Artículos Académicos

null Loa del éxito ajeno

Me pregunto si la mejora de la Ciencia española es un anhelo compartido por la mayoría de los sectores sociales. Cada dos años, y desde 2002, la FECYT (Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología) realiza la encuesta nacional sobre la Percepción Social de la Ciencia. La séptima, y última, es de abril de 2015 y, como en las anteriores y por este orden, los médicos, científicos, profesores e ingenieros son los profesionales mejor valorados. La paradoja está servida en tanto que, ocupando los políticos el último escalón de la lista, son los que deciden cómo y cuánto invertir en aquellos.

El pueblo español no es consciente, ni aprende, aun con pruebas tan evidentes, que el futuro de una sociedad depende de la valoración de su Ciencia y sus científicos. Ramón y Cajal, Severo Ochoa, Santiago Grisolía y Margarita Salas deberían ser nuestro orgullo patrio. Pero también Ispizúa, Massagué, Cirac, Barbacid y Blasco; o Pepa García, del laboratorio de al lado. Cada día, muy cerca de ti, alguien ha logrado un avance importante. Procura conocerlo, aprende a ponderar el éxito ajeno y alégrate por ello. Son muchos, cientos y cientos, anónimos, aquí y allá, jóvenes y menos jóvenes, los que están en la vanguardia del conocimiento ávidos por mejorar nuestras condiciones de vida.

Seamos generosos y no caigamos en la tentación contraria, como un antepasado nuestro, el erudito cordobés Ali Ibn Hazm (994-1063), en ‘Risala apologética’, ya advertía “Los españoles sienten envidia por el sabio que entre ellos surge y alcanza maestría en su arte; tienen en poco lo mucho que pueda hacer, rebajan sus aciertos y se ensañan, en cambio, en sus caídas y tropiezos, y con doble animosidad que en cualquier otro país. Aunque sea hombre señalado y campeón de su ciencia, si se le ocurre escribir un libro, lo calumniarán, difamarán, contradirán y vejarán. Exagerarán y abultarán sus errores ligeros; censurarán hasta su más insignificante tropiezo; le negarán sus aciertos, callarán sus méritos y le apostrofarán e increparán por sus descuidos, con lo cual sentirá decaer su energía, desalentarse su alma y enfriarse su entusiasmo. Tal es, entre nosotros, la suerte del que se pone a componer un poema o a escribir un tratado: no se zafará de estas redes ni se verá libre de tales calamidades, a no ser que se marche o huya o que recorra su camino sin detenerse y de un solo golpe”.

Artículo publicado como Columna de la Academia, en el Diario La Verdad del día 30 de enero de 2016