Columnas
El último testamento de Alfred Nobel, de 27 de noviembre de 1895, creó unos premios anuales para recompensar a aquellas personas que hubieran prestado un notable servicio a la humanidad, conduciendo a una mejora o un progreso considerable en el saber y la cultura en las cinco disciplinas de Paz o Diplomacia, Literatura, Química, Fisiología o Medicina y Física. No se me olvida Economía, no, es que no fue voluntad de Nobel, y hubo que esperar hasta 1968, cuando el Banco de Suecia, con el acuerdo de la Fundación Nobel, instituyó el «Premio del Banco de Suecia en ciencias económicas en memoria de Alfred Nobel», que muy pronto se conoció como el Nobel en Economía. Siempre se echó en falta un Nobel en Matemática, detalle falazmente atribuido, pero jamás probado, a una supuesta historia de celos de Nobel hacia el famoso matemático sueco Mittag-Leffler. Es mucho más verosímil pensar que tal ausencia fue debida a que Nobel nunca creyó en la utilidad práctica de la Matemática, disciplina que actualmente ya disfruta de su galardón equivalente en la Medalla Fields. Con el paso del tiempo, la Matemática ha ocupado ese lugar que nunca perdieron y, como se suele decir, si Nobel levantara la cabeza no habría dudado en incluirla en su testamento. Pero, ciertamente, son otros tiempos, difícilmente comparables, y cien años después, la Matemática es la base del espectacular avance científico y tecnológico del último siglo. Es más, los últimos cuatro Nobel en Economía han sido concedidos a matemáticos-economistas o economistas-matemáticos, o dicho de otra manera, a la Matemática aplicada a la economía con objeto de imponer en esta la exactitud propia de aquella a la hora de crear nuevos productos, asignar precios, evaluar riesgos y minimizar la incertidumbre y la especulación; en definitiva, fijar el marco más estable para el óptimo desarrollo de las operaciones financieras con las máximas garantías para el cliente. El caso de John Nash, Nobel en 1994, y gracias a la película “Una mente maravillosa”, quizás sea el más conocido, pero no olvidemos a Akerlof, Stiglitz, Merton, Aumann, Hurwicz, Maskin, Myerson, Diamond, Mortensen, Pissarides, Sims, Roth y Shapley. Los más recientes galardones solo admiten una interpretación: si el rigor inherente a la Matemática imperara en el mundo del dinero y su entorno, serían imposibles sucesos como el de la burbuja causante de la crisis actual. Pero claro, la Matemática eliminaría de raíz toda la especulación consustancial con ese mundo, por lo que quedan muy pocas esperanzas de que tal anhelo prospere.