Columnas
La Ciencia, como conjunto de conocimientos que permite la comprensión de la Naturaleza, no puede ser intrínsecamente perversa. Sí lo son, no obstante, quienes la amañan, que no cultivan, en pos de inconfesables y bastardos intereses, que, afortunadamente, siempre son descubiertos. En efecto, estamos a punto de celebrar el aniversario de lo que Malen Ruiz de Elvira llamó “un verano triste para la Física”. Quizás convenga reflexionar sobre aquellos casos, o siquiera merezca la pena conocer las medidas que entonces se tomaron, o por qué, mentes supuestamente privilegiadas, sucumben ante no sabemos qué tentaciones. Probablemente, el ansia enfermiza de llegar cuanto antes a lo más alto sin importar cómo. Vale el fin, pero no importan los medios.
Dos son los casos, ambos en EEUU, víctimas de su propia trampa: la falsificación de datos científicos para lograr los resultados apetecidos. Tras un año de investigación interna, en mayo de 2002, Víctor Ninov era despedido del prestigioso Lawrence Berkeley National Laboratory por el supuesto descubrimiento de los nuevos elementos pesados 116 y 118. El artículo correspondiente, en Physical Review Letters, era formalmente retirado por los editores el 15 de julio de ese año. El segundo, y más sangrante caso, implica a Jan Hendrik Schön, un joven alemán investigador de los influyentes Bell Labs, proyectado meteóricamente hacia el premio Nobel de Física, quien en su trienio de efímera gloria, el 99-01, publicó -como media- un artículo cada ocho días en las revistas más prestigiosas de su especialidad y es propietario de varias patentes. Schön, que trabajaba en semiconductores orgánicos y de estructuras de carbón, fue elevado a los altares cuando anunció la fabricación de un transistor de una simple molécula. De nuevo, tras una investigación interna, el estafador fue puesto en la calle. El 31 de octubre de 2002 Science retiró ocho artículos de Schön y lo mismo hizo Nature, el 5 de marzo de 2003, con otros siete.
El Dr. Schön merecería la atención de algún dramaturgo español, para presentarlo como un reputado “researcher”, que, por su juventud, sólo habría logrado dos “research six-years”, pero que -gracias a su “apabullante curriculum”- habría sido promocionado a la cúpula científica nacional. Afortunadamente, sus honrados colegas pronto descubrieron el fiasco, pero ya era funcionario y no dejaría de serlo. El estafador, además, seguiría cobrando cada mes por los dos fraudulentos tramos. Y para colmo, sus denunciantes tendrían que soportar el hedor de su podrida conciencia.