Columnas
El acrónimo PDI (Personal Docente e Investigador) se emplea en nuestro país para designar, de manera abreviada, al profesorado universitario. Sin especificar los diferentes niveles, es habitual reconocer las dos obligaciones principales de este colectivo, que, sin embargo, suelen quedar muy desvirtuadas, pues la segunda se ve ensombrecida con demasiada ligereza sin la menor exigencia o control. Son muchas las caras ocultas de la labor investigadora.
Las citadas siglas, no obstante, ocultan una ingente labor que convendría sacar a la luz. En efecto, en las dos últimas décadas, la gestión y la transferencia de conocimiento abruma nuestras jornadas. La primera se refiere tanto a la descomunal burocracia asociada a la planificación docente heredada de la implantación de los nuevos planes producto del desdichado Plan Bolonia, como la asociada a la tramitación y administración de los proyectos de investigación. La segunda tiene que ver con la necesaria colaboración de la universidad con su entorno, es decir, con su inexcusable compromiso de contribuir al incremento de la cultura científica y tecnológica regional, de colaborar con sus empresas y de dar respuesta a los retos científicos, sociales y económicos cada vez más complejos.
Pero quiero incidir en dos aspectos de la faceta investigadora que, inopinadamente, suelen quedar difuminados. Por una parte, la investigación seria solo se entiende compitiendo al más alto nivel para lograr el máximo reconocimiento allende las fronteras nacionales, lo que lleva apareada una labor de internacionalización muy intensa. La atención, casi diaria, a los colaboradores foráneos consume una parte considerable de nuestra jornada. A modo de ejemplo, en los últimos cinco años, de lunes a viernes, recibo una media de 98 emails, la mitad de los cuales son directamente desechados. Del resto, una mitad tiene que ver con la rutina habitual, ya docente, ya de relaciones internas, y la otra requiere una especial atención. En efecto, nuestra presencia activa es requerida en foros, redes y grupos; en la organización de workshops y congresos; en los paneles de expertos en editoriales, de revisión por pares y de evaluación; en el intercambio de experiencias y consultas sobre problemas de interés común; en atención a estudiantes de máster y doctorado; y un sin fin de tareas que demandan respuesta casi inmediata.
Por otra, y aquí mi máxima insistencia, la formación de doctores suele quedar muy oscurecida y es la pieza clave del devenir universitario e, incluso, del futuro como país. Una ingente tarea apenas reconocida ni valorada.