Pensándolo bien...
Una cosa son los datos y otra la interpretación de los mismos. Evidentemente, sin los primeros, no ha lugar para lo segundo. La Ciencia tiene a su favor propiciar el acto reflexivo, racional, el que la observación capta el dato. No se elude la “realidad”. Otra cosa es la interpretación que de la misma se hace. Aquí no todo el mundo está de acuerdo. Surgen discrepancias entre los modelos con los que se pretende interpretar la “realidad”, que ignoramos y que solamente queremos lograr una aproximación a la misma, aun siendo conscientes de que la objetividad nunca la alcanzaremos, ni pretendemos alcanzarla. Somos conscientes de las limitaciones.
Esto lleva a muchos a sugerir que las cosas son tan complicadas que ni los científicos se ponen de acuerdo. Claro que omiten referir que la Ciencia al no ser dogmática, nunca, cuando parece que lo es, ocurre que algo está desencajado. El sistema llamado Ciencia se construye constantemente. Si lo identificáramos con internet, tendríamos, de forma permanente, al monigote del obrero de la construcción en todas sus páginas. Si lo que hoy se formula, convence más que lo que se ha dicho hasta el momento, se adopta racionalmente, por tener visos de ser más aproximado. No hay drama alguno en ello. Nuevos datos, nuevos matices, nuevo conocimiento, permiten nueva aproximación. Así ha sido, desde los mismos inicios.
Controversias ha habido muchas y las hay, como consecuencia de las interpr4etaciones que se hacen de los datos de que se dispone. Otras veces, las más, se trata de la atribución de la primera propuesta, la paternidad de una ley o de un método o procedimiento. Las más veces se dan en esas materias, de las que disponer de datos es complicado, por ser los sistemas demasiado grandes y hasta hace poco, de los demasiado pequeños. Hoy se ha avanzado más por el lado de los pequeños, que de los grandes. Otras veces la polémica surge cuando se mezcla con otras disciplinas o pensamiento que no están incorporados al acervo científico, como el político o el religioso: aquí más que polémica se da la disputa en desigualdad de condiciones, al obrar una de las partes en el terreno dogmático, de las creencias, justo lo opuesto al ámbito racional. Estéril resulta la disputa, siempre y, en buena lógica, fuera de lugar: las creencias y la reflexión no tienen nada en común y creer, cada cual es responsable de su dotación, sin explicación posible ni plausible.
Una de las escenas más notables en entredicho es la vida y obra de Lavoisier. Es uno de los prototipos de la revolución científica: químico, biólogo y economista francés, considerado como el «padre de la química moderna» por sus aportaciones sobre la oxidación de los cuerpos, la respiración animal, la propuesta de un modelo para el aire, la ley de conservación de la masa, la teoría calórica, la combustión y sus propuestas sobre la fotosíntesis. En la década de 1780, Lavoisier, basándose en su teoría del oxígeno, formuló un marco completamente nuevo para la Química, cuya idea central era el concepto de elemento químico, proponiendo que una sustancia no puede reducirse a nada más simple. En 1789 publicó un libro titulado "Traité elementaire de chimie" o "Tratado elemental sobre química", que sentó las bases para el futuro de la Química Moderna. Pero estalló la revolución y tanto los aristócratas como los recaudadores de impuestos, como Lavoisier, pasaron a ser tildados de enemigos del pueblo. No se escapó. La gota definitiva la puso Jean-Paul Marat. Pretendía incorporarse a la Academia de Ciencias de Paris, de la que formaba parte Lavoisier y presentó un ensayo sobre la luz, incluyendo variados experimentos, algunos de los cuales disputaban las teorías del color que Newton formuló desde la óptica naciente. En la Comisión que debía juzgar la validez del trabajo de Marat, incluyeron a Lavoisier, así como a Benjamín Franklin. Tras nueve meses de trabajo la conclusión de la Comisión fue que las pruebas aportadas por el peticionario no probaban lo que éste imaginaba que probaban, por lo que la conclusión fue no considerar aptos los experimentos para ser aprobados por la Academia. Esto suscitó el rencor de Marat, en especial dedicado a Lavoisier, como mas acreditado científico-miembro de la Comisión.
Cuando Marat llegó a ser relevante, tras estallar la revolución, focalizó a Lavoisier y denunció sus antecedentes y sus actividades y se puso al frente de un movimiento que pretendía disolver la Academia. Logró concitar odios tanto políticos como ciudadanos, contra Lavoisier. Por si fuera poco, el 13 de Julio de 1793 estando en la bañera recibió la visita de Charlotte Corday, que pretendidamente le llevaba información confidencial sobre un grupo de girondinos fugitivos, que eran los que propiciaban la abolición de la monarquía. La visita finalizó con un ataque de la visitante con un cuchillo, que acabó con la vida de Marat. Tras estos acontecimientos, Marat pasó a ser un mártir y los allegados mantuvieron y alimentaron el rencor contra Lavoisier. Acabaron arrestándolo. Intuyó en qué acabaría la cosa, valorando que moriría con salud, salvado de la inconveniencia de la vejez. En 1793, se le imputó el delito de traición contra el Estado y se le sentenció a muerte, ejecutada en la guillotina el 8 de mayo de 1794. El final es apoteósico, por cuanto quisieron hacer valer los logros científicos como argumento para solicitar su indulto, pero el jefe del tribunal contestó la petición con un “La República no precisa de sabios”. ¡Ahí es nada!
Esto lleva a muchos a sugerir que las cosas son tan complicadas que ni los científicos se ponen de acuerdo. Claro que omiten referir que la Ciencia al no ser dogmática, nunca, cuando parece que lo es, ocurre que algo está desencajado. El sistema llamado Ciencia se construye constantemente. Si lo identificáramos con internet, tendríamos, de forma permanente, al monigote del obrero de la construcción en todas sus páginas. Si lo que hoy se formula, convence más que lo que se ha dicho hasta el momento, se adopta racionalmente, por tener visos de ser más aproximado. No hay drama alguno en ello. Nuevos datos, nuevos matices, nuevo conocimiento, permiten nueva aproximación. Así ha sido, desde los mismos inicios.
Controversias ha habido muchas y las hay, como consecuencia de las interpr4etaciones que se hacen de los datos de que se dispone. Otras veces, las más, se trata de la atribución de la primera propuesta, la paternidad de una ley o de un método o procedimiento. Las más veces se dan en esas materias, de las que disponer de datos es complicado, por ser los sistemas demasiado grandes y hasta hace poco, de los demasiado pequeños. Hoy se ha avanzado más por el lado de los pequeños, que de los grandes. Otras veces la polémica surge cuando se mezcla con otras disciplinas o pensamiento que no están incorporados al acervo científico, como el político o el religioso: aquí más que polémica se da la disputa en desigualdad de condiciones, al obrar una de las partes en el terreno dogmático, de las creencias, justo lo opuesto al ámbito racional. Estéril resulta la disputa, siempre y, en buena lógica, fuera de lugar: las creencias y la reflexión no tienen nada en común y creer, cada cual es responsable de su dotación, sin explicación posible ni plausible.
Una de las escenas más notables en entredicho es la vida y obra de Lavoisier. Es uno de los prototipos de la revolución científica: químico, biólogo y economista francés, considerado como el «padre de la química moderna» por sus aportaciones sobre la oxidación de los cuerpos, la respiración animal, la propuesta de un modelo para el aire, la ley de conservación de la masa, la teoría calórica, la combustión y sus propuestas sobre la fotosíntesis. En la década de 1780, Lavoisier, basándose en su teoría del oxígeno, formuló un marco completamente nuevo para la Química, cuya idea central era el concepto de elemento químico, proponiendo que una sustancia no puede reducirse a nada más simple. En 1789 publicó un libro titulado "Traité elementaire de chimie" o "Tratado elemental sobre química", que sentó las bases para el futuro de la Química Moderna. Pero estalló la revolución y tanto los aristócratas como los recaudadores de impuestos, como Lavoisier, pasaron a ser tildados de enemigos del pueblo. No se escapó. La gota definitiva la puso Jean-Paul Marat. Pretendía incorporarse a la Academia de Ciencias de Paris, de la que formaba parte Lavoisier y presentó un ensayo sobre la luz, incluyendo variados experimentos, algunos de los cuales disputaban las teorías del color que Newton formuló desde la óptica naciente. En la Comisión que debía juzgar la validez del trabajo de Marat, incluyeron a Lavoisier, así como a Benjamín Franklin. Tras nueve meses de trabajo la conclusión de la Comisión fue que las pruebas aportadas por el peticionario no probaban lo que éste imaginaba que probaban, por lo que la conclusión fue no considerar aptos los experimentos para ser aprobados por la Academia. Esto suscitó el rencor de Marat, en especial dedicado a Lavoisier, como mas acreditado científico-miembro de la Comisión.
Cuando Marat llegó a ser relevante, tras estallar la revolución, focalizó a Lavoisier y denunció sus antecedentes y sus actividades y se puso al frente de un movimiento que pretendía disolver la Academia. Logró concitar odios tanto políticos como ciudadanos, contra Lavoisier. Por si fuera poco, el 13 de Julio de 1793 estando en la bañera recibió la visita de Charlotte Corday, que pretendidamente le llevaba información confidencial sobre un grupo de girondinos fugitivos, que eran los que propiciaban la abolición de la monarquía. La visita finalizó con un ataque de la visitante con un cuchillo, que acabó con la vida de Marat. Tras estos acontecimientos, Marat pasó a ser un mártir y los allegados mantuvieron y alimentaron el rencor contra Lavoisier. Acabaron arrestándolo. Intuyó en qué acabaría la cosa, valorando que moriría con salud, salvado de la inconveniencia de la vejez. En 1793, se le imputó el delito de traición contra el Estado y se le sentenció a muerte, ejecutada en la guillotina el 8 de mayo de 1794. El final es apoteósico, por cuanto quisieron hacer valer los logros científicos como argumento para solicitar su indulto, pero el jefe del tribunal contestó la petición con un “La República no precisa de sabios”. ¡Ahí es nada!
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