Columnas

null Nuestros santos patronos

Todos los años celebramos las festividades de dos personajes del siglo XIII como patronos de la Ciencia y de la Universidad. Uno es S. Alberto Magno, patrón de las clásicas facultades de Biología, Fisica, Geología, Matemáticas y Química, quien fue elevado a la categoría de santidad siete siglos después de su muerte por Pio XI en 1931.  El otro es Sto. Tomás de Aquino, santo a partir de 1880, y declarado patrón de la Universidad Española en su conjunto. El primero fue maestro del segundo, aunque el discípulo murió antes que el maestro.

Se supone que S. Alberto conocía las cuatro reglas aritméticas básicas y, en consecuencia, su reconocido patrocinio sobre las Matemáticas resulta hasta cierto punto comprensible. Por otra parte, este mismo santo fue un activo alquimista y astrólogo, relacionado con ciencias ocultas de dudosa ortodoxia, y descubridor del arsénico, razón por la que su relación con la Química, y en menor medida con la Física, parece igualmente justificada. Además, escribió un extenso tratado sobre los minerales por entonces conocidos («De mineralibus») y esta cuestión motiva que los geólogos lo reconozcan también como patrono. Sin embargo, respecto a la Biología, sus aportaciones científicas son llamativamente erróneas y equivocadas, por lo que su consideración como patrono de los biólogos resulta polémica y debería ser motivo de reconsideración.

Respecto al problema del origen de la vida, S. Alberto defendió la noción de la generación espontánea y apoyó que podían generarse seres vivos por la descomposición de la materia orgánica y la fuerza vivificadora de las estrellas. Sus obras describen casos de aparición de insectos, gusanos, ranas y ratones a partir de materiales putrefactos, así como la aparición de vegetales por emanaciones de la tierra bajo la influencia del calor y la luz nocturna de las estrellas. Su distinguido discípulo Sto. Tomás de Aquino, en su obra fundamental («Summa Theologiae»), validó también la existencia de una fuerza vitalista en el curso de la podredumbre e incluso sostuvo que aquellos gusanos que tras la muerte atormentan en el Infierno a los condenados son el resultado de la putrefacción de sus pecados. De ello podía deducirse que los cuerpos incorruptos son signo de santidad. También dedujo que muchos parásitos dañinos nacen de las maquinaciones del diablo y otros espíritus malignos.

En definitiva, las ideas científicas de estos patronos sobre asuntos biológicos resultan disparatadas y, por ello, sería conveniente establecer otros iconos de referencia, sean santos o no.