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Columna de la Academia publicada en el Diario La Verdad el 27 de mayo de 2017
Un parámetro muy utilizado en nuestra sociedad es la tasa de desarrollo. Se insiste en que debe ser sostenible, pero existe la convicción de que si está por debajo de ciertos valores la situación es intolerable. A veces se matiza entre sostenible y sostenido, pero ¿es posible uno u otro?
El desarrollo es un proceso inherente a los sistemas complejos alejados del equilibrio termodinámico y, por tanto, a la vida. Estos se construyen progresivamente ofreciendo resistencias a los flujos de energía y generando trabajo que invierten en su mantenimiento y en la creación de nuevas estructuras que aumentan su eficiencia e independencia del entorno. Este proceso es lento al principio, pero se acelera exponencialmente a medida que el organismo o el ecosistema se hacen más complejos. Sin embargo, dicho crecimiento implica también mayores necesidades energéticas de mantenimiento. Tarde o temprano, la energía disponible apenas da para el metabolismo y no quedan márgenes para seguir creciendo, por lo que el desarrollo se ralentiza y, finalmente, se frena. La forma del proceso es una curva logística, similar a una S. El nivel de complejidad alcanzado perdurará si el suministro de energía se mantiene. La única manera de reactivar el crecimiento hasta alcanzar un nuevo nivel es encontrar fuentes más potentes de energía y ser más eficientes en su uso. Cuando los sistemas alcanzan el límite del desarrollo, a pesar de ser más competitivos y con mayores mecanismos de control, también se vuelven más vulnerables. Un fallo de suministro, o un incremento inesperado en la demanda por cualquier estrés, producen un desmoronamiento repentino.
Las sociedades humanas tienen la capacidad de crecer por encima de la energía disponible en los alimentos, especializándose en el uso de energías exosomáticas (como el fuego, la energía eólica o hidráulica, o la producida por otros organismos, incluida nuestra propia especie en forma de esclavitud), y ampliando la explotación a entornos alejados. Las ciudades crecen explotando las zonas rurales, cuando estas ya no son capaces de suministrar suficientes recursos, se establece el comercio con áreas alejadas, y si éste no da márgenes de beneficio, simplemente se invaden los nuevos territorios. Pero los costos de mantenimiento aumentan muy rápido con el volumen de la estructura, mientras las entradas de energía dependen de la superficie de contacto con el entorno. Alcanzado el límite, la situación es inestable y cualquier fluctuación imprevista produce el derrumbe del sistema. La historia está plagada de ejemplos de imperios desaparecidos repentinamente en la cumbre de su esplendor.
Si no queremos estar abocados, una y otra vez, a este tipo de desenlaces, es importante cambiar el concepto de desarrollo sostenible por el de nivel de vida sostenible en equilibrio con los flujos de energía disponibles.