Pensándolo bien...
A nadie le gusta olvidar, o mejor, reconocer que olvida. Pero el olvido es algo más que una laguna en la memoria. Todo lo que hacemos es función de lo que sabemos y también de lo que ignoramos, por tanto, no solo depende de los recuerdos. La analogía más certera es la que hace reparar que una escultura no solo es lo que vemos, sino lo que hemos eliminado: lo que es y lo que no es. La distancia con esta analogía es que necesitamos recordar cuando percibimos, como mínimo, hasta una nueva sensación. Ahora, estamos muy precisados de esta faceta.
La retención de la impresión sensorial nos pasa inadvertida, pero si comparamos los tiempos que requieren las distintas sensaciones, concluiremos, fácilmente, que para poder asociar las provenientes de varios sentidos, es necesario atemperarlas para coordinarlas: entre la sensación visual y la auditiva hay un retardo de un cuarto de segundo, aproximadamente. Solo si una sensación espera a la otra, podremos asociarlas. Es lo que ocurre con el sonido emitido y el movimiento de los labios, por ejemplo. Ahora bien, una vez acaecida la asociación, hay que evitar que solapen, lo que requiere el borrado. Otra cosa bien distinta, son los recuerdos a largo plazo, ya que aquí desplegamos las habilidades para que ese borrado sea selectivo: hay que acordarse de donde está la cocina para poder desayunar cada día.
Todo parece ser pasto del olvido. El descanso nocturno pone en reposo la consciencia, gracias a la actividad de los neurotransmisores que establecen las conexiones inter-neuronales, como la dopamina, la acetilcolina o la noradrenalina. Se supone, que el sueño lo aprovecha el cerebro para almacenar los datos, de forma mas apropiada para su recuperación posterior, como propone Elmenhosrt. El olvido podría suponerse que se debe a conexiones no bien establecidas, por uso poco frecuente. Pero la avalancha de datos que llegan al cerebro requieren que hay una purga para desbrozar convenientemente lo que requiere el desarrollo del pensamiento abstracto. Hay que ignorar y olvidar muchos datos, para poder elaborar información. En el cálculo automático, en sistemas complejos, esto es evidente. Es la única forma de centrarse en los datos esenciales para generar la información relevante. Cuando equivocamos términos en el lenguaje, deriva de traer la memoria términos no deseados, por exceso de datos, no bien almacenados. El procesado de la información, necesariamente es rápido y requiere sencillez para ello. Si no hemos desechado lo suficiente, la memoria tratará con datos que no sean relevantes. Olvidar, es útil, por tanto. Tanto como el aprendizaje.
Recordar y olvidar van de la mano. Molecularmente, el ion calcio es el determinante, tanto en el almacenamiento de los datos nuevos, como en el olvido. Cuando el ion calcio llega en cantidades importantes a la sinapsis, a través de un receptor de glutamato se genera la denominada PLP (potenciación a largo plazo, que justifica que la activación de una neurona por otra, mejore con el tiempo). Si las cantidades de ion calcio son menores, entonces se genera la denominada DLP (depresión a largo plazo, la estimulación es baja durante mucho tiempo, fluyen menos neurotransmisores y llega menos calcio a las sinapsis). Las neuronas compiten con las 100.000 neuronas a las que están conectadas de forma dinámica, haciéndolo constantemente a través de los denominados factores de crecimiento, de forma que las sinapsis que menos se utilizan se debilitan, de la misma forma que las más activas se ven reforzadas. Este es el mecanismo de fondo, que regula la información que se mantiene en el cerebro, porque de no limpiar el exceso almacenado no podría una neurona almacenar nada más, una vez alcanzado el umbral de su capacidad máxima, al tiempo que la regulación de su excitación resultaría modificada peligrosamente, pudiendo desencadenarse episodios de hiper-excitación, como ocurre en la epilepsia.
En las cosas relacionadas con el cerebro nunca se está totalmente seguro. Siguen los debates científicos. Siguen las incógnitas de si algo se olvida totalmente o si pudiera reaparecer. Es posible, que lo que es olvidar plenamente nunca tenga lugar, en determinadas circunstancias, como las relacionadas con riesgos vitales o emergencias emocionales en las que se liberan hormonas para producir la mayor energía posible. Hay recuerdos que superan cualquier circunstancia de olvido, lo que tiene su explicación evolutiva El hipocampo se asocia a la memoria a largo plazo, y la amígdala es esencial para la grabación en la memoria de las situaciones traumáticas. Según Lüthi las circunstancias de amenaza generan unos complejos de azúcares y proteínas que inmunizan las conexiones sinápticas.
Lo cierto y verdad, es que no disponemos de una memoria consistente en un soporte definitivo, estable y duradero. Los recuerdos cambian con el uso, la evocación, salvo cuando hay traumas por en medio. De forma similar a lo que ocurre con las memorias en computación, cuando las proteínas de determinadas zonas cerebrales, como la corteza prefrontal, disminuyen, hay menos probabilidad de que nuevas experiencias compensen a las ya registradas, que es algo similar a la protección de la sobreescritura. En este caso, el olvido se hace impracticable. Todo parece indicar que, en cada evocación se vuelve a almacenar el hecho por completo, con lo que si este proceso se violenta, se desencadena el olvido, porque el recuerdo desaparece. Se ha probado en animales. Cabe la práctica del olvido.
La retención de la impresión sensorial nos pasa inadvertida, pero si comparamos los tiempos que requieren las distintas sensaciones, concluiremos, fácilmente, que para poder asociar las provenientes de varios sentidos, es necesario atemperarlas para coordinarlas: entre la sensación visual y la auditiva hay un retardo de un cuarto de segundo, aproximadamente. Solo si una sensación espera a la otra, podremos asociarlas. Es lo que ocurre con el sonido emitido y el movimiento de los labios, por ejemplo. Ahora bien, una vez acaecida la asociación, hay que evitar que solapen, lo que requiere el borrado. Otra cosa bien distinta, son los recuerdos a largo plazo, ya que aquí desplegamos las habilidades para que ese borrado sea selectivo: hay que acordarse de donde está la cocina para poder desayunar cada día.
Todo parece ser pasto del olvido. El descanso nocturno pone en reposo la consciencia, gracias a la actividad de los neurotransmisores que establecen las conexiones inter-neuronales, como la dopamina, la acetilcolina o la noradrenalina. Se supone, que el sueño lo aprovecha el cerebro para almacenar los datos, de forma mas apropiada para su recuperación posterior, como propone Elmenhosrt. El olvido podría suponerse que se debe a conexiones no bien establecidas, por uso poco frecuente. Pero la avalancha de datos que llegan al cerebro requieren que hay una purga para desbrozar convenientemente lo que requiere el desarrollo del pensamiento abstracto. Hay que ignorar y olvidar muchos datos, para poder elaborar información. En el cálculo automático, en sistemas complejos, esto es evidente. Es la única forma de centrarse en los datos esenciales para generar la información relevante. Cuando equivocamos términos en el lenguaje, deriva de traer la memoria términos no deseados, por exceso de datos, no bien almacenados. El procesado de la información, necesariamente es rápido y requiere sencillez para ello. Si no hemos desechado lo suficiente, la memoria tratará con datos que no sean relevantes. Olvidar, es útil, por tanto. Tanto como el aprendizaje.
Recordar y olvidar van de la mano. Molecularmente, el ion calcio es el determinante, tanto en el almacenamiento de los datos nuevos, como en el olvido. Cuando el ion calcio llega en cantidades importantes a la sinapsis, a través de un receptor de glutamato se genera la denominada PLP (potenciación a largo plazo, que justifica que la activación de una neurona por otra, mejore con el tiempo). Si las cantidades de ion calcio son menores, entonces se genera la denominada DLP (depresión a largo plazo, la estimulación es baja durante mucho tiempo, fluyen menos neurotransmisores y llega menos calcio a las sinapsis). Las neuronas compiten con las 100.000 neuronas a las que están conectadas de forma dinámica, haciéndolo constantemente a través de los denominados factores de crecimiento, de forma que las sinapsis que menos se utilizan se debilitan, de la misma forma que las más activas se ven reforzadas. Este es el mecanismo de fondo, que regula la información que se mantiene en el cerebro, porque de no limpiar el exceso almacenado no podría una neurona almacenar nada más, una vez alcanzado el umbral de su capacidad máxima, al tiempo que la regulación de su excitación resultaría modificada peligrosamente, pudiendo desencadenarse episodios de hiper-excitación, como ocurre en la epilepsia.
En las cosas relacionadas con el cerebro nunca se está totalmente seguro. Siguen los debates científicos. Siguen las incógnitas de si algo se olvida totalmente o si pudiera reaparecer. Es posible, que lo que es olvidar plenamente nunca tenga lugar, en determinadas circunstancias, como las relacionadas con riesgos vitales o emergencias emocionales en las que se liberan hormonas para producir la mayor energía posible. Hay recuerdos que superan cualquier circunstancia de olvido, lo que tiene su explicación evolutiva El hipocampo se asocia a la memoria a largo plazo, y la amígdala es esencial para la grabación en la memoria de las situaciones traumáticas. Según Lüthi las circunstancias de amenaza generan unos complejos de azúcares y proteínas que inmunizan las conexiones sinápticas.
Lo cierto y verdad, es que no disponemos de una memoria consistente en un soporte definitivo, estable y duradero. Los recuerdos cambian con el uso, la evocación, salvo cuando hay traumas por en medio. De forma similar a lo que ocurre con las memorias en computación, cuando las proteínas de determinadas zonas cerebrales, como la corteza prefrontal, disminuyen, hay menos probabilidad de que nuevas experiencias compensen a las ya registradas, que es algo similar a la protección de la sobreescritura. En este caso, el olvido se hace impracticable. Todo parece indicar que, en cada evocación se vuelve a almacenar el hecho por completo, con lo que si este proceso se violenta, se desencadena el olvido, porque el recuerdo desaparece. Se ha probado en animales. Cabe la práctica del olvido.
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