Pensándolo bien...

null LA LLAVE DE LOS RECUERDOS

Desde los orígenes más remotos de la vida, el olfato ha sido un sentido esencial para la supervivencia. Desde las bacterias primitivas que respondían a señales químicas, hasta los primeros mamíferos que compartían el planeta con los dinosaurios, pasando por los seres humanos que recorren calles modernas, este sentido ha sido crucial para detectar peligros, identificar alimentos seguros y establecer vínculos sociales. El olfato desempeña un papel más relevante en el comportamiento humano de lo que comúnmente se reconoce.

Aunque los humanos no tenemos el olfato altamente especializado de un gato rastreando presas, este sentido sigue siendo vital. Está profundamente ligado al gusto y mientras las papilas gustativas nos permiten distinguir sabores básicos como dulce, salado o amargo, es el olfato el que aporta los matices complejos que distinguen, por ejemplo, una “ensalada de lechuga y tomate” bien condimentada con aceite de oliva virgen y vinagre balsámico. Sin él, el mundo de los sabores se vuelve plano e incompleto.

El olfato también influye en nuestras relaciones interpersonales. Estudios recientes sugieren que podría estar involucrado en la elección de amistades o parejas románticas, actuando como una especie de radar químico que capta señales invisibles pero significativas. Sin embargo, más allá del placer sensorial o el lazo social, el olfato cumple una función práctica esencial, cual es la de detectar amenazas. Un mal olfato puede impedirnos percibir señales cruciales como un incendio, alimentos en mal estado o la necesidad de cambiar un pañal, sin ir más lejos.

Durante mucho tiempo, se pensó, erróneamente, que los humanos tenían un sentido del olfato mediocre. Pero investigaciones actuales han demostrado que, en realidad, los humanos podemos detectar olores con una sensibilidad notable. El problema no radica en una inferioridad anatómica, sino en una subestimación histórica. La comparación entre especies depende del tipo de sustancia que se evalúa. Por ejemplo, los humanos somos más sensibles que los perros a ciertos aromas frutales o florales, mientras que los perros están mucho mejor adaptados a percibir compuestos propios de presas animales, como los ácidos grasos.

Ya en nuestros hogares utilizamos una forma básica de “nariz electrónica”: los detectores de humo. Pero se han desarrollado tecnologías mucho más sofisticadas, capaces de identificar compuestos químicos casi imperceptibles que pueden revelar, por ejemplo, el estado de salud de una persona, la madurez de un buen jamón o los fraudes en esencias o perfumes. Estos sistemas podrían detectar marcadores inflamatorios o metabólicos emitidos por la piel, vinculados a enfermedades o desequilibrios hormonales. Una nariz digital avanzada podría ofrecer esperanza a quienes han perdido el olfato por envejecimiento, enfermedades neurodegenerativas o secuelas de infecciones como el COVID-19.

Cuando olemos un tomate verde inmaduro, su olor, verde y penetrante, transporta a la situación pasada en la que lo percibimos anteriormente, incluso en la niñez. No es un caso aislado, ya que el olfato está profundamente ligado a la memoria y a las emociones. Aromas como el de la hierba buena, el vino barato a granel o un jabón antiguo pueden evocar recuerdos nítidos, placenteros o dolorosos, que ningún otro sentido puede suscitar con tanta intensidad.

El olfato es, además, nuestro sentido más antiguo, presente desde los organismos unicelulares que detectaban sustancias químicas en los océanos primitivos. A pesar de su antigüedad, ha sido históricamente subestimado. Durante más de un siglo, se ha considerado que los humanos tenemos un mal sentido del olfato, en parte por interpretaciones erróneas como asociar la menor proporción de bulbos olfatorios en el cerebro humano con una supuesta superioridad racional.

                                              Imagen creada con ayuda de ChatGPT con DALL-E

Esta idea fue reforzada culturalmente por pensadores como Freud y repetida sin crítica durante generaciones. Sin embargo, investigaciones recientes han desmentido esa creencia. Estudios muestran que los humanos poseen alrededor de 400 tipos diferentes de receptores olfativos en la nariz, capaces de identificar una enorme variedad de compuestos. A diferencia de otros sentidos, el olfato tiene una conexión directa con el sistema límbico, donde se procesan las emociones y la memoria. Es por eso que puede evocarnos recuerdos vívidos e incluso cambiar nuestro estado de ánimo sin que lo percibamos conscientemente.

Una de las dificultades para comprender el olfato radica en su naturaleza multidimensional. No existe un “espectro” olfativo como ocurre con el color o el sonido, y además, la experiencia del olor varía entre individuos. Dos personas pueden percibir el mismo compuesto de forma distinta, dependiendo del contexto cultural y de sus memorias personales asociadas. Un ejemplo ilustrativo es el acetato de bencilo, que puede oler a plátano para algunos y a quitaesmalte para otros. En realidad, está presente en ambos y cada uno lo asocia a su experiencia personal. Ante esta complejidad, los investigadores han comenzado a crear bases de datos con descripciones detalladas de olores y sus correlatos químicos, usando tanto expertos como participantes sin formación en perfumería. Se han identificado patrones, como moléculas grandes que tienden a ser más agradables, mientras que compuestos con azufre pueden parecer desagradables.

En el ámbito cerebral, se ha descubierto que las neuronas que procesan olores también responden a estímulos visuales o lingüísticos asociados con esos olores, lo que indica una integración sensorial profunda. Esto sugiere que el olfato no solo es una vía sensorial, sino un portal al mundo conceptual y emocional. Por tanto, lejos de ser un sentido primitivo, el olfato es una vía sofisticada que nos conecta con nuestra historia personal, nuestras emociones más íntimas y nuestras expectativas del mundo. Percibimos con la nariz, sí, pero también con la memoria, la cultura y la imaginación. En ese sentido, oler no es solo detectar, sino que es recordar, sentir y construir realidad.

Recuperar el olfato sería como recuperar una llave que abre recuerdos, emociones y alertas cotidianas que dan sentido a la vida. Sin el olfato, la existencia no solo se vuelve más insegura, sino también emocionalmente más empobrecida. Solo se valora plenamente cuando se ha perdido. Disponemos de una llave para abrir los recuerdos.

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