Pensándolo bien...

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Por alguna razón, que nos detendremos en ella, los conceptos incertidumbre e ignorancia se confunden en muchos foros; se utilizan como sinónimos algunas veces, sin reparar que, aunque ambos implican falta de conocimiento o claridad en diferentes contextos, pero conllevan matices distintos en sus significados.

Veamos, incertidumbre conceptualiza: la falta de certeza o predictibilidad sobre algún asunto en particular o bien, surgir de la variabilidad inherente de un proceso la falta de información completa o la complejidad intrínseca del tema en cuestión o bien se asocia a menudo con situaciones donde tenemos algún conocimiento, pero no lo suficiente, para hacer afirmaciones definitivas, como por ejemplo, cuando un científico tiene datos preliminares sobre un experimento pero necesita más investigación para llegar a conclusiones sólidas, o incluso en estadística, en que la incertidumbre se puede cuantificar a través de medidas como el intervalo de confianza o el margen de error.

Por el contrario, ignorancia, conceptualiza un estado más absoluto que la incertidumbre. Mientras que la incertidumbre implica un grado de conocimiento pero con limitaciones, la ignorancia se refiere a no tener conocimiento en absoluto, plasmado en el enunciado "saber que no sabes", que a menudo se asocia con la ignorancia, ya que implica una conciencia de la falta de conocimiento y, en todo caso, la ignorancia puede ser deliberada, como es el caso, cuando alguien elige no saber algo o no deliberada como cuando alguien, simplemente, no tiene acceso a la información o no se ha expuesto a ella.

Así pues, aunque ambos términos implican una falta de conocimiento o claridad, la incertidumbre se refiere más a la ambigüedad o falta de certeza en el conocimiento que ya poseemos, mientras que la ignorancia se refiere a una ausencia completa o parcial de conocimiento sobre un tema en particular.

En el ámbito de la cuántica, contraintuitiva donde las haya, son relevantes estos conceptos. La Cuántica, hay que reconocer que ofrece las mejores explicaciones a los mecanismos que subyacen a la realidad material. No deja de ser exótica la interpretación de la intervención del observador en el proceso de observación, que puede ir tan lejos como a implicar cambios al sentirnos observados y dar pie a toda suerte de especulaciones sobre las emociones humanas, incluso. No falta quien relaciona el amor como proceso asociado al mecanismo de intervención del observador en la observación. Una metáfora que no deja de tener su atractivo para ir desvelando la misteriosa cuántica. Estar en muchos lugares a la vez, mientras no sea observada una partícula, no deja de tener un atractivo insaciable para una función de onda que con la probabilidad que ofrece en un punto, nos pronostica la posibilidad de encontrarla cuando la observemos. La interpretación del denominado colapso de la función de onda con la que se conceptualiza el hecho referido, viene a certificar el papel del observador, que no es pasivo, sino agente activo en el devenir de la realidad. Resulta, pues, que los observadores son protagonistas. Esto, llevado al extremo conlleva que, aun desde la ignorancia, la observación desencadena un proceso en el que aún sin saberlo el observador, interviene.

Reconocido es que la naturaleza probabilística de la Cuántica, nos enfrenta con un proceso ignoto que revela que coexisten dos mundos, uno macroscópico, en el que nos desenvolvemos usualmente y otro microscópico, subyacente al primero, con el que convive como parte integrante del mismo, pero en el que las leyes que lo rigen no son las mismas.  Misterioso es, en todo caso. Lo sugerente son los mecanismos que no son comunes a ambos mundos. El efecto túnel es uno de los procesos más sorprendentes. Inobservable en el mundo macroscópico, en el que no cabe esperar que podamos atravesar un muro, pero que en el mundo microscópico es posible que las partículas, aun no teniendo energía suficiente para atravesar una barrera, puedan penetrarla y pasar a su través. Los efectos cuánticos no son observables a nivel macroscópico y no tienen, por tanto, nada de evidentes.

En el contexto cuántico el teorema de incertidumbre, basado en los postulados de la Mecánica Cuántica, establece las magnitudes físicas que podemos conocer simultáneamente. Viene a establecer que no todas las magnitudes son compatibles. Un ejemplo de ello son la velocidad y la posición. Solamente en el ámbito cuántico no podemos establecerlas simultáneamente.  No se trata de que seamos o no capaces de medirlas, sino que no pueden estar definidas a la vez. Puede estar bien definida una de ellas a costa de que de la otra no sabremos nada o casi nada. La cuestión es muy importante, por cuanto podemos conjeturar que los electrones de los átomos colapsarían con el núcleo de tener posiciones fijas, como conjeturaba el modelo de Rutherford que lo interpretaba según las leyes de la mecánica clásica. Hay vida, gracias a la cuántica que permite la existencia de átomos y moléculas. De darse la circunstancia de que los electrones cayeran sobre el núcleo, implicaría una posición bien definida, lo que no es admisible desde el marco cuántico.

Claro que estos aspectos son contraintuitivos para un marco clásico. Es más, el propio concepto de estado que, entre otras, requiere una energía definida, vuelve a verse contrariado en el marco cuántico. Todavía más contraintuitivo resulta el que se proponga que una partícula, electrón, por ejemplo, esté descrito por una superposición de estados, que viene a validar la presencia en posiciones distintas con probabilidades de presencia diferentes. Es el don de la ubicuidad, tan discutido en el mundo macroscópico. Mientras no midamos, se compatibilizan descripciones diferentes, realidades distintas. La cuestión es que esta propiedad se ha comprobado hasta la saciedad. A estas alturas, la superposición es un hecho en el mundo microscópico y la indeterminación planea constantemente en el subsuelo de la realidad.

Las consecuencias de estas características fundamentales son importantes. Dado que la medida de la posición de una partícula provoca el colapso de la superposición que la describía a un estado que corresponde a esa posición concreta, el papel del observador es notorio. Nos enfrenta a una cuestión clave como puede ser la cualificación como observador. En qué consiste la observación cobra relieve y quiénes están caracterizados para actuar como tales. Podría conjeturarse que se puede aceptar cualquier sistema capaz de interaccionar, sea vivo o no, humano o inerte. Por el contrario, este aspecto cabe interpretarlo de forma distinta, en el marco del multiverso, en el que no se trata de la existencia de varios observadores, sino de varios universos que conviven. Esto conlleva una bifurcación permanente de la realidad, porque cualquier interacción provocaría el impulso por un camino concreto, un universo determinado.

La naturaleza de la superposición pasa a primer plano al incorporar aspectos fundamentales, como los que señalamos. La correlación entre dos sistemas físicos materializada en el entrelazamiento, implica una afectación instantánea. No importa la separación entre ellos para que la acción aplicada a uno de ellos se refleje en el otro de forma instantánea. Aparentemente, contradice los postulados incluso heterodoxos de la Física, pero su descripción está acreditada tanto teóricamente como experimentalmente. En el mundo usual, la telepatía conceptualiza esa trasmisión a distancia, que sorprende a la más mínima intuición. Un frente de conciliación es requerido, por cuanto el fenómeno de la comunicación instantánea, se da de bruces con la limitación de la velocidad de la luz impuesta por la teoría de la relatividad. Este entrelazamiento cuántico rinde cuenta de la denominada teleportación, por la que se recrea el estado de una partícula en otra situada en otro punto. El tamaño de los sistemas teleportados se va incrementando, conforme los sistemas experimentales son más sofisticados y precisos.

El gran enemigo del avance de la Ciencia y la tecnología en éste ámbito es, de nuevo, el principio de incertidumbre, dado que los materiales están construidos a partir de átomos y moléculas que no solo no están quietos, sino que no pueden estarlo, por mucho que nos aproximemos al cero absoluto. La computación cuántica es sensible a la capacidad de la superposición de estados que configuran los qubits en los que está basado su proceso. Los estados superpuestos, las superposiciones cuánticas, se ven afectadas por las interacciones con el entorno que destruyen la superposición introduciendo la decoherencia. Hoy es, técnicamente, el nudo gordiano que limita el desarrollo de los sistemas de computación cuántica.

El llamado principio de incertidumbre, que como apunta Casas, es un teorema, aunque se mantiene la referencia clásica para referirlo, justifica la vida en gran medida. Las cuestiones de la denominada Ciencia básica tienen eso, que afectan a aspectos fundamentales. En gran medida, podemos reflexionar sobre ellas, por eso. La frase "si comprendemos existimos" es una reflexión filosófica que parece fusionar dos grandes cuestiones del pensamiento: la naturaleza del entendimiento y la existencia. Esta última ha sido objeto de debate desde hace milenios. "Pienso, luego existo" ("Cogito, ergo sum"), que es una afirmación célebre de René Descartes. Para él, la simple capacidad de dudar y pensar era una evidencia indudable de la existencia del pensador. Por otro lado, comprender implica tener una percepción o entendimiento de algo. La capacidad de comprender no solo implica procesar información, sino también integrarla y relacionarla con otros conocimientos, lo que refleja una cierta consciencia y cognición.

Cuando fusionamos estos dos conceptos, "si comprendemos existimos", podemos interpretarlo alternativamente, como reafirmación del cogito, al igual que el pensamiento es una prueba de existencia para Descartes, la comprensión también podría ser vista como una evidencia de existencia. Si puedes comprender, entonces debes existir para llevar a cabo esa acción, como existencia plena, según la cual no solo se trata de existir en un sentido básico, sino de tener una existencia plena y significativa y aquí, "comprender" podría ser visto como un indicador de una existencia consciente y enriquecida, en contraposición a una existencia automática o sin reflexión o, finalmente, podemos enmarcarla en una interconexión con el entorno, en la que comprender también puede vincularse con el entorno y con otros seres. Si comprendemos nuestro entorno o a otros individuos, afirmamos no solo nuestra existencia sino también nuestra conexión con el mundo que nos rodea.

La Naturaleza de la conexión con otros sistemas es lo determinante en la dinámica, no sólo del conocimiento, sino del devenir de los sistemas materiales. El principio de indeterminación establece el marco en el que desenvolverse. No es una conjetura teórica con ribetes filosóficos, sino un aspecto de la realidad constatable, verificable. Estamos invitados a reflexionar sobre la relación entre nuestra cognición, nuestro entendimiento del mundo y nuestra propia existencia. Es un excelente punto de partida para explorar cuestiones ontológicas y epistemológicas.