Columnas
A pesar de que sólo un bobo fue capaz de negar la crisis que hoy nos atenaza, resulta increíble que el mismo iluminado -siempre a su pesar, por desconocimiento- permitiese un cuatrienio boyante en cuanto a la financiación de la investigación española. Cuando la famosa burbuja inmobiliaria explotó, todo pareció vestirse de riguroso luto, pero los cantamañanas de siempre siguieron insistiendo, sólo de boquilla, que apostar por la investigación, el desarrollo y la innovación era el único camino para sortear con éxito la crisis. El tiempo, juez implacable, ha puesto las cosas en su sitio y nos ha refregado la dura realidad. En el último decenio hemos saboreado las mieles de la gloria y los respectivos representantes políticos se han coronado de laurel. Hemos escuchado, hasta el empacho, que somos la novena potencia mundial en producción científica, confundiendo -deliberadamente- cantidad con calidad. Afortunadamente, la COSCE (Confederación de Sociedades Científicas de España) ha puesto las cosas en su sitio, aunque sólo sea por aclarar la verdad, sin la menor esperanza de ser tenida en cuenta. Es hora de hacer recuento y, desde las trincheras, contar la cruda verdad, lejos de segundas intenciones, de rentabilidades bastardas y a millones de años luz de simpatizar con las malditas formaciones políticas mayoritarias nacionales. A saber, muchas publicaciones, sí, pero de bajo impacto y menor transferencia tecnológica, es decir, muy escaso aprovechamiento del sector empresarial y pobrísimo rendimiento en cuanto a la creación de patentes. Es más, en lugar de primar, financiar adecuadamente y permitir libertad de gasto a los grupos de excelencia y alto rendimiento, se ha seguido practicando el café para todos. Se ha olvidado, una vez más, que son los jóvenes quienes tiran del carro. Sí, se ha parcheado, pasando de la beca al contrato, pero nada se sabe hoy de las ayudas de investigación para ellos. Es rotundamente falso que España reincorpora a los mejores y que ya no existe fuga de cerebros. Para colmo, estamos sufriendo una continua, confusa e insufrible maraña burocrática respecto al doctorado y, muy recientemente, a las Escuelas de Doctorado. El tiempo prudencial, acorde con una beca tradicional, para presentar una tesis pasa de cuatro a tres años. Sin embargo, serán premiadas aquellas distinguidas con la mención de doctorado europeo. Pero acortar un año es un brutal e injustificado atentado a la calidad del resultado final. No soplan buenos vientos para la buena Ciencia.