Columnas
Los medios de comunicación de todo el mundo se han hecho eco de un artículo publicado el mes pasado en la revista científica Nature con evidencias de que el sistema circulatorio de retorno meridional del Atlántico (AMOC por su acrónimo en inglés) se estaba debilitando. Los medios ahondaban en la preocupación general sobre las consecuencias en la regulación del clima. Dicho sistema circulatorio se inicia en el Ártico donde las aguas frías y densas se hunden hasta el fondo del océano, circulan hacia el sur, se unen a las aguas también frías y densas que se hunden en la Antártida, viajan en dos ramales por el fondo del Índico y del Pacífico hacia el norte y afloran frente a la India y el sur de Alaska respectivamente. Allí empiezan a calentarse y viajan por superficie de retorno hacia el Atlántico norte, pasando por las costas de Brasil y conformando la corriente del Golfo. Esta última, al ser cálida y superficial, suaviza el clima de la costa este de Estados Unidos y las costas atlánticas europeas. De ahí la preocupación por sus consecuencias sobre nuestro clima. Además, el calentamiento de las aguas superficiales de los mares templados y fríos también ha supuesto que las especies de aguas cálidas estén expandiendo sus áreas de distribución, convirtiéndose en muchos casos en especies invasoras. Sin embargo, estos hechos, siendo muy graves, están lejos de ser nuestro principal problema.
El servicio más importante que nos presta el hundimiento de las aguas superficiales en los polos es llevar oxígeno al océano profundo. El oxígeno es esencial para la vida aeróbica que domina el planeta desde hace 3500 millones de años. Su importancia es tal que pocos organismos aeróbicos sobreviven más de unas pocas horas sin él. Para nosotros, ese plazo es de apenas unos minutos. La disponibilidad de oxígeno en el océano proviene de lo que se disuelve desde la atmósfera y del balance entre lo que producen los autótrofos (cianobacterias, algas y fanerógamas) y lo que consumen autótrofos y heterótrofos para oxidar la materia orgánica y mantener su metabolismo. Solo en las aguas superficiales, hasta los 50 a 100 m que es la profundidad máxima iluminada, puede haber por tanto entrada de oxígeno al océano ya que los autótrofos, para producirlo necesitan luz. De este modo, el océano profundo, donde el consumo de oxígeno es elevado por la respiración de los organismos que viven allí y por la descomposición de la materia orgánica que se acumula procedente de toda la columna de agua, sería totalmente anóxico si el hundimiento de las aguas superficiales de los polos y la cadena transportadora oceánica no lo distribuyera por el fondo de todos los océanos. No debe ser difícil calcular cuanto tardaría en suceder esto si esta corriente se detiene. Imaginen las consecuencias. Y serían casi de un día para otro.