el perfume de ésta. Para extraer el aroma vegetal, se empleaba el prensado, la maceración en frío y la maceración en caliente, en las que se colocaban capas sucesivas de aceite y pétalos, que se sustituían tras un tiempo, para lograr mayores concentraciones de aroma. Obviamente, en la maceración en caliente se aplicaba calor.

 

Para Dioses, para difuntos, para vivos y muertos, para hombres y mujeres, jóvenes y viejos, en el kit de belleza se contenían y contienen los ungüentarios que incluyen los aceites y cremas, cuyos excesos se recogían con el estrígilo. Hoy, en general, cuidamos más las proporciones, también por el precio. Pero antes y ahora acompañan a los humanos que cuidan de ofrecer una proximidad atractiva. La dulzura