Pensándolo bien...
Ciertamente, no percibimos la importancia de las cosas, mientras que no nos faltan. Pensándolo bien, todos tenemos algún ejemplo concreto de este hecho. Cuando nos duele o tenemos dificultades con el pie, reparamos en que nada menos que 19 músculos están implicados en sus movimientos o cuando tenemos dificultades con la cara, reparamos en que los músculos de la cara, también llamados músculos de la expresión facial, incluyen, en torno a 20 músculos planos que se ubican bajo la cara y el cuero cabelludo. Afortunadamente, no sentimos su existencia, como decíamos, hasta que alguna dificultad nos alerta de su presencia y papel.
Con la disposición de la tecnología ocurre algo parecido. Cada vez con menor intensidad, pero no se ha erradicado todavía, es bien visible que, en las reuniones de colectivos, los enchufes murales se ven concurridos por decenas de cables y teléfonos abandonados a la suerte de la recarga para aquellos que no siendo precavidos, se han visto sorprendidos al quedarse sin comunicación por agotamiento. Para aquellos que esperan recuperar los favores de su teléfono, la recarga se convierte en el gran problema a resolver por la tecnología que, dicho sea de paso, está haciéndose de rogar más de lo que debiera. Las soluciones híbridas, solo nos evidencian la falta de capacidad para resolver un problema crucial, como es el del almacenamiento de la energía eléctrica. De faltar la energía eléctrica a escala local, en un ámbito de una ciudad o parte de ella, repararíamos que no disponemos de capacidad tecnológica para tales menesteres y repararíamos en la obsesión por mantenernos enchufados.
Podemos imaginar crisis de gran envergadura, cuando falten elementos que hoy son usuales y que podemos enmarcar en ese concepto amplio que denominamos conectividad. La concepción es amplia, digital o analógica, la vida se nutre mediante la conectividad. Los dispositivos solamente la facilitan, pero desde la provisión de alimentos, hasta el mantenimiento de nuestro hogar, requieren conectividad. La opción de autosuficiencia no se puede decir que sea una alternativa. El universo digital forma parte de nuestra identidad y merece la pena que reflexionemos sobre ello.
Lo natural y la ficción tienen mucho en común. Se pueden vivir cosas propias de ambos entornos. En el marco de la realidad virtual, podemos subir una escalera velozmente y quedarnos sin aliento. Pero, es posible que la percepción de las cosas naturales, sean más abstractas, de naturaleza más indirecta. Nuestra vida compone a lo largo de su desarrollo, una experiencia directa que conforma nuestra historia. Lo que ocurre es que está convenientemente decorada. En una novela se suceden las escenas que la construyen, una tras otra, pero la historia de nuestra vida requiere un trazado también. Se requieren meses años en los que se suceden los capítulos de nuestra vida concretada en momentos concretos. Ahora bien, lo que constituye nuestra historia no son los capítulos, sino el conjunto completo de ellos. No es una recopilación de momentos ni la felicidad de unos momentos o los sufrimientos, las victorias o los pesares, sino el por qué de ellos e incluso pese a ellos que encontramos nuestro lugar en el mundo y contribuimos a cambiarlo y esto nos cambia a nosotros mismos. Esto conlleva que nuestra historia requiere un tiempo de dos dimensiones, una de ellas concreta la duración y la otra el marco de tiempo del momento, de la experiencia directa.
La naturaleza de las experiencias directas solo puede existir en el momento. Por el contrario, una narración requiere muchos momentos y una secuencia completa para tener sentido. Pero ambas requieren una experiencia inmersiva y el fluir del tiempo. El flujo del tiempo está embebido en todo. Un grano de arena lo incluye, lo mismo que un capullo de una flor. Está sumergido en cualquier música y en nuestras emociones en forma codificada, en los olvidos y en las nostalgias, en nuestros sueños y en nuestra idea del futuro. Pero la tecnología ha alterado el flujo del tiempo. La unidad de medida del momento se ha reducido, se ha encogido. Una historia muy divertida, cuenta que, a principios del siglo XX, un ricachón americano propuso un premio especial (en dólares) a quien demostrara que un caballo a la carrera pudiera tener en algún instante las cuatro patas en el aire. Hubo que esperar unos treinta años, hasta que un diafragma fue capaz de obturar el objetivo de una cámara fotográfica en un tiempo suficientemente pequeño (milésima de segundo) para capturar la instantánea en que las cuatro patas estaban en el aire. Aquello permitió desarrollar el concepto de en vivo o en directo. Se desarrollaron experimentos en directo y sustituir al diferido con el que nos conformamos en muchos casos, en especial en Química. Para observar la ruptura y formación de los enlaces químicos se necesita instrumental que opere en la escala del femtosegundo, que es el tiempo genuino en Química. Lo demás, ya ocurrió, es pasado.
Los instrumentos han permitido medir cada vez tiempos más pequeños y esto nos proporciona una comprensión más granular del mundo material. Esto genera montones de datos que nuestro cerebro no puede comprender y hacen necesario el tratamiento con ordenadores cada vez más potentes. A su vez, esto indica que hay un desnivel entre lo que percibimos y lo que medimos. Hoy es usual que en ámbitos científicos se opere a escala del picosegundo. Pero este es un tiempo inaccesible a una experiencia personal que podamos tener. Para las personas, el ritmo y el flujo del tiempo se concreta en el del Sol, la luna y as estaciones o ámbitos derivados. Esto nos indica que la amplitud del tiempo y su paso, para nosotros, es amplia y el presente y el futuro para percibir las cosas en las que estamos implicados, tienen que permitir separar las señales del ruido y la naturaleza de nuestras sensaciones. Los humanos requerimos la flecha del tiempo para comprender y discriminar la causa del efecto, tanto en el mundo material como en el interior de las motivaciones e intenciones. La cuestión relevante, por tanto, es ¿cuál es la incidencia de que la flecha del tiempo se altere, se deforme, se acorte?
La sensación actual para los humanos es que la flecha del tiempo apunta a cualquier parte y lo hace simultáneamente. Esta impresión se debe a que el tiempo en el mundo digital no fluye a la misma velocidad con que lo hace en el mundo digital. Todo se encoge, tanto el espacio como el tiempo. Cualquier cosa por lejana que sea, la tenemos cerca. Cualquier cosa que ocurra, por muy remoto que esté el punto en el que nos encontremos, está a nuestro alcance. La comida, el trabajo, los medios de transporte, nuestras amistades, también nuestro pasado, por cuidadosos que seamos, están presentes de forma inmediata. Podemos afirmar que pasado, presente y futuro se funden en un ahora digital.
Lo digital no solo se aleja del presente, sino que está en competición con él, porque no solamente estamos ausentes de él, sino todos los demás también. Podemos pedir un libro en cualquier idioma a media noche o comprar cualquier cosa o dejar mensaje para después. Operamos, por tanto, con un ritmo diferente del usual y creamos la ilusión de que actuamos en tiempo real. La tecnología nos genera la ilusión de que cualquier cosa es posible. Pero. no tiene acceso todo el mundo y coexisten dos tipos de personas y el reto es vivir en los dos conceptos de tiempo que son paralelos y simultáneos y no es fácil convivir con ellos. Podemos imaginar que los jóvenes que han nacido en el seno de las sociedades tecnológicas se adaptarán a vivir más naturalmente. Es posible, pero no puede ser lo mismo aprender determinadas cosas en una aplicación a recibir la sabiduría del abuelo que nos cuenta los relatos de cuando estuvo en Roma. Cuando la visitemos rememoraremos estampas que dejaron la impronta de las sensaciones de tu antecesor y las emociones que produjeron. No se trata de romanticismo trasnochado, sino de contexto. Una cosa es la frialdad de la instrucción, en la que probablemente la automatización pueda tener ventaja, y otra muy diferente es la educación que, de momento, no hay sustituto para que sea el calor humano el que va configurando el perfil personal, al incorporar la semántica de los momentos sumergidos en una cultura que es la que enmarca nuestra existencia, natural, real. Información, conocimiento y hechos y algo más, configuran un pasado difícil de olvidar, a los que nos aferramos, aun cuando pudieran ser momentos estáticos, como burbujas que desaparecen cuando las tocamos.
Cuando almacenamos cosas no almacenamos el tiempo, no es un dato. En nuestra vida, las experiencias y el momento son una misma cosa. El presente está encapsulando al pasado y a la expectativa del futuro, como engullendo lo que ocurrió y lo que pudiera ocurrir. Estamos al completo. Son las experiencias personales que vivimos con nuestros ancestros. Aprendemos a andar con ellos, a montar en bicicleta, a sumergirnos en la cocina. Nos enseñaron que las cosas toman cada una de ellas su tiempo y ocurren, de forma natural, cuando corresponde y no se puede luchar contra el tiempo y cada tiempo requiere nuestra atención. La atención es tiempo. El mundo digital canibaliza el tiempo y al hacerlo, nos sugiere que lo que amenaza es nuestra plenitud.
Nuestra libertad, nos otorga la capacidad de elección. Repetidas veces, hemos podido comprobar como puede ser la tecnología creativa, tanto en nuestras acciones, profesionales o no, como en nuestra propia vida. Podemos escoger soluciones nuevas y hacer de los momentos un flujo de tiempo que evite la fragmentación. Podemos sintonizar con un flujo de tiempo humano y elegir como llevarlo a cabo. El humano se distingue del animal es su capacidad racional de selección, desde una conciencia construida desde el destilado de las experiencias positivas de su cultura. La tecnología oferta unas opciones que no tienen por qué alterar las bondades humanas. Un uso irracional comporta una deriva que puede ser irreversible. Podemos tener cabeza. Sería una solución excelente.
Con la disposición de la tecnología ocurre algo parecido. Cada vez con menor intensidad, pero no se ha erradicado todavía, es bien visible que, en las reuniones de colectivos, los enchufes murales se ven concurridos por decenas de cables y teléfonos abandonados a la suerte de la recarga para aquellos que no siendo precavidos, se han visto sorprendidos al quedarse sin comunicación por agotamiento. Para aquellos que esperan recuperar los favores de su teléfono, la recarga se convierte en el gran problema a resolver por la tecnología que, dicho sea de paso, está haciéndose de rogar más de lo que debiera. Las soluciones híbridas, solo nos evidencian la falta de capacidad para resolver un problema crucial, como es el del almacenamiento de la energía eléctrica. De faltar la energía eléctrica a escala local, en un ámbito de una ciudad o parte de ella, repararíamos que no disponemos de capacidad tecnológica para tales menesteres y repararíamos en la obsesión por mantenernos enchufados.
Podemos imaginar crisis de gran envergadura, cuando falten elementos que hoy son usuales y que podemos enmarcar en ese concepto amplio que denominamos conectividad. La concepción es amplia, digital o analógica, la vida se nutre mediante la conectividad. Los dispositivos solamente la facilitan, pero desde la provisión de alimentos, hasta el mantenimiento de nuestro hogar, requieren conectividad. La opción de autosuficiencia no se puede decir que sea una alternativa. El universo digital forma parte de nuestra identidad y merece la pena que reflexionemos sobre ello.
Lo natural y la ficción tienen mucho en común. Se pueden vivir cosas propias de ambos entornos. En el marco de la realidad virtual, podemos subir una escalera velozmente y quedarnos sin aliento. Pero, es posible que la percepción de las cosas naturales, sean más abstractas, de naturaleza más indirecta. Nuestra vida compone a lo largo de su desarrollo, una experiencia directa que conforma nuestra historia. Lo que ocurre es que está convenientemente decorada. En una novela se suceden las escenas que la construyen, una tras otra, pero la historia de nuestra vida requiere un trazado también. Se requieren meses años en los que se suceden los capítulos de nuestra vida concretada en momentos concretos. Ahora bien, lo que constituye nuestra historia no son los capítulos, sino el conjunto completo de ellos. No es una recopilación de momentos ni la felicidad de unos momentos o los sufrimientos, las victorias o los pesares, sino el por qué de ellos e incluso pese a ellos que encontramos nuestro lugar en el mundo y contribuimos a cambiarlo y esto nos cambia a nosotros mismos. Esto conlleva que nuestra historia requiere un tiempo de dos dimensiones, una de ellas concreta la duración y la otra el marco de tiempo del momento, de la experiencia directa.
La naturaleza de las experiencias directas solo puede existir en el momento. Por el contrario, una narración requiere muchos momentos y una secuencia completa para tener sentido. Pero ambas requieren una experiencia inmersiva y el fluir del tiempo. El flujo del tiempo está embebido en todo. Un grano de arena lo incluye, lo mismo que un capullo de una flor. Está sumergido en cualquier música y en nuestras emociones en forma codificada, en los olvidos y en las nostalgias, en nuestros sueños y en nuestra idea del futuro. Pero la tecnología ha alterado el flujo del tiempo. La unidad de medida del momento se ha reducido, se ha encogido. Una historia muy divertida, cuenta que, a principios del siglo XX, un ricachón americano propuso un premio especial (en dólares) a quien demostrara que un caballo a la carrera pudiera tener en algún instante las cuatro patas en el aire. Hubo que esperar unos treinta años, hasta que un diafragma fue capaz de obturar el objetivo de una cámara fotográfica en un tiempo suficientemente pequeño (milésima de segundo) para capturar la instantánea en que las cuatro patas estaban en el aire. Aquello permitió desarrollar el concepto de en vivo o en directo. Se desarrollaron experimentos en directo y sustituir al diferido con el que nos conformamos en muchos casos, en especial en Química. Para observar la ruptura y formación de los enlaces químicos se necesita instrumental que opere en la escala del femtosegundo, que es el tiempo genuino en Química. Lo demás, ya ocurrió, es pasado.
Los instrumentos han permitido medir cada vez tiempos más pequeños y esto nos proporciona una comprensión más granular del mundo material. Esto genera montones de datos que nuestro cerebro no puede comprender y hacen necesario el tratamiento con ordenadores cada vez más potentes. A su vez, esto indica que hay un desnivel entre lo que percibimos y lo que medimos. Hoy es usual que en ámbitos científicos se opere a escala del picosegundo. Pero este es un tiempo inaccesible a una experiencia personal que podamos tener. Para las personas, el ritmo y el flujo del tiempo se concreta en el del Sol, la luna y as estaciones o ámbitos derivados. Esto nos indica que la amplitud del tiempo y su paso, para nosotros, es amplia y el presente y el futuro para percibir las cosas en las que estamos implicados, tienen que permitir separar las señales del ruido y la naturaleza de nuestras sensaciones. Los humanos requerimos la flecha del tiempo para comprender y discriminar la causa del efecto, tanto en el mundo material como en el interior de las motivaciones e intenciones. La cuestión relevante, por tanto, es ¿cuál es la incidencia de que la flecha del tiempo se altere, se deforme, se acorte?
La sensación actual para los humanos es que la flecha del tiempo apunta a cualquier parte y lo hace simultáneamente. Esta impresión se debe a que el tiempo en el mundo digital no fluye a la misma velocidad con que lo hace en el mundo digital. Todo se encoge, tanto el espacio como el tiempo. Cualquier cosa por lejana que sea, la tenemos cerca. Cualquier cosa que ocurra, por muy remoto que esté el punto en el que nos encontremos, está a nuestro alcance. La comida, el trabajo, los medios de transporte, nuestras amistades, también nuestro pasado, por cuidadosos que seamos, están presentes de forma inmediata. Podemos afirmar que pasado, presente y futuro se funden en un ahora digital.
Lo digital no solo se aleja del presente, sino que está en competición con él, porque no solamente estamos ausentes de él, sino todos los demás también. Podemos pedir un libro en cualquier idioma a media noche o comprar cualquier cosa o dejar mensaje para después. Operamos, por tanto, con un ritmo diferente del usual y creamos la ilusión de que actuamos en tiempo real. La tecnología nos genera la ilusión de que cualquier cosa es posible. Pero. no tiene acceso todo el mundo y coexisten dos tipos de personas y el reto es vivir en los dos conceptos de tiempo que son paralelos y simultáneos y no es fácil convivir con ellos. Podemos imaginar que los jóvenes que han nacido en el seno de las sociedades tecnológicas se adaptarán a vivir más naturalmente. Es posible, pero no puede ser lo mismo aprender determinadas cosas en una aplicación a recibir la sabiduría del abuelo que nos cuenta los relatos de cuando estuvo en Roma. Cuando la visitemos rememoraremos estampas que dejaron la impronta de las sensaciones de tu antecesor y las emociones que produjeron. No se trata de romanticismo trasnochado, sino de contexto. Una cosa es la frialdad de la instrucción, en la que probablemente la automatización pueda tener ventaja, y otra muy diferente es la educación que, de momento, no hay sustituto para que sea el calor humano el que va configurando el perfil personal, al incorporar la semántica de los momentos sumergidos en una cultura que es la que enmarca nuestra existencia, natural, real. Información, conocimiento y hechos y algo más, configuran un pasado difícil de olvidar, a los que nos aferramos, aun cuando pudieran ser momentos estáticos, como burbujas que desaparecen cuando las tocamos.
Cuando almacenamos cosas no almacenamos el tiempo, no es un dato. En nuestra vida, las experiencias y el momento son una misma cosa. El presente está encapsulando al pasado y a la expectativa del futuro, como engullendo lo que ocurrió y lo que pudiera ocurrir. Estamos al completo. Son las experiencias personales que vivimos con nuestros ancestros. Aprendemos a andar con ellos, a montar en bicicleta, a sumergirnos en la cocina. Nos enseñaron que las cosas toman cada una de ellas su tiempo y ocurren, de forma natural, cuando corresponde y no se puede luchar contra el tiempo y cada tiempo requiere nuestra atención. La atención es tiempo. El mundo digital canibaliza el tiempo y al hacerlo, nos sugiere que lo que amenaza es nuestra plenitud.
Nuestra libertad, nos otorga la capacidad de elección. Repetidas veces, hemos podido comprobar como puede ser la tecnología creativa, tanto en nuestras acciones, profesionales o no, como en nuestra propia vida. Podemos escoger soluciones nuevas y hacer de los momentos un flujo de tiempo que evite la fragmentación. Podemos sintonizar con un flujo de tiempo humano y elegir como llevarlo a cabo. El humano se distingue del animal es su capacidad racional de selección, desde una conciencia construida desde el destilado de las experiencias positivas de su cultura. La tecnología oferta unas opciones que no tienen por qué alterar las bondades humanas. Un uso irracional comporta una deriva que puede ser irreversible. Podemos tener cabeza. Sería una solución excelente.
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