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Los primeros artistas egipcios tenían una limitación para colorear las representaciones de sus dioses. Disponían de pigmentos naturales, en su mayoría de origen mineral, negros, amarillos y rojos con distintas tonalidades, pero no tenían fácil acceso al preciado color azul. Este color es el del cielo y por tanto el más adecuado para un dios. Pero un pigmento azul era mucho menos accesible. Podía conseguirse empleando el mineral llamado azurita, pero éste se transforma con el tiempo en otro de color verde, la malaquita. El lapislázuli, una roca metamórfica que contiene varios minerales, era más apropiado, pero el producto era muy escaso y caro ya que había que traerlo del lejano Afganistán. Los egipcios utilizaron entonces un pigmento obtenido mediante reacciones químicas, el llamado azul egipcio, una mezcla compleja de un silicato de calcio y cobre con sílice que se considera el primer producto de esta índole obtenido por síntesis en la Historia. Se tienen evidencias de que ya se empleaba en el tercer milenio a.C. y también en Mesopotamia, Grecia y en lugares muy diversos dentro del Imperio Romano. Es notable que buen número de objetos decorados con este pigmento han perdurado pese a estar sometidos a condiciones medioambientales adversas.
El azul egipcio comenzó a estudiarse por los científicos en el siglo XIX, en buena parte debido a algunos espectaculares descubrimientos en las excavaciones de Pompeya. Hoy sabemos que su composición química y estructura corresponden a un mineral, la cuprorivaíta, que puede encontrarse en pequeñas cantidades en zonas de intensa actividad volcánica. El azul egipcio tiene la poco usual propiedad de ser luminiscente en el infrarrojo cercano. Cuando se le ilumina con luz roja devuelve radiación infrarroja, no percibida por el ser humano, pero sí por los instrumentos. Además, recientemente se ha demostrado que este producto exfolia en láminas muy delgadas. En condiciones adecuadas estas nanohojas tienen un espesor de tan solo un nanómetro, esto es en la práctica láminas monocapa que mantienen sus propiedades luminiscentes.
Durante cinco milenios el azul egipcio ha sido solo un vistoso y duradero pigmento empleado en magníficas obras de arte. Sus características de nanomaterial luminiscente abren un nuevo campo de aplicaciones de gran interés. Así, se ha señalado su utilidad para la obtención de imágenes en medicina, en la fabricación de nuevos mandos a distancia o como formulaciones de tintas de seguridad. Un material clásico cuyo interés se acrecienta con los avances de la moderna nanotecnología.