Columnas
Todos en nuestra sociedad, y particularmente todos los que tenemos un cierto nivel educativo, sabemos, o creemos saber, lo que es la ciencia. Sin embargo, en la práctica se dan una serie de concepciones erróneas, aunque muy arraigadas entre los que no son profesionales de la ciencia, que merecen ser aclaradas.
La ciencia es un almacén de respuestas. La mayoría de nuestros conciudadanos (insisto, de nuestros conciudadanos instruidos) considera la ciencia como un repositorio de saberes, una gran colección de datos. Se trate de mejorar el rendimiento de un coche, de curar una nueva enfermedad, o de predecir el tiempo que hará mañana, no hay más que consultar a “la ciencia”, o a “los científicos”, para tener la contestación. Muy pocas personas entienden la ciencia como lo que realmente es, un método heurístico, un procedimiento para conocer. Y un método, desde luego, con limitaciones intrínsecas. No podemos pedir a la ciencia que nos ilustre sobre la existencia o no-existencia de Dios, lo mismo que no podemos clavar un clavo con un serrucho.
La ciencia puede dar respuestas inmediatas. Este es un error derivado del anterior. Si la ciencia es un almacén de respuestas, basta acudir al lugar adecuado del almacén para proporcionar a los ciudadanos aquélla que necesitan. Pero el método científico es lento, y de hecho nunca proporciona respuestas definitivas, porque todo el saber científico está sometido a continua revisión.
Los datos científicos son los únicos fiables. Ojalá fuera así, y el método científico proporcionara verdades absolutas. Cualquiera lo diría, al oír esa expresión de: “Se ha demostrado científicamente que…”. Pero no es así. La ciencia entera reposa en el postulado, indemostrado e indemostrable, de que la naturaleza es accesible a la razón humana. Parece que sí lo es, pero aquí no estámos hablando de apariencias, sino de verdades absolutas. Y de eso, en la ciencia menos que en ninguna otra parte, no hay.
La ciencia cuesta mucho dinero. Señalemos finalmente este extendido error. Lo único indispensable para hacer ciencia son las neuronas, los cerebros de los científicos, y eso sale gratis. En España el objetivo nunca alcanzado es dedicar a la investigación científica un 2% de nuestro PIB. Al mismo tiempo la educación y la salud suponen aproximadamente un 6% y un 9% del PIB en números redondos, y éstas son áreas perpetuamente necesitadas de mayor inversión. En términos de estrategia de país, el 2% dedicado a la ciencia no es menos rentable que el 6% dedicado a la enseñanza.