Columnas
Decía el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788 –1860) que toda verdad pasa por tres fases: “primero es ridiculizada; segundo, se le opone violentamente; y tercero, es aceptada como evidente». De las dos primeras fases tenemos numerosos ejemplos, desde la negación del cambio climático, al estado del Mar Menor en los años previos a que se hiciera patente su deterioro. Dicha negación y oposición no viene solo de los políticos que tendrían la obligación de gestionarla adecuadamente para anticipar y evitar problemas mayores, o de los sectores económicos interesados en extraer beneficios de la situación en la que se produce, sino también del propio ámbito científico, al que le rompe los esquemas preestablecidos, y de la sociedad en general, que no desea oír malos augurios. Estos dos últimos casos, incluso cuando son minoritarios, suelen servir de excusa y justificación a la negación de los primeros. El poder político y económico tiende a retroalimentar la duda mediante la financiación de los grupos de investigación discrepantes o campañas publicitarias. Estas situaciones se producen a diario, con multiplicidad de temas y afectan a todas las escalas, desde la más local a la global.
Finalmente, la realidad se impone, muchas veces ya demasiado tarde, y la verdad termina siendo aceptada.
Sin embargo, aunque Schopenhauer no llevó más lejos su reflexión, no se cierra aquí el proceso. Una vez asumida, se inicia la explotación de la “nueva verdad”. Quienes la negaban hacen ahora alarde de haberla defendido siempre, se inician nuevas líneas basadas en ella y comienza su explotación intelectual y económica. Entonces surge un cuarto estadio, en el que la verdad se pretende que sea absoluta y es enarbolada de forma fundamentalista, convirtiéndose en pancarta. Ahí se inicia un nuevo ciclo.
La ciencia parte de datos para construir esquemas conceptuales de cómo funciona el mundo. Las teorías deben ser capaces de explicar dichos datos y la respuesta de los sistemas dadas unas condiciones de partida. Cuando un dato se sale de las predicciones, éste debe ser revisado por si fuera resultado de un error de medida o transcripción, pero si no hay razones objetivas para descartarlo, entonces lo que debe revisarse es el esquema conceptual que lo explique y que debe seguir siendo coherente también con los datos anteriores. De este modo nuestro conocimiento progresa continuamente. Lo que funciona en unas condiciones dadas, y parece una verdad absoluta y sin resquicios, puede tener comportamientos distintos en otras circunstancias y el cambio de una sola variable que no se ha tenido en cuenta puede llevar a resultados diferentes. Por ello, debemos desarrollar el sentido crítico, especialmente el autocrítico, con una mirada abierta, holista, flexible ante la naturaleza para no ir de fundamentalismo en fundamentalismo. Solo así iremos descubriendo los matices y complejidades de la verdad. Y entonces nos hará libres.