Columnas
La excelente columna del Prof. García de la Torre “El cielo es azul” (LA VERDAD, 14-10-2017) me ha traído a la memoria un curioso caso de presciencia o anticipación histórica. Me refiero al soneto, atribuido unas veces a Bartolomé Leonardo de Argensola (1562-1631), otras a su hermano Leonardo (1559-1613), titulado “A una mujer que se afeitaba [maquillaba] y estaba hermosa” que dice:
Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.
Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!
Lo que me hace traer aquí a colación este bello e ingenioso soneto es, por supuesto, el último terceto. Que el cielo no sea en realidad un techo es algo que estaba al alcance de una persona culta de finales del siglo XVI, al fin y al cabo Copérnico había publicado su obra en 1543, y no fue prohibida hasta 1616, y los Argensola no eran unos pueblerinos incultos. Pero, ¿qué decir de esa afirmación tajante de que “el cielo no es azul”? Newton (1642-1727), el primero que explicó la difracción de la luz y la descomposición de la luz blanca en los colores del arco iris, nació mucho más tarde de que los Argensola fallecieran. Y no digamos Rayleigh o Tyndall. Me parece exagerado decir aquí eso de que la naturaleza imita al arte, pero no deja de ser curioso comprobar, una vez más, que la intuición del artista puede anticipar el conocimiento científico. “Es una casualidad”, me dirá el racionalista. “O no”, le podrá responder el poeta. El autor de estas líneas es científico de profesión, y es el primero en reconocer la maravillosa capacidad del método científico para explicarnos el mundo en que vivimos. Pero, ¿es el único método de conocimiento? De eso no estoy tan seguro. ¿No progresó la humanidad desde sus primeros balbuceos hasta que se estableció y difundió el método científico, prácticamente en el siglo XVII? ¿Vamos a seguir creyendo que son “salvajes” o “primitivos” los pueblos que han evolucionado por vías distintas a las del mundo occidental? Y, sobre todo, ¿acaso son los sabios más felices que los ignorantes?