Pensándolo bien...
Desde luego somos gente de suerte. A poco que hagamos cuentas de cómo es que estamos vivos, concluiremos en una cadena de acontecimientos, extensa, muy larga, gracias a los cuales hoy podemos contarlo. De no haberse puesto de acuerdo Esparta y Atenas y haber vencido a las tropas de Darío, Occidente sería otro bien diferente. Nuestra cultura no podría ser grecorromana. Hubiera ocurrido otra cosa, incluso que no hubiéramos tenido la suerte de existir hoy nosotros. No lo son menos, la cadena de causalidades (¿casualidades?) biográficas de todos y cada uno. En el mismo momento de la concepción, nuestro ADN se generó dando origen, posteriormente, a nuestra conciencia, multiplicando por una cifra de muchos ceros (trillones de veces) lo que un instante antes tenía probabilidad nula. Nuestro destino, desde ese mismo instante, no fue el de un embrión desechado, como una buena parte de los embriones que finalizan en aborto sin percatarse sus propias madres. Adquirió probabilidad medible de que llegáramos a ser persona. Una vez ya con vida, nuestra existencia presente está suspendida de una cadena tejida con la seda de la causación, de la que somos ignorantes, sin saber nada de lo que viene como futuro, ni siquiera de lo que aconteció con anterioridad.
Pensemos que el Universo tiene unos 13.800 millones de años, es decir ¡más de cien millones de siglos! Nosotros, rara vez llegamos a cumplir uno. En todo caso, ahora es el momento de este siglo, nuestro nuestro. Siempre ha habido un momento para el “presente siglo”, aunque todos distintos, deslizándose a través del tiempo. Los anteriores “presente siglo” murieron, y ahora le toca a éste. Fuera de otras consideraciones (que las hay abundantes para tenerlas en cuenta), la probabilidad de que pudiéramos decir que “este es nuestro siglo” a priori, fue extremadamente pequeña, 1 entre cien millones. La gran suerte es que podemos contarlo.
Concomitante con lo anterior, vivimos en un planeta que ofrece unas características muy singulares para que se pueda dar la vida: agua, luz solar, vegetación, oxígeno, atmósfera, …, en suma, vida. Reunir las condiciones que se dan para que la Tierra nos acoja en su seno, se estima en menor de una en un millón. La verdad es que es bastante improbable con esa probabilidad tan baja de viajar por el espacio y encontrar un planeta entre ese 1 por millón que tolerará la vida. Con las velocidades que podemos alcanzar, en este momento, es muy improbable que podamos encontrar quien nos acoja. Pensamos que nuestra presencia en el planeta supone que hemos sido de esos poquísimos que han encontrado ese vergel en el que habitar. Nos hemos despertado como si se tratara de haber efectuado un largo viaje y caer en el planeta de nuestros sueños. ¡Fantástico! No cabe duda de que somos unos privilegiados. En este planeta se han reunido las condiciones para que se desarrolle la vida… y ha acontecido. Somos afortunados. Podemos aventurarnos, como diría Dawking, a “poder comprender por qué nuestros ojos están abiertos y por qué ven lo que ven, en el corto espacio de tiempo de que disponemos antes de que se cierren para siempre”.
Pero, esa comprensión a la que aludimos es la que nos ofrece la Ciencia. El conocimiento acumulado a lo largo de la Historia de la Humanidad, formalizado, normalizado y asimilado, ha pasado a conformar el acerbo cultural en el que se van dilucidando las leyes que rigen la Naturaleza en la que estamos insertos. La Ciencia explica, cada vez con mayor profundidad, el aparente e insondable mundo desconocido en el que vivimos. Y su utilidad radica, precisamente, en eso: aprehendidas las normas (las leyes que rigen al mundo natural), podemos dominarlo, predecirlo, en gran medida reproducirlo y mejorarlo. Desgraciadamente, también, empeorarlo, como queda patente con la actual y cada vez más dramática situación de la incidencia antrópica sobre el Clima, que nos amenaza, con talante destructivo, con vengarse
La Ciencia es útil en sí misma. Cualquier nuevo conocimiento desvelado es susceptible de convertirse en elemento de alguna herramienta que en el futuro permitirá incrementar más el conocimiento y resolver nuevos problemas. Hay muchas anécdotas en torno a esta cuestión. Se atribuye a Faraday o a Franklin una escena en que le preguntan “para qué servía la Ciencia” y la contestación fue ¿para qué sirve un niño recién nacido?” El potencial de futuro del recién nacido es sinónimo del prometedor futurible que encierra cualquier nuevo conocimiento que la Ciencia desvela. Dirac formuló la versión relativista de la Mecánica Cuántica y su propuesta encerró una predicción sobre los positrones, conjetura en su época y pronosticado por el mismo Dirac como poco probable de que se detectara en el futuro. Hoy es la base del PET de tan amplia utilización diagnóstica en medicina. Hay muchas otras anécdotas al respecto. Internet es fértil en curiosas circunstancias. En todo caso, vale la pena hacer la reflexión sobre la insistente exigencia de que la Ciencia tiene que ser útil, entendido éste como elemento de ayuda a la persona para hacer más confortable y amable la vida. Quizás, por tanto, debería ser una exigencia de la propia vida, el vivirla, al menos en cierta medida. Ningún sentido tendrían las artes, las comodidades, las confortabilidades y las utilidades de no ser por su incidencia en la vida. Superada la fase de vivir de nuestros más lejanos ancestros, defendiendo comida y espacio frente a los restantes elementos concurrentes, el logro de la civilización es vivir bien. América no se conquistó para vivir, sino para vivir bien. La búsqueda de la especias configuraron esta segunda característica. Después, sabemos que se desbordó, casi todo. La Ciencia posibilita vivir mejor. Es útil. Se paga su inversión con creces. Pero hay que disfrutarla en vida. De no ser así, ¿para qué podemos estar aquí? Un equilibrio ponderado, justifica el viaje. Vemos lo qué vemos, gracias al trabajo de muchos que se empeñan en desvelar qué es lo que vemos. Contribuir a ello es magnífica ocupación. Para poder verlo hay que estar en esta vida. ¡Y eso es importante! ¡Y corto!
© 2023 Academia de Ciencias de la Región de Murcia