Columnas
La lucha del hombre contra la enfermedad, mediante el uso de los productos que en cada momento ha tenido a su alcance, se remonta a sus orígenes. Cierto es que esta lucha no tuvo mucho éxito hasta llegar al siglo XIX puesto que, hasta entonces, la esperanza de vida se mantuvo en torno a los 25-30 años. Desde ese momento hasta mediados del siglo XX, el descubrimiento de fármacos era una cuestión de suerte más que de una investigación estructurada. Sin embargo, el avance en el conocimiento científico general, alcanzado a lo largo del pasado siglo, por equipos de investigación cada vez más multidisciplinares, es lo que provocó una profunda comprensión de los procesos químicos involucrados en las enfermedades y una imagen más clara de la forma de actuación y metabolismo de los fármacos. Desde entonces, el enfoque a la hora de abordar el diseño de nuevos fármacos ha sido el resultado de estudios mucho más estructurados, con participación de químicos, bioquímicos, biólogos, médicos, etc., aunque el éxito, en muchos casos, todavía depende de un cierto grado de suerte.
Un ejemplo que permite corroborar la importancia de esta multidisciplinariedad en el descubrimiento y aplicación de un nuevo fármaco lo constituye la impresionante actividad de un grupo de científicos que, tras identificar el veterinario canadiense F. W. Schofield la causa de la muerte por hemorragias del ganado de su zona, iniciaron una rigurosa investigación multidisciplinar liderado por el Prof. P. Link y basado en la identificación, aislamiento, caracterización y síntesis del principio hemorrágico (dicumarol) que, tras los pertinentes ensayos clínicos, fue comercializado como anticoagulante oral en la prevención y tratamiento de las trombosis. Este hallazgo abrió las puertas al desarrollo de derivados sintéticos del dicumarol, pero de acción más potente y prolongada, como es el caso de la warfarina y del acenocumarol o sintrom, ampliamente utilizados como anticoagulantes de uso humano.
Este es sólo uno de los muchos ejemplos que podrían escogerse para reflejar el hecho de que ha sido el avance conjunto de todas las ciencias lo que ha contribuido al notable y continuo incremento en la esperanza y calidad de vida de la humanidad. Y esto, que es perfectamente entendible dentro del campo biosanitario, es absolutamente extrapolable a cualquier ámbito del conocimiento, pues todos los avances científicos o tecnológicos que han contribuido a mejorar el bienestar de la sociedad han exigido el desarrollo simultáneo de todas las ciencias en su conjunto.