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Si hay un fármaco longevo, barato, con gran uso y de cumplida rentabilidad es la aspirina. Cumple ahora 125 años desde su comercialización. Por su acción antiinflamatoria se utiliza en un amplio número de situaciones, bien como analgésico, antipirético, etc, pero sin duda donde ocupa una especial relevancia desde hace años es como un fármaco antitrombótico pues bloquea la agregación plaquetaria. Las plaquetas son elementos celulares que cuando se activan, dan lugar a la secreción de una sustancia conocida como Tromboxano A2 (TXA2) que induce vasoconstricción e interacción plaquetaria impulsando la obstrucción de pequeños vasos. El taponamiento de los vasos coronarios impide la llegada de oxígeno al tejido miocárdico, dando lugar a necrosis celular conocida como infarto de miocardio. La aspirina bloquea la formación de TXA2, y por ello se utiliza como agente antiagregante plaquetario.
En 1986, el estudio italiano GISSI comprobó que la administración temprana, en menos de 12 horas de aparecer el infarto, de fármacos con capacidad de lisar el coágulo, reducían la mortalidad de los pacientes. Estos fármacos fueron conocidos como fibrinolíticos. Dos años más tarde, el estudio ISIS-2 comprobó que la administración de aspirina dentro de las tres horas siguientes al infarto era capaz de alcanzar resultados similares al tratamiento con fibrinolíticos teniendo menos efectos adversos graves, como es la hemorragia cerebral. También este estudio puso de manifiesto que si se combinaban aspirina y fibrinolítico aumentaba la efectividad reduciendo más la mortalidad.
La llegada del procedimiento de revascularización coronaria percutánea, ha supuesto la indicación preferente en el tratamiento del infarto de miocardio. El problema surge cuando el paciente con infarto reside en un lugar lejano accesible para aplicar este procedimiento en las primeras horas. Un estudio norteamericano y británico muy reciente, llevado adelante por epidemiólogos de las prestigiosas universidades de Harvard y Oxford, se propusieron cuantificar el beneficio en cuanto a reducción de mortalidad en pacientes con infarto de miocardio que tras la inmediata aparición del dolor en el pecho tomaron aspirina. El resultado vuelve a ser muy llamativo. En los pacientes que optaron por automedicarse con una aspirina la mortalidad fue claramente inferior. La estimación realizada por estos investigadores muestra que se pueden evitar trece mil muertes por año en Estados Unidos adoptando esta esta medida. El mensaje que desprende el estudio tiene una clara implicación práctica, y es aconsejar la toma de aspirina de forma inmediata ante el inicio de sintomatología de sospecha de infarto de miocardio, especialmente dolor torácico agudo.