Columnas
Los asteriscos que aparecen en el título de esta columna corresponden a unas letras (fáciles de identificar) cuyo significado se desgranará a lo largo de la lectura del texto que sigue.
Tengo la costumbre de husmear en los puestos de mercadillos ambulantes, pues, entre las curiosidades que ofrecen, en ocasiones descubro objetos que me suscitan una reflexión, más allá de la rareza o procedencia de alguna pieza. De un tiempo a esta parte, he detectado lo que parece ser un pequeño pisapapeles de forma cónica o piramidal, formado por alguna especie de resina sintética, con pequeños objetos coloreados en su interior (virutas metálicas, minerales…), dispuestos en formas que resultan atractivas a la vista. Hasta aquí, nada que objetar.
Pero cuando presto más atención, veo que esos objetos, que yo pensaba que eran meramente decorativos (¡sobre gustos no hay nada escrito!), resulta que se llaman orgonitas y que se venden con propósitos tales como: prevención de dolores de cabeza, de tensiones y de diferentes malestares provocados por la contaminación electromagnética, mejora del sueño (esto dicen unos carteles), capacidad de transformar energías negativas en positivas (esto dicen otros) y mensajes similares destinados a la mejora del bienestar personal mediante los denominados métodos holísticos y alternativos.
¿Y cuál es el fundamento (evito usar el adjetivo científico) al que se recurre para proclamar las virtudes de la orgonita? Ni más ni menos que el orgón. Vale. ¿Pero qué es el orgón? Pues, según dicen, una forma de energía que impregna todo el universo, propuesta en el siglo pasado por Wilhem Reich, quien se dedicó a la venta de “acumuladores de orgón” en Estados Unidos, hasta que las autoridades del país prohibieron este negocio basado en afirmaciones falsas y engañosas. Esta “energía orgónica” no obedece las leyes de la física, pues no hay forma de detectarla, sino que se rige por criterios espirituales.
Cuando una orgonita no funciona como se espera, no se debe a su inutilidad intrínseca, sino a que hay que recargarla o colocarla en la orientación y el lugar adecuados.
Pero no es la ciencia, sino la mercadotecnia y la credulidad de la gente las que están detrás de este talismán pseudocientífico, inútil para los propósitos que se le atribuyen.
Finalizo esta columna revelando las letras correspondientes a los asteriscos del título de la columna. Son las siguientes: p, t, n, m (con el orden bailado). Sustituyéndolas donde corresponda, los lectores encontrarán de forma resumida el mensaje que he intentado transmitir en esta columna.