Pensándolo bien...

null NAVIDADES LUMINOSAS

El primer signo de que la Navidad se aproxima, aunque de lejos, es la iluminación de calles y plazas. Algunas ciudades han dejado su impronta indeleble en la consideración de su espléndida iluminación. Una denominación como Ciudad de la Luz, otorgada por los ingleses a Paris, realza que la belleza de sus calles que provocó al iluminarlas y poderlas contemplar también por la noche, incitando a que todo el mundo viajara para contemplar el espectáculo. Algo más que seguridad, animaba la brillantez, claro está.

Navidad se ha convertido en un tiempo propicio para la iluminación de ciudades y hogares. Algunas logran relevancia en este tiempo, por su acierto en destacar. Tienen diferentes razones para su explicación, desde la forma de destacar hasta un contenido más profundo y religioso como es asociar el tiempo del nacimiento de Jesús, como un símbolo de la llegada de la luz al mundo. No cabe imaginar una ciudad oscura en tiempos de Navidad. Es un tiempo que evoca momentos de la infancia en la que si algo destaca es que fuimos felices. De hecho, en esta satisfacción habría que encontrar la explicación de por qué cada vez decoramos los hogares antes de lo que corresponde: porque es una forma de alargar, temporalmente, las emociones que nos produce.

La luz es un fenómeno fundamental para el desarrollo de la vida, fuente de inspiración artística y capaz de provocarnos fascinación. El amanecer y la puesta de Sol y los fenómenos en los que la luz es protagonista, desde el arco iris, hasta las auroras boreales y todas las aplicaciones desde los telescopios hasta los rayos láser, nos provocan asombro y admiración. No es de extrañar que desde siempre haya sido una cuestión a descifrar su naturaleza y conocer su intimidad.

Y no es una cuestión de emoción solamente. Los colores de los adornos navideños, parecen brillar más que en otros momentos. Se puede afirmar que cuando llega este tiempo, esperamos que nos inunde un torrente de luz. Probablemente, ahora más que nunca, porque no en vano hemos estado confinados largos periodos de tiempo y parece natural el deseo de disfrutar de alegría y olvidar dolor y sufrimiento que, quieras que no, todo el mundo que se ha salvado, tiene, en el fondo. Llenar un hogar o una ciudad se asocia a la iluminación. En 1882, Edward Johnson que fue un inventor asociado a Edison, instaló, por vez primera, las luces en Navidad.

Se atribuye a las luces el que provocan una alteración neurológica que conlleva la sensación de felicidad. En el fondo todo aquello ajeno a los hábitos usuales impacta en  los sentidos y conlleva liberación de dopamina, que es bien sabido que está asociada a la emoción de la felicidad. Los colores brillantes provocan la liberación de la hormona citada. No es menos cierto que juega un papel la nostalgia emparejada a una época especialmente mágica, que rememora tiempos pasados de inocencia y alegría, juego y satisfacción, libertad y disfrute, que conforman los primeros años de nuestra existencia.

Por otro lado, cabe referir el hecho de que la costumbre de recluirnos en el hogar por razones diversas, desde valoraciones de naturaleza psicológica acerca de la relación con nuestros semejantes, hasta la imposición como la derivada de la pandemia sufrida recientemente, nos impele al cambio. El hogar es el centro de nuestras vidas y bueno es sentirse satisfactoriamente en un espacio propio. Ciertamente, este tipo de cosas, hace que la percepción de felicidad esté asociada a las expectativas, también sociales, de lograrla.

La luz y los colores, están asociados a emociones concretas, como ocurre con la coloración de los alimentos. Pero, no están ajenos en esa percepción los procedimientos tecnológicos empleados para lograrlo. Estructuralmente, nuestros ojos disponen de un mecanismo para congelar la imagen y poder identificar sus ingredientes. El proceso se conoce como movimientos sacádicos, mediante el que la mirada se dirige a un objeto en movimiento y sitúa la imagen objeto de examen, en el área de mayor agudeza visual, la fóvea, donde enfocan el objeto a examinar. Aunque de forma imperceptible, acontece este proceso, cada vez que estamos situados en un móvil y nos desplazamos, pretendiendo enfocar la imagen sobre el fondo inmóvil. NI que decir tiene que, para un correcto enfoque, la velocidad a la que los ojos actúan tiene que coincidir con la del móvil que nos desplaza. Esto conlleva una servidumbre, porque hoy sabemos que somos capaces de captar más de 2000 destellos por segundo. El proceso es muy similar al que tiene lugar cuando capturamos imágenes con una cámara. Captar velocidades lentas, requiere velocidades de exposición o grabación, fotogramas por segundo, muy elevadas, como es bien sabido.

Pero la cuestión es que no es esto solo, dado que tiene consecuencias fisiológicas. La razón es que estamos habituados a una iluminación, eléctrica, que no es la solar natural, fuente continua, sino que la eléctrica tiene una alimentación mediante corriente alterna, lo que implica unos 60 ciclos por segundo (es decir, una frecuencia de 60 Hz); en Europa y en la mayor parte del mundo es de 50 ciclos por segundo (es decir, una frecuencia de 50 Hz.). Las bombillas están parpadeando a esta velocidad, que resulta imperceptible para el ojo humano. No hay más que recordar que una sucesión de imágenes entre 25 y 30 cuadros por segundo, ya nos da la sensación de continuidad, como ocurre con las grabaciones de video y cine, respectivamente. Como receptor eléctrico que es, una lámpara de incandescencia se comporta como una resistencia óhmica, tanto aplicando corriente continua como corriente alterna, ya que debido a la inercia térmica que tiene en corriente alterna no se produce el efecto estroboscópico. Las lámparas LED tienen otra frecuencia de parpadeo modulado a unos 100 – 120 hercios, con un rectificador de onda completa conectado a una cadena de leds con un resistor conectado en serie para limitar la corriente y, por ende, menos tenue. Las fluorescentes parpadean a razón de unas 100 veces por segundo y al final de la década de los ochenta del siglo pasado, se identificaron consecuencias como disminución de dolores de cabeza al trabajar sometido a un parpadeo menos frecuente.

Ahora bien, los LEDs no tiene persistencia, es decir, cuando se desconecta la alimentación se detiene la emisión. Por ello cuando se conecta directamente a la red de corriente alterna, la LED se encenderá y apagará a razón de 50 veces por minuto, lo que es perceptible por el ojo humano, aunque sea capaz de enfocar y distinguir nítidamente los periodos de luz y de oscuridad. Esto hace que, en muchos casos, se percibe que los LEDs parpadean más que las bombillas convencionales. Por la vía de incrementar la frecuencia de parpadeo, que una imagen nítida y permanente se percibe a una frecuencia de parpadeo de 300 hercios. Algunas LED que parpadean a razón de 400 hercios resulta perceptible como raro por el ojo y, en gran medida es la razón del rechazo de este tipo de iluminación,

Las iluminaciones de ciudades navideñas que no reparan en esta referencia no resultan cómodas y se pierdes los detalles de la decoración, mejorables, por tanto. En todo caso, unas Navidades iluminadas, forman parte del fondo en el que deseamos desenvolvernos estos días: luz, claridad, esplendor, luminosidad, fulgor, refulgencia, resplandor, …, para los humanos. Ya, somos así.