Artículos Académicos
Las cataratas se producen cuando una de las lentes del ojo, el cristalino, deja de ser transparente y las imágenes en la retina pierden nitidez, limitando de manera severa la visión. Todas las personas acabamos teniendo cataratas si llegamos a ser suficientemente viejos. Lo que en la antigüedad era causa segura de ceguera tiene ahora solución relativamente fácil. Se trata de sustituir el cristalino opaco por una lente artificial que restaura su función. Estas lentes, denominadas intraoculares, deben elegirse con unas características ópticas concretas para cada ojo, para asegurar una visión óptima. Sin embargo, un problema práctico es determinar exactamente la lente a implantar y no es extraño que, tras la cirugía, se necesite llevar gafas para corregir el desenfoque y astigmatismo residual y así ver bien de lejos. Una nueva solución son las lentes intraoculares ajustables. Se trata de lentes fabricadas con un material sensible a la luz que permite moldearlas una vez que se han implantado dentro del ojo. De esta manera, se adaptan exactamente las características ópticas de la lente a cada ojo para evitar los defectos de desenfoque y el astigmatismo. Idealmente, los pacientes de cataratas implantados con estas nuevas lentes tendrán asegurado que no necesitarán gafas para ver de lejos y además una visión en muchos casos superior a la de personas jóvenes. José María Marín, del Hospital Virgen de la Arrixaca, ya ha implantado con éxito estas lentes en un estudio en colaboración con el Laboratorio de Optica de la Universidad de Murcia. Basados en nuestra experiencia, son ya varios hospitales en Europa los que también implantan estas lentes, que presumiblemente se convertirán en la principal opción en un futuro próximo. Llegar a la situación actual, con pacientes felices con buena visión, requiere recorrer un largo y costoso camino. En este caso, desde el desarrollo del material, realizado en el Instituto de Tecnología de California hace más de diez años, a pruebas preclínicas, múltiples estudios ópticos y, finalmente, la cirugía y el seguimiento de los pacientes. Obtener en ciencia resultados tangibles (o mejor en este caso, “visibles”) para el ciudadano es un proceso tortuoso. Desearía que el lector (seguro candidato futuro a la cirugía de cataratas) no se sienta muy incómodo cuando, aun en tiempos de vacas más flacas, se le pida dedicar dinero de sus impuestos para avanzar en investigación, aunque parezca de lejana o nula utilidad.