Columnas
Esta semana estuvo en Murcia el ministro de Ciencia, innovación y universidades y se comentó que los países que más invierten en Investigación+Desarrollo+innovación son los más desarrollados. Esto tiene base física. Mientras que la segunda ley de la termodinámica predice que todo tiende al desorden y al aumento de la entropía, la vida neutraliza dicha ley y consigue ser posible utilizando los flujos de energía para generar un trabajo que utiliza en construirse a sí misma. Con ello adquiere una estructura que le permite ser más eficiente en la utilización de la energía y, de este modo, crecer más, hacerse más compleja y tener acceso a más recursos de forma más eficiente. Esto conduce al principio de San Mateo, llamado así por la coletilla final de la parábola de los talentos: “al que más tiene más se le dará, y al que menos tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará”. Aunque la segunda ley llevaría a la homogeneidad total y la muerte absoluta, en la que ya no pasa nada, la conversión de los flujos de energía en trabajo permite el crecimiento y mantiene la vida. El universo funciona así. Por ello, disipar energía sin convertirla en trabajo útil e infraestructuras es un suicidio, incluso en tiempos de abundancia, y para salir de una crisis en épocas de escasez lo inteligente es emplear los pocos recursos disponibles en conocimiento que diseñe infraestructuras más productivas y eficientes. Esto es esencial para sobrevivir. Otra cuestión es dónde es mejor invertir. Como hemos visto, los sistemas, a medida que crecen, adquirieren biomasa (infraestructuras), pero esto les obliga a consumir cada vez más recursos para su mantenimiento. Generalmente el balance neto más elevado entre lo que se produce y lo que se consume es máximo en estadios relativamente jóvenes de la sucesión ecológica, mientras que, en los estadios más maduros, donde la biomasa es elevada, la productividad tiende a cero, porque todo lo que se produce lo consume el propio metabolismo. De hecho, los costos de mantenimiento crecen exponencialmente con el nivel de estructura. Los ecosistemas humanos, como ciudades, regiones o países, tienden a sobrepasar las infraestructuras que pueden permitirse en base a su propia producción y se ven obligados a explotar con avidez la producción de otros, mediante un comercio desequilibrado, la invasión directa o el chantaje independentista. Por supuesto, una inversión inteligente de quien gestiona los recursos no debería basarse en el chantaje, pero ni siquiera en la biomasa o en la producción bruta que tienen, sino en la productividad, que es la producción por unidad de infraestructuras. Es aquí donde sería más rentable invertir para compensar los desequilibrios del sistema y evitar que el exceso de crecimiento de algunas regiones termine colapsando el sistema y agotando los recursos de los que sí son productivos.