Columnas
“¡Aritmética!, ¡álgebra!, ¡geometría!, ¡trinidad grandiosa!, ¡luminoso triángulo! El que no os ha conocido es un insensato. Merecería la prueba de los mayores suplicios, pues hay ciego desprecio en su despreocupada ignorancia; pero quien os conoce y os aprecia no desea ya otros bienes en la tierra; se contenta con vuestros goces mágicos; y, llevado por vuestras sombrías alas, solo desea ya elevarse, con ligero vuelo, construyendo una espiral ascendente, hacia la esférica bóveda de los cielos. La tierra solo le muestra ilusiones y fantasmagorías morales; pero vosotras, oh matemáticas concisas, por el riguroso encadenamiento de vuestras tenaces proposiciones y la constancia de vuestras férreas leyes, hacéis brillar, ante los ojos deslumbrados, un poderoso reflejo de esa verdad suprema cuya huella se advierte en el orden del universo. Pero el orden que os rodea, representado sobre todo por la perfecta regularidad del cuadrado, amigo de Pitágoras, es mayor todavía; pues el Todopoderoso se ha revelado por completo, él y sus atributos, en ese memorable trabajo que consistió en hacer brotar, de las entrañas del caos, vuestros tesoros de teoremas y vuestros magníficos esplendores.”
Descubrí este pasaje en mi permanente obstinación por establecer puentes entre esa división artificial ciencias/letras que emponzoña muchas mentes retrógradas. En efecto, con motivo de la celebración del día de pi, hallé, no solo mucha poesía en torno a ese mágico número, sino muchas inquietudes matemáticas de grandes escritores, como Unamuno, Alberti, Salinas, Celaya, Borges, Neruda, entre otros muchos. Pero ¿quién es el autor de esa loa, un tanto cursi, de las matemáticas? Se trata del franco-uruguayo Isidore Ducasse (Montevideo 1846-París 1870), más conocido como conde de Lautréamont, en su obra más prestigiosa, el satánico y maléfico libro de «Los Cantos de Maldoror». Maldoror es un ser fantástico que se metamorfosea en pulpo, águila, puerco, grillo y cisne. Con esta obra, Ducasse se consagró como el precursor del surrealismo, maestro de autores como Dalí, Breton, Magritte y, en otros ámbitos, César Aira, Modigliani o Man Ray.
Toda la obra de Lautréamont es básicamente un gran clamor de protesta contra la condición humana, pues siente que el hombre es el culpable directo de los males que aquejan a este mundo absurdo dominado por la crueldad. La conducta del hombre está regida por una estructura moral que Lautréamont considera degradada, pues el hombre se siente atraído por el vicio y la crueldad, mientras preconiza, hipócritamente, lo contrario.
¿Por qué una persona con la apenas formación matemática de un bachiller hace este encendido elogio de las matemáticas? Él mismo nos dice que las matemáticas le sirvieron para dar frialdad y prudencia a sus cantos.