Artículos Académicos
Puede que les sorprenda encontrar juntos los nombres de Isaac Newton y John Keynes. Newton es quizás el científico más famoso de la historia (con permiso de Einstein) y Keynes uno de los economistas más notables del pasado siglo. Sus ideas económicas han alcanzado una gran “celebridad” en estos tiempos de crisis en los que se alzan las voces de los “keynesianos” pidiendo un mayor gasto de los estados frente a la austeridad, para promover el crecimiento y salir de la recesión. Además de la fama compartida y que ambos fueron miembros distinguidos de la Universidad de Cambridge, la relación se completa al conocer que uno de los múltiples intereses de Keynes, además de su dedicación a la economía, fue el estudio de los manuscritos de Newton sobre sus trabajos como alquimista, que había adquirido en una subasta. Sí, estamos hablando del alquimista Newton, el mismo que nos dejó obras monumentales como los tres volúmenes de los “Philosophiae naturalis principia mathematica”, donde estableció las leyes de la física y los métodos para predecir sus consecuencias. Pero lo cierto es que los abundantes papeles de Keynes demuestran que Newton invirtió mucho tiempo y esfuerzo en tareas tales como la búsqueda de la “piedra filosofal” o a la interpretación de profecías bíblicas. ¿Cómo es posible que una cabeza como la de Newton buscara entender el mundo mediante las leyes físicas a la vez que con antiguas manipulaciones de alquimia? Keynes creía que Newton fue reamente distinto a la imagen que de él ha trascendido como el primer gran científico racional de la era moderna. En realidad parece que pasó gran parte de su vida obsesionado, no tanto en sus experimentos serios, como en resolver antiguos enigmas o en descifrar versos cifrados. Algo así como una mezcla de mago y científico, con un pie en la edad media y otro en la modernidad que el mismo inició. Esta ambivalencia encaja bien con la notoria personalidad difícil de Newton. En palabras de Keynes, “un ejemplo extremo de neurótico”, con un carácter temeroso, invadido por el miedo a exponer sus pensamientos y descubrimientos ante el mundo. Pero dotado de unas tremendas habilidades experimentales, quizás sólo superadas por su inusual poder de concentración durante días para resolver los problemas a los que se enfrentaba. Un genio atrapado por su tiempo y su personalidad que cambió el mundo sin que ahora sean ya muy trascendentes las pruebas que dejó manuscritas de sus ocupaciones esotéricas de sus años en Cambridge.