Pensándolo bien...

null EXPLOSIÓN INTELIGENTE

Asistimos a una insistente actuación de publicidad-información-datos que nos sitúa en un escenario en el que todo parece indicar que de forma inminente van a aparecer soluciones para ni se abe cuantas cosas. Se inventan términos, porque los conocidos quedan obsoletos y dicen que no describen apropiadamente y un montón de cosas mas, que las denominan innovaciones, aunque algunas de ellas nunca van a llegar a serlo y aparecen predicadores por todas las esquinas anunciando la “disrupción”, no como hecho solamente, sino como forma de vida, a la que, de no acomodarnos, nos quedaremos fuera del sistema, aunque nunca se precisa de qué sistema se trata. Por cierto, disrupción expresa, ahora, la ruptura contra lo establecido de antes, el famoso mecanismo de Khun de las revoluciones científicas, que él llamaba surgimiento de un nuevo paradigma, sólo que disrupción tiene un tufillo californiano y, como diría el genuino, “eso mola”. No se entienda este texto como crítica alguna, solo es descripción de una situación, que no por no significarse, quiere decir que sea aceptada ni en su contenido ni en su extensión. Es un tiempo que, a la vista de los que cumplimos cierta cantidad de unidades, nos suena a vivido y resultamos ser un tanto descreídos de lo que realmente han sido anteriores revoluciones anunciadas,  con lo que vemos ésta como otra más, sobredimensionada, mientras está en estado de anuncio futuro y, también como otras, no romperá moldes mientras la sociedad sea capaz de atemperar ciencias y tecnologías a sus vidas. Ya ha ocurrido anteriormente.

Así que hoy, obnubilados por los anuncios, reflexionamos sobre dónde estamos y trataremos de ver lo que se avecina, desapasionadamente y evitando exageraciones. Estamos en un periodo de transición hacia una máquina inteligente. No cabe duda que, en unas décadas, final de este siglo o inicios del próximo verá la luz una superinteligencia operativa. Se suele entender por superinteligencia el dispositivo capaz de llevar a cabo todo aquello que hace nuestro cerebro, aunque aportando mayor velocidad y mejor eficacia. En la actualidad los logros son limitados y operativos en entornos muy concretos. Algunos han querido dar la sensación de que el avance es muy superior al que conocemos y han “degustado” fracasos estrepitosos. Google en 2016 tuvo un serio accidente con su coche autónomo, reconocido por la firma. Después ha tenido otros, aunque tiende a culpar a decisiones de los conductores que actúan sobre el sistema autónomo, creyendo que no va a reaccionar debidamente. Nunca sabremos con certeza lo que ocurre. Tesla con su modelo S también ha tenido accidentes.

El término explosión inteligente se aplica con rigor a lo que ha ocurrido desde que la tecnología se comenzó a desarrollar y no exclusivamente debido a la Inteligencia Artificial actual.  Siempre han sido saltos asociados a aportaciones tecnológicas, desde la imprenta que impulso el alfabetismo, hasta la informática que trajo de la mano la segunda alfabetización. Ahora estamos superando estos escalones, al no tratarse de impulsos para los miembros de la Humanidad que dispongan de herramientas, sino que el beneficio debe ser para toda la Humanidad que se ve permeada por la tecnología que debe alcanzar todos los rincones. Hoy, no se concibe una aportación aislada, como en ocasiones anteriores. Una superinteligencia solamente se puede construir cooperativamente, porque supera las tecnologías disponibles o por aparecer. El bien común tiene que ser el leiv motiv de este nuevo tiempo y solo así se puede entender el cambio de paradigma.

No nos preguntamos, una vez más, por lo que podemos hacer nosotros por la tecnología, sino que pensamos, erróneamente, en lo que la tecnología puede hacer por nosotros. Craso error. Así nos va en muchos otros campos. La globalización ha caído sobre nosotros, sobreviniendo una imposición por encima de las organizaciones de los pueblos y las vocaciones democráticas. Un servicio de comunicación a través del teléfono, de alcance mundial no puede hacernos sonreír y entregarnos al uso desaforado de la tecnología porque sea barato o gratuito. Deberíamos preguntarnos cómo es eso así. Hoy, una empresa, privada y particular, entiende que tiene bajo sus competencias decidir si permite que una persona concreta envíe mensajes o no, juzgando su contenido unilateralmente, pongamos por caso. Si ha ocurrido con un personaje público y demasiado conocido y poderoso (por otro lado, extravagante acrecencia democrática, que también tiene sus servidumbres, como se ve), con quién no habrá ocurrido semejante desatino. Eso tiene un nombre y no es precisamente democrático. Y lo hemos aceptado dócilmente. Hemos construido un mundo que no puede gustarnos. Si no nos gusta el ejemplo, examinen el actual problema de la factura de la electricidad, que evoluciona al margen de los controles democráticos. Es de resaltar que no podemos contribuir a fomentar, una vez más, erigir monstruos de esta naturaleza, porque sean gratuitos en los comienzos. Vendemos algo más que nuestro nombre en ello. Los ideales éticos tienen que ser previos y compartidos. Si el bien común no está claramente por en medio, con un papel central, nos arriesgamos a lamentarnos después, como lo estamos haciendo con otras cosas.

Cuando se habla de Inteligencia artificial no se menciona casi nunca su potencial contribución a la democracia y a la libertad. Debería preocuparnos tal cuestión, muy mucho. Lo único que podrían contestar los sesudos analistas es que contribuye al crecimiento económico. Otra cosa es que, a partir de ahí se derive el que algo que favorezca a la sociedad. Los poco comprometidos dirán que depende de cómo se use y por quién. Los más comprometidos afirmarán que la Inteligencia Artificial en las máquinas puede mejorar o impedir el desarrollo democrático. Los todavía más comprometidos afirmarán que una cosa es segura y es su aportación a la vigilancia masiva de forma eficiente. A buen seguro, que los lectores se habrán posicionado en estas o en posturas más radicales o más complacientes. Lo cierto y verdad es que, desprotegidos éticamente, no hay nada claro de cuál es la vertiente que tomarán los acontecimientos.

Aunque no lo digamos, ni lo veamos, hay un auténtico choque entre la persona y la máquina. Hay una invasión callada y progresiva de aspectos, actividades, ocupaciones consideradas muy propias de la especie humana, calificada de inteligente. Escribir, pintar, generar música, son actividades genuinamente humanas. Internet ha supuesto un cambio notorio en como se desenvuelven estas profesiones creativas. Ahora, la Inteligencia Artificial va acercándose al proceso de creación. Habrá que estar preparados para ello.

Usualmente se confunden términos, ¡como no! y se confunden dispositivos inteligentes con Inteligencia Artificial. Hoy la mayoría de aplicaciones son dispositivos inteligentes que asisten, pero no son inteligentes, todavía. Tener un lenguaje avanzado o reconocer imágenes pueden proceder de aprendizajes profundos, pero todavía no son inteligentes. Un coche autónomo todavía no comprende a un niño con su lenguaje incipiente, que su madre perfectamente interpreta. Alcanzarán inteligencia cuando interpreten las emociones o tengan un comportamiento social inteligente y tengan capacidades de conexión. Para ello falta mucho. No nos apuremos todavía. Si debe preocuparnos el fondo ético y las medidas de seguridad que garanticen una conducta socialmente aceptable.

Cuando se desarrolló la energía nuclear, como en tantas ocasiones, no hubo opción a plantearse que atributos humanos se salvaguardaban, ni qué límites se ponían, ni que riesgos se generaban. Se hizo y solucionado. Solo que, después han venido las consecuencias. En otros campos más sutiles, como hoy Internet, se han sobrepasado límites como ocurre en todas las plataformas que posibilitan las manipulaciones de algún género, ya sea textual o financiera, violentando la intimidad o sirviendo para violentar a las personas en el mas puro y estricto sentido usual. Las máquinas, como los sistemas de información, deben adaptarse para posibilitar que el humano lo siga siendo.

Todo conduce a que es necesario definir lo que queremos que se logre y lo que no consentiríamos que se obtenga. Hay que tener presente que estamos hablando de tecnología, por mucho que pueda apoyar al desarrollo científico, se trata de tecnología y sus usos. No es fácil relacionar los problemas que los humanos queremos resolver. Desde los problemas medioambientales hasta los energéticos, los alimentarios, el agua, etc,, forman parte del elenco de cuestiones que requieren solución. No podemos pensar que la Inteligencia Artificial venga a resolverlos todos, como si se tratara de algo mágico. Si se puede pensar en que coadyuve a resolverlos, ya que rapidez y eficiencia aporta la IA. Incluso así, hay efectos colaterales. Nunca es neutra su aplicación.

La corriente global es entender la tecnología de la IA, una vez más como fuente de beneficios e impulsor del crecimiento. Craso error, una vez más. Cuando el mundo despierte, se verá empobrecido en muchas facetas humanas, no consideradas en la ecuación de rentabilidad que se impone desde los defensores de la economía y la ceguera en tantos otros aspectos humanos.

No se puede desprender de estas reflexiones que se trata de que seamos cautelosos en extremos para prevenir consecuencias imprevistas. Nada de ello. Simplemente es que en los momentos actuales se están desarrollando tecnologías fuera de regulación, desde el desafortunado término anglófono “big data”, hasta la Inteligencia Artificial genuina. Los desarrollos tecnológicos conocidos nos llevan a crear un entorno que está surgiendo sin una ética ni sentida ni formulada en modo alguno, acorde a la envergadura de lo que llevamos entre manos. Estamos omitiendo pronunciarnos sobre el futuro que queremos. La tecnología no crea, sino que ayuda. La defensa de la democracia y del bien común nunca está asegurada, si no somos capaces de formular los mecanismos que la garanticen. En este contexto, la explosión inteligente puede resultar catastrófica.  Y en ese estar, estamos todos, en mayor o menor medida. Ciertamente estamos todos, salvo los salvadores de patrias que confunden debatir con discutir. No se trata de tener razón. Todo el mundo tiene la suya. Pero el bien común es de todos, sin excepción, incluso de los que se oponen.