Columnas
Hace unas décadas, la imagen de un laboratorio de investigación en Química era la de un lugar en el que un químico con bata blanca manejaba líquidos o sólidos con llamativo aspecto, en recipientes diversos: matraces, probetas, buretas, pipetas, crisoles, etc. Podría verse también algún aparatoso (con botones, cables, lucecitas…) instrumento de ensayo o medida. En los laboratorios en los que yo estudié y me inicié en la investigación, en España, estos últimos aparatos eran escasos, por su elevado coste. Bueno, cabe mencionar otra imagen, la de los científico teóricos que, con papel, lápiz, y su mente lúcida, descubrían principios básicos. Pero otro entorno para hacer Química, y ciencia en general, se vislumbró en la década de los 70 al aparecer los ordenadores. Ya por entonces investigábamos campos, entonces bastante ignotos, pero que hoy tienen nombre propios muy divulgados: ciencia de materiales, nanotecnología, proteómica, etc. Los sistemas, muy complicados, eran de difícil estudio, tanto en laboratorio como mediante las teorías básicas. Pero los ordenadores nos ayudaron. Implementando los principios básicos en programas para ordenadores, éstos podían ocuparse de los tediosos cálculos necesarios requeridos para aplicar los principios básicos a los sistemas complejos, para hacer predicciones – como alternativas a los experimentos convencionales de laboratorio. Este enfoque de cálculo numérico o simulación en ordenador se vio inicialmente con cierto escepticismo (algunos nos decían que eso no era “simular”, sino “disimular”). Pero el tiempo ha puesto las cosas en su sitio. Hoy en día, para diseñar un nuevo fármaco, un proceso esencial, previo a los ensayos in vitro o in vivo, es la predicción, in silico, mediante ordenador, de cómo una molécula interaccionará con la proteína – diana a la que va dirigida. Y el diseño de un material plástico requiere predicciones del comportamiento de las macromoléculas (polímeros) que lo componen. Para ello se dispone, como herramientas, no solamente de ordenadores baratos o potentes, sino también de programas de ordenador gratuitos o comerciales. El conocimiento de estas herramientas es fundamental en la formación y en la actividad profesional de científicos e ingenieros. Pero todavía hay trabajo por hacer. Es necesario desarrollar nuevos, más avanzados y potentes programas que permitan resolver futuros problemas. Así, no solamente la solución de esos problemas, sino también la investigación sobre las metodologías, y en particular sobre esos programas de ordenador que posibiliten resolverlos, es un objetivo científico por sí mismo, y de indudable importancia.