Columnas
El desarrollo de cada parcela de la Ciencia suele ser el resultado de la contribución de un considerable número de científicos, aunque sólo unos pocos alcanzan la fama y el reconocimiento social, como ocurre, por ejemplo, con Einstein o Newton. Pero merece la pena dar a conocer a otros de indudable importancia que, sin embargo, no han logrado la transcendencia merecida como es el caso de Faraday.
Michael Faraday nació en Londres, el 22 de septiembre de 1791. De familia humilde, trabajó de joven como encuadernador en una librería y en su tiempo libre asistía a las conferencias del platero John Tatum, su primer maestro, sobre Galvani, a quien se consideraba entonces el descubridor de la “electricidad animal” (un procedimiento para “dar vida”, basado en la capacidad de producir el movimiento de ranas muertas). Su enorme interés por la experimentación científica lo condujo a colaborar con el prestigioso químico Humphry Davy, quien no dispensó un trato muy correcto a Faraday, pero le proporcionó la oportunidad de viajar y conocer a los mejores científicos de Europa, entre ellos Volta y Ampère, con quienes llegó a colaborar. Cuando regresó a Londres realizó interesantes aportaciones que lograron la consideración de los científicos de la época. Su lema consistió siempre en no aceptar un determinado efecto sin antes haberlo comprobado experimentalmente.
En 1820 llamó poderosamente la atención de Faraday el descubrimiento de Oersted, que la corriente eléctrica generada por una pila logra mover la aguja imantada de una brújula. Faraday perfeccionó esta observación con un artificio que él mismo ideó, pero siguió investigando sobre la relación entre electricidad y magnetismo hasta que su tenacidad le llevó a demostrar que la producción de electricidad estaba ligada a la variación del campo magnético. Este descubrimiento fue uno de los más importantes y trascendentales de la historia, puesto que es la base del funcionamiento de los generadores eléctricos y, más tarde, de las centrales eléctricas. Tal descubrimiento superó ampliamente al de las pilas voltaicas, ya que éstas eran poco manejables para ser usadas como fuente de grandes cantidades de energía. En los años siguientes, los motores eléctricos se perfeccionaron llegando a reemplazar a muchos de los que antes eran movidos por vapor.
En 1865, el gran físico James C. Maxwell expresó matemáticamente el descubrimiento de Faraday (al que justamente mencionó en todos sus trabajos), pero entonces los generadores eléctricos ya eran un hecho. Faraday, que acabó siendo presidente de la Royal Society (con el único voto en contra de Humphry Davy, su maestro), también descubrió el efecto magnetoóptico, el diamagnetismo y las leyes de la electrolisis.