Pensándolo bien...

null ENTREDICHOS: IGNORANCIA ASUMIDA

Una variante de los entredichos es la controversia científica surgida en ámbitos científicos en que los datos admiten interpretaciones alternativas, alguna de las cuales, incluso, puede provenir de aspectos de la ignorancia o carencia de modelos de referencia. Se ponen en juego concepciones distintas con las que se pretende apoyar y generar unas evidencias que no necesariamente encuentran respaldo en los datos observados, sea en la Naturaleza, sea en el laboratorio. Pero incluiremos una variable más y es la derivada de la intervención del ámbito social que toma parte y contribuye a difundir e incrementar alguna de las posturas que se mantienen.

Tal es el caso de la teoría heliocéntrica formulada por Copérnico en su publicación De Revolutionibus Orbium Coelestium  difundida póstumamente en 1543, con lo que fundaba la astronomía moderna que contribuyó de forma decisiva a la Revolución Científica del Renacimiento. No era nueva la propuesta, por cuanto Aristarco de Samos ya situó al Sol en el Centro del Universo, con la Tierra girando, además de sobre su eje, alrededor de él, empleando un año en este último movimiento.

Copérnico estudio Humanidades en Cracovia y, posteriormente, se trasladó a Italia a cursar medicina y derecho que completó en Bolonia. Se doctoró en Roma. Ejerció como médico y fue canónigo y estudió finanzas y propuso reformas monetarias. Todo un alarde de enciclopedismo. La mayoría del trabajo de observación astronómica la desarrolló como ayudante en Bolonia. Se manifestó admirador de Ptolomeo. Formuló la propuesta de que es la Tierra y no el Sol la que gira, lo contrario de lo que se había mantenido hasta entonces. No era nada fácil asimilar la propuesta, por cuanto los mecanismos para explicar los movimientos de los planetas no eran nada fáciles. La teoría la formuló en seis axiomas y la parte matemática la incluyó en la publicación con el título de "Sobre las revoluciones de las esferas celestes".

Surgieron los detractores, en este caso, fundamentalmente adscritos a teólogos protestantes que argüían empleando referencias bíblicas. El resultado fue que en 1616 la Iglesia Católica situó la obra en los anaqueles de los libros prohibidos. Claro, que lo que resultó imparable fue que se situara en el fundamento desde el que Galileo, Ticho Brahe y Kepler fundamentaran la Astronomía moderna.

Así pues, ahora le tocó a la Iglesia Católica participar activamente polemizando sobre la teoría heliocéntrica. Claro, que sus seguidores encontraron una severa respuesta, como Galileo, procesado y condenado por la Inquisición. El 23 de Junio de 1633, de rodillas y obligado a retractarse públicamente para salvar la vida, Galileo pronunció esta confesión:

Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto florentino Vicenzo Galilei, de setenta años de edad, comparecido personalmente en juicio ante este tribunal y puesto de rodillas ante vosotros, los Eminentisimos y Reverendisimos señores Cardenales, Inquisidores generales de la República cristiana universal, respecto de materias de herejía, con la vista fija en los Santos Evangelios, que tengo en mis manos, declaro, que yo siempre he creído y creo ahora y que con la ayuda de Dios continuaré creyendo en lo sucesivo, todo cuanto la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana cree, predica y enseña. Mas, por cuanto este Santo Oficio ha mandado judicialmente, que abandone la falsa opinión que he sostenido, de que el Sol está en el centro del Universo e inmóvil; que no profese, defienda, ni de cualquier manera que sea, enseñe, ni de palabra ni por escrito, dicha doctrina, prohibida por ser contraria a las Sagradas escrituras; por cuánto yo escribí y publiqué una obra, en la cual trato de la misma doctrina condenada, y aduzco con gran eficacia argumentos en favor de ella, sin resolverla; y atendiendo a que me he hecho vehementemente sospechoso de herejía por este motivo, o sea, porque he sostenido y creído que el Sol está en el centro del mundo e inmóvil y que la Tierra no está en el centro del Universo y que se mueve. En consecuencia, deseando remover de la mente de Vuestras Eminencias y de todos los cristianos católicos esa vehemente sospecha legítimamente concebida contra mi, con sinceridad y de corazón y fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto los antes mencionados errores y herejías, y en general cualquier otro error o secta, sea cual fuere, contraria a la santa Iglesia, y juro para lo sucesivo nunca más decir ni afirmar de palabra ni por escrito cosa alguna que pueda despertar semejante sospecha contra mí, antes por el contrario, juro denunciar cualquier hereje o persona sospechosa de herejía, de quien tenga yo noticia, a este Santo Oficio, o a los Inquisidores, o al juez eclesiástico del punto en que me halle.

Juro además y prometo cumplir y observar exactamente todas las penitencias que se me han impuesto o que me impusieren por este Santo Oficio. Mas en el caso de obrar yo en oposición con mis promesas, protestas y juramentos, lo que Dios no permita, me someto desde ahora a todas las penas y castigos decretados y promulgados contra los delincuentes de esta clase por los Sagrados Cánones y otras constituciones generales y disposiciones particulares. Así me ayude Dios y los Santos Evangelios sobre los cuales tengo extendidas las manos.

Yo, Galileo Galilei arriba mencionado, juro, prometo y me obligo en el todo y forma que acabo de decir, y en fe de estos mis compromisos, firmo de mi propio puño y letra de esta abjuración, que he recitado palabra por palabra.

Galileo se vio obligado a confesar una herejía cometida y abjurar ante el Tribunal de la Inquisición. Cárcel y destierro fuera de Roma y a sus 78 años envió clandestinamente su libro Dos Nuevas Ciencias para publicar en Holanda. La Iglesia mantuvo su ignorancia hasta 1822 en que reconoció que era la Tierra la que giraba en torno al Sol. En 1963 el Concilio Vaticano II dijo lamentar actitudes que no respetaban la autonomía de la Ciencia, incluyendo a los propios cristianos, pero en tercera persona, diciendo lamentar la disputa Ciencia y Fe. Con la celeridad genuina de la Iglesia Católica, han tenido que pasar, nada menos que 360 años, para que la Iglesia Católica se retractara del disparate cometido, porque ocurrió en 1979 que Juan Pablo II propuso que se revocara la condena que pesaba sobre Galileo. Como su discípulo Scarpi apuntara en 1611, algún día los hombres de Ciencia lamentarán la desgracia e injusticia comedita con un gran hombre, aunque hasta que ello ocurra, habrá que asumirla y mantenerla en secreto. En el fondo, Galileo debió pensar que todo dogmático es, sobre todo, un ignorante y un soberbio.

No le fue mejor a Giordano Bruno, astrónomo y filósofo, monje, que criticaba dogmas y disciplinas usuales en la Iglesia Católica del Renacimiento. Concluyó en la falta de rigor de algunas proposiciones de Aristóteles. Para Bruno no era suficiente contar con los datos de la realidad. Necesitaba disponer y defender la verdad, aun cuando le costase la vida. No murió por hereje, como dramatizaría Bretch, sino por no aceptar un condicionamiento de su libertad de pensamiento y expresión. Tras siete años de cárcel, se negó a confesarse y murió en la hoguera. Probablemente, como indica Brecht debió ser el primer mártir moderno de la libertad de pensamiento.

Las ideas de Bruno, como las de Galileo, se valoraron como visionarias, aceptando que el Universo podría constar de muchos otros mundos habitables. La escasez de datos inicialmente amparó que desde la ignorancia se cometieran atropellos como los señalados. Simbólicamente hay contenidos aquí muchos fundamentos de la visión moderna de la Humanidad que mira al Universo de forma bastante distinta a como lo hiciera en aquellos tiempos. La cuestión de relevancia es el disparate de que una Institución fundamente sus argumentos en ignorancias, abrogándose la capacidad de juzgar, condenar y ejecutar la vida de seres humanos, por el mero hecho de pensar de forma distinta. Afortunadamente, la Ciencia prosigue su camino y avanza desde la observación y la evidencia del contraste de las propuestas, con la repetibilidad como faro guía. No debe haber mayor lastre que la ignorancia asumida, desde la ceguera de la falta de raciocinio y la intransigencia del dogma. Afortunadamente, estamos en otros tiempos y algunas cosas se superan. Poco a poco.