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null IV CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE LAS FUENTES DEL NILO POR PEDRO PÁEZ

Hace un par de semanas me pasé por la biblioteca del Museo Nacional de Ciencias Naturales en Madrid, un remanso de paz donde a veces me escondo cuando estoy en la capital. Era un lunes, día en que el museo está cerrado al público, con lo que en la biblioteca, ya de por sí poco frecuentada, sólo estábamos la bibliotecaria Isabel y un servidor. En ese apacible recinto suelen exponer, en una pequeña vitrina, lo que llaman “el libro del mes”, siempre una joya bibliográfica de las muchas que el museo alberga. En esta ocasión se trataba de “Voyage en Nubie et en Abyssinie”, obra del inglés James Bruce, publicada en traducción francesa en 1768. Lo más interesante del libro es la atribución del descubrimiento de las fuentes del Nilo al jesuita español Pedro Páez.

 

Pedro Páez, “el Livingstone madrileño”

El libro expuesto iba acompañado de una nota de Jesús Muñoz e Ignacio Pino, que fusilo sin piedad a continuación:

“Durante el siglo XIX el proyecto de exploración más importante fue la búsqueda de las fuentes del Nilo. Gran parte de África se encontraba ya cartografiada a excepción de África central a la que no se podía acceder debido a los accidentes geográficos, a las enfermedades y a la hostilidad de los nativos.

La historiografía anglosajona atribuye el descubrimiento de las fuentes del Nilo al capitán inglés Speke, que partiendo desde Zanzíbar, encontró su origen en el lago Victoria y descendió después por el Nilo Blanco hasta llegar a Egipto.

Sin embargo, resulta difícil creer que hasta ese momento ningún explorador hubiese descubierto las fuentes del Nilo. Ya Ptolomeo, en el 200 a.C., había dibujado en un mapa su origen en dos lagos del centro de África, y los portugueses desde su colonia de Goa hacían incursiones periódicas al centro del continente desde finales del s. XVI.

En efecto, si hacemos caso a la afirmación que hace James Bruce en la edición francesa de su libro Voyage en Nubie et en Abyssinie (1768), el descubrimiento de las fuentes del Nilo fue muy anterior, y habría que atribuírselo al misionero y jesuita español Pedro Páez (1564-1622) alrededor de 1618.

«Ninguno de los portugueses que llegaron por primera vez a Abisinia, ni Collivan, ni Roderigo de Lima, ni Christophe de Gaina, ni siquiera el patriarca Alphonso Méndez, vieron las fuentes del Nilo, ninguno dijo que las viera. Pierre Páez llegó entonces bajo el reinado de Za Dhengel, y es a él a quien se le atribuye este honor.»

 

Páez escribió Historia de Etiopía (1620), inédita en español hasta 2010, en la que recoge sus periplos misioneros en Etiopía y una detallada descripción del país y de su historia”.

Hasta aquí Muñoz y Pino. Muy contento de mi descubrimiento, pues hasta ese día yo era conocedor tan solo de la versión anglosajona de esta historia, se lo comuniqué enseguida a mi antiguo estudiante y polígrafo José María Valpuesta, que, naturalmente, estaba al cabo de la calle, y además me amplió información a vuelta de email:

“En realidad, Speke descubrió las fuentes del llamado Nilo Blanco, el que nace en el lago Victoria. Es el brazo más largo del Nilo, pero el que lleva menos agua. La mayor parte del agua que llega a Egipto procede del Nilo Azul, que es el brazo que nace cerca del lago Tana, en Etiopía, y el que descubrió para Occidente Páez, aunque durante mucho tiempo se pensara que lo hizo Bruce. Páez, un jesuita nacido en un pequeño pueblo de Madrid, fue un hombre extraordinario, que no sólo descubrió las fuentes del Nilo, sino que fue capaz de convertir al catolicismo a dos emperadores etíopes (esto no duró mucho; sus torpes sucesores se encargaron de estropearlo).”
En fin, que mi descubrimiento lo había sido, sobre todo, para mí. Luego vi que mi esposa Alicia también lo sabía, así como mi hermano-tocayo Eguíluz, y etc. No importa. La emoción del descubrimiento es tan personal, que en realidad puede ser meramente subjetiva sin que pierda su virtud.