Pensándolo bien...

null LOS INSTRUMENTOS NO SON LA MÚSICA

La denominación genuina de sinfonía, responde a una composición instrumental concebida para ser interpretada por una orquesta, también como introducción a una obra operística o teatral y cuyo desarrollo contempla varios movimientos, pero manteniendo una unidad tonal. En suma, una colección de instrumentos actúan de forma concertada, compartiendo un ritmo, una melodía y una armonía. Nada que ver con la actuación de la misma colección de instrumentos, cada uno por su cuenta. Estamos acostumbrados a la audición de estas actuaciones, siguiendo pautas que caracterizan diferentes opciones de lograr combinar ritmo melodía y armonía, lo que pone de relieve la existencia de distintas alternativas de lograr un efecto placentero, con el que nuestro cerebro sintoniza y es capaz de procesarlo de forma amable y reconfortante, como sentimientos emergentes desde la percepción.

Es inevitable que en estos días que atravesamos, hagamos referencias recurrentes sobre formas de asociacionismo como elementos de referencia. Las apelaciones constantes a la unidad, la uniformidad, la respuesta única, como forma definitiva garante de lograr la efectividad en la consecución de un objetivo, nos insiste en las bondades de la armonía de un colectivo. Nada lejano a las más íntimas convicciones (deliberadas o no), dado que nuestro cerebro está constituido por una red de cien mil millones de neuronas, que incluyen en torno a cien billones de sinapsis. Esto es lo que somos como seres conscientes. Los neurocientíficos de redes proponen la existencia de unos 300 nodos que articulan las interconexiones entre las diferentes zonas del cerebro, que son referencias significativas para la rama científica emergente que es la Inteligencia Artificial.

Esta concepción contrasta con la aceptada hasta hace bien poco, por la que el cerebro estaba dividido en distintas regiones, cada una de las cuales respondía a unas tareas concretas. La parcelación de la actividad es una forma de abordar los problemas, cuando la componente analítica supera a otras alternativas  y cuando el resto del universo, no incluido en el ámbito de definición del problema, resulta ser intrascendente en el problema a resolver. El consabido enunciado de “divide y vencerás”, muy propio del ámbito militar, simplifica, pero arrastra consigo todos aquellos elementos de interrelación que afectan a los sistemas que pretendemos conocer. Ciertamente, una enumeración de las distintas regiones cerebrales, incluso incluyendo sus funciones (vista, oído, movimiento, etc.), no dice nada sobre la actividad del cerebro en su conjunto. Algo similar a lo que ocurre con la actuaciones de los distintos instrumentos que constituyen una orquesta, cada uno por su cuenta, como apuntan Basset y Bertolero. La instrumentación de una obra musical, limita el ámbito que perfila. Los instrumentos son importantes, pero no son la música. La conectividad estructural en el cerebro conforma la instrumentación, pero un conjunto de conexiones en el cerebro no refleja su funcionamiento. La conectividad funcional es la que indica la actividad conjunta de distintas regiones cerebrales. Es posible que haya regiones con actividades con mayor intensidad, en función de tareas concretas, pero todo el cerebro en su conjunto parece interpretar la misma pieza musical, aunque algunos de sus instrumentos, sean protagonistas más destacados, en función de momentos concretos. Habrán, pues, módulos concretos que, en ciertos momentos, son más activos que otros, pero mantienen la interconexión; tienen que responder, en el fondo, armónicamente.

La Naturaleza, que es nuestra genitora, es armonía. Probablemente, hemos vivido demasiado tiempo en una disgregación suicida, en la que hemos despreciado a la orquesta Naturaleza como aglutinadora de ritmos, melodías y armonías. Seguramente, hoy, con mentes más claras que ayer, nos percatamos de la insensatez de nuestra conducta. Este período que hemos pasado, aislados en gran medida, hemos tenido que reflexionar sobre aspectos de nuestra vida anterior. Individual y colectivamente hemos incurrido en atentados contra la armonía de una Naturaleza que amenaza con represalias a los dislates humanos. La misma armonía que buscamos haciendo frente, técnicamente, a los estragos de un virus implacable, es la que precisa nuestra vida como sociedad. Ritmo, melodía y armonía configuran nuestra Sinfonía. Solo desde una sinfonía tiene sentido nuestra existencia. Estructuralmente y emocionalmente estamos así configurados. ¡No podemos traicionar nuestros impulsos más recónditos!