Pensándolo bien...
Cuando pensamos en las debacles a nivel planetario, asumimos que todos estamos en riesgo de desaparecer. Los relatos de la extinción de los dinosaurios nos alertan de la posibilidad de una catástrofe de entidad universal, capaz de hacer desaparecer cuanto conocemos en la Tierra, incluida ella misma. El Cretácico finalizó hace unos sesenta y cinco millones de años, cuando un meteorito chocó con la Tierra, supuestamente en Chicxulub en la península de Yucatán, creando un cráter de ciento ochenta kilómetros de diámetro y originando un proceso de destrucción que alcanzó a millones de especies, hasta un setenta y cinco por ciento del total. Pero no sólo ocurrió esto, porque la nube de polvo que se generó con el impacto, afectó a la capacidad fotosintética, haciendo desaparecer hasta la mitad de las especies vegetales. La cadena trófica se vio violentada y se vieron afectados en cadena los niveles superiores. Algunos grandes árboles no se vieron grandemente afectados, aunque perdieron protagonismo. Surgieron nuevas formas de dinámica vegetal, basadas en las angiospermas (con flores y frutos), plantas de crecimiento rápido y de hoja caduca, plantas capaces de sobrevivir en el frío desatado tras la extinción de los dinosaurios. En el reino vegetal sobrevivieron las coníferas. Las araucarias son un excelente ejemplo de ello, con ejemplares que alcanzan los mil quinientos millones de años y altura considerable. El meteorito provocó la extinción selectiva de las especies verdes de crecimiento lento, sobreviviendo aquellas que por el porte suponían una estrategia para evitar que la nieve permaneciera en las ramas y, por tanto, disponían de una forma de luchar contra el frío.
En el mundo animal, las estrategias implicaban algo parecido. El último superviviente concebible, en el paneta Tierra, solamente sensible a la desaparición de nuestro astro Sol, cosa concebible después de transcurrir unos diez mil millones de años todavía, es el tardígrafo, forma de vida microscópica, capaz de sobrevivir a todos los humanos. Al contrario que una especie como la humana, sumamente sensible al cambio climático que nos amenaza, hay una especie sumamente más resistente, como el tardígrado, capaz de sobrevivir hasta treinta años sin comida ni agua, en un espacio helado, al tiempo que también sobreviven a temperaturas de hasta 150 grados centígrados o unos niveles de radiación imposibles de soportar por los humanos. Ni un meteorito, ni un estallido de una supernova o la radiación gamma interestelar, se estima que acabarían con él. En el planeta Tierra, los tardígrafos parecen indestructibles con las amenazas concebibles en la actualidad. Ciertamente, es un rayo de luz para la consideración de la poca probabilidad de desaparición de la vida.
Ahora bien, la estrategia de deshidratación del tardígrado, por la que pasa de un 85% hasta solo un 3% de agua, en la que el crecimiento, la reproducción y el metabolismo se reducen a mínimos e incluso se detienen temporalmente, de forma que se ha llegado a reanimar ejemplares tras más de treinta años congelados. Rosner se inspiró en estos animalitos que se secan completamente y siguen viviendo y es capaz de regenerarse, para plantear una técnica para abordar uno de los problemas de mayor entidad que presentan las vacunas en la distribución actual, como es que no llegan en condiciones adecuadas a los lugares de aplicación, a los pacientes que la requieren. A partir de esta idea se desarrolló una forma de deshidratar las vacunas, encapsuladas en azúcar, imitando al tardígrafo en el tratamiento de sus propias células. El resultado final es que las vacunas no es necesario refrigerarlas, para mantenerlas activas y en condiciones de aplicación en los lugares más remotos e independientemente de las condiciones climáticas que tengan que atravesar en su distribución.
Magnífica noticia y excelente resultado alcanzado de la observación de la Naturaleza, y como algunos han resuelto problemas, cuya estrategia es aprovechable para avances significativos en la dinámica de la propia vida humana. Crear una vacuna que mantenga sus características terapéuticas sin refrigeración es un paso cualitativo en la lucha contra las enfermedades, que ocupa buena parte de los esfuerzos de la investigación científica para resolver los problemas, complejos, diversos y demasiado numerosos, que nos afectan y amenazan constantemente. El trabajo científico siempre resulta reconfortante. La estrategia de la Naturaleza goza de la confianza de que las soluciones que propone son consecuencia de la parsimonia y destilado que da su larga experiencia en la que la evolución ha marcado la ruta. Muchas veces, la solución está al alcance de la mano. Solamente hay que saber ver y mirar a la Naturaleza.