Pensándolo bien...

null EL DISCURSO INTERIOR

Hace un tiempo era común ver grupos de personas que se acumulaban en las cuatro esquinas de Murcia, confluencia de las calles Platería y la Trapería. Estaban cerrando tratos. Un arte increíblemente eficaz, a la vez que enigmático. Con un buen amigo, que ya no está entre nosotros, tuve la oportunidad de vivir en directo uno de tales tratos. Se trataba de una venta de la cosecha de limones de un huerto. Hablaron durante bastante tiempo; nadie diría que se trataba de una venta. Siendo testigo, no reparé que en ningún momento se hablara de precio ni de cantidades ni de plazos, ni nada por el estilo, pero delante de mi se cerró el trato. La jugada me la detalló después mi amigo. Se tantearon en un entorno psicológico averiguando cuando mentían y cuando eran sinceros, en conversaciones perfectamente diseñadas para tal cometido. Las reacciones ante preguntas, aparentemente inocuas, permiten ir desgranando las reacciones del adversario para saber cuándo dice la verdad. En otros casos, la misma cuestión planteada en momentos distintos, permite identificar cuando miente. Todo un alarde de habilidad que los llamados negociantes desarrollan al precio de la supervivencia. La cuestión era averiguar el discurso interior del oponente.

La idea de conocer lo que piensan otras personas ha fascinado y preocupado a la humanidad durante siglos. En teoría, acceder a los pensamientos ajenos podría mejorar la comunicación, prevenir malentendidos y resolver conflictos antes de que escalen. En el ámbito judicial, una lectura precisa de la mente podría evitar falsas acusaciones y descubrir la verdad en casos complejos. Sin embargo, esta aspiración se encuentra con serios dilemas éticos, porque la mente es el último espacio de intimidad humana, y penetrar en ella sin consentimiento sería una violación profunda de la privacidad.

La llamada “máquina de la verdad”, en su forma clásica, el polígrafo, intenta inferir mentiras mediante cambios fisiológicos como la presión arterial, la frecuencia cardíaca o la conductancia de la piel. Aunque aceptada en la cultura popular y usada en algunos contextos, su fiabilidad es cuestionada científicamente, porque factores como nerviosismo, entrenamiento o condiciones médicas pueden alterar los resultados.

Con el desarrollo de tecnologías como las interfaces cerebro-ordenador o el análisis avanzado de patrones cerebrales, la “máquina de la verdad” podría acercarse más a la lectura real de pensamientos. El reto será equilibrar el potencial de conocer la verdad con la salvaguarda de derechos fundamentales como la libertad mental y la autonomía personal.

Las interfaces cerebro‑ordenador (BCI) son tecnologías que permiten leer señales neuronales del cerebro e interpretarlas como acciones, como mover una prótesis o generar texto hablado o escrito. Durante años, los BCIs se han enfocado en ayudar a personas con discapacidades graves, como enfermedades neurodegenerativas o lesiones en la médula, a comunicar o controlar dispositivos mediante la decodificación de señales motoras relacionadas con el habla o el movimiento.

Hace un tiempo era común ver grupos de personas que se acumulaban en las cuatro esquinas de Murcia, confluencia de las calles Platería y la Trapería. Estaban cerrando tratos. Un arte increíblemente eficaz, a la vez que enigmático. Con un buen amigo, que ya no está entre nosotros, tuve la oportunidad de vivir en directo uno de tales tratos. Se trataba de una venta de la cosecha de limones de un huerto. Hablaron durante bastante tiempo; nadie diría que se trataba de una venta. Siendo testigo, no reparé que en ningún momento se hablara de precio ni de cantidades ni de plazos, ni nada por el estilo, pero delante de mi se cerró el trato. La jugada me la detalló después mi amigo. Se tantearon en un entorno psicológico averiguando cuando mentían y cuando eran sinceros, en conversaciones perfectamente diseñadas para tal cometido. Las reacciones ante preguntas, aparentemente inocuas, permiten ir desgranando las reacciones del adversario para saber cuándo dice la verdad. En otros casos, la misma cuestión planteada en momentos distintos, permite identificar cuando miente. Todo un alarde de habilidad que los llamados negociantes desarrollan al precio de la supervivencia. La cuestión era averiguar el discurso interior del oponente.

La idea de conocer lo que piensan otras personas ha fascinado y preocupado a la humanidad durante siglos. En teoría, acceder a los pensamientos ajenos podría mejorar la comunicación, prevenir malentendidos y resolver conflictos antes de que escalen. En el ámbito judicial, una lectura precisa de la mente podría evitar falsas acusaciones y descubrir la verdad en casos complejos. Sin embargo, esta aspiración se encuentra con serios dilemas éticos, porque la mente es el último espacio de intimidad humana, y penetrar en ella sin consentimiento sería una violación profunda de la privacidad.

La llamada “máquina de la verdad”, en su forma clásica, el polígrafo, intenta inferir mentiras mediante cambios fisiológicos como la presión arterial, la frecuencia cardíaca o la conductancia de la piel. Aunque aceptada en la cultura popular y usada en algunos contextos, su fiabilidad es cuestionada científicamente, porque factores como nerviosismo, entrenamiento o condiciones médicas pueden alterar los resultados.

Con el desarrollo de tecnologías como las interfaces cerebro-ordenador o el análisis avanzado de patrones cerebrales, la “máquina de la verdad” podría acercarse más a la lectura real de pensamientos. El reto será equilibrar el potencial de conocer la verdad con la salvaguarda de derechos fundamentales como la libertad mental y la autonomía personal.

Las interfaces cerebro‑ordenador (BCI) son tecnologías que permiten leer señales neuronales del cerebro e interpretarlas como acciones, como mover una prótesis o generar texto hablado o escrito. Durante años, los BCIs se han enfocado en ayudar a personas con discapacidades graves, como enfermedades neurodegenerativas o lesiones en la médula, a comunicar o controlar dispositivos mediante la decodificación de señales motoras relacionadas con el habla o el movimiento.

Un hito previo notable ocurrió el año pasado, con un estudio publicado en el New England Journal of Medicine, en el que un hombre con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), también conocida como enfermedad de la neurona motora (MND), logró comunicarse gracias a un BCI que decodificaba intentos de habla. Esta prueba demostró que incluso sin poder mover músculos relacionados con el habla, era posible traducir señales cerebrales en palabras útiles para la comunicación.

Recientemente, un equipo de investigadores de la Universidad de Stanford ha dado un paso audaz al decodificar el discurso interior, es decir, las palabras que una persona piensa sin pronunciarlas. Publicado el 14 de agosto de 2025 en Cell, el estudio reveló que un BCI con microelectrodos implantados en la corteza motora, junto con inteligencia artificial, puede interpretar frases imaginadas con hasta un 74 % de precisión, usando un vocabulario de hasta 125 000 palabras.

El equipo seleccionó a cuatro participantes con parálisis severa: tres con ELA y uno con parálisis por accidente cerebrovascular. En vez de pedirles que intentaran hablar, se les invitó a imaginar internamente frases específicas. La actividad neuronal captada mostró patrones similares pero más débiles que los generados por intentos de discurso físicos. No obstante, eran lo suficientemente distintos como para ser identificados por un modelo de IA.

Se entrenó un modelo de aprendizaje automático capaz de reconocer fonemas, las unidades más pequeñas del habla y componerlos en oraciones coherentes, alcanzando hasta un 74 % de precisión

Uno de los desafíos éticos que surgieron fue que el sistema podía decodificar pensamientos no intencionados, el llamado “discurso interior no solicitado”, como cuando un participante contaba figuras en su mente. Para garantizar la privacidad mental, el equipo implementó un mecanismo de activación por contraseña mental, consistente en que el BCI solo empezaba a decodificar cuando la persona pensaba una frase clave predeterminada (por ejemplo, “chitty chitty bang bang”), detectada correctamente con una precisión del 98 ‑ 99 %. Esta solución ha sido destacada como un avance fundamental en protección de la mente al impedir decodificaciones involuntarias.

Para personas con discapacidades del habla y motoras graves, este avance ofrece una vía de comunicación más natural, fluida y menos fatigosa que los BCIs basados en intentos físicos. El profesor Frank Willett (Stanford), coautor del estudio, subraya que esta tecnología podría restaurar una comunicación “tan fluida, natural y cómoda como el discurso conversacional”.

Sin embargo, los sistemas actuales todavía no pueden decodificar libremente el habla interior con alta precisión. Se requieren avances en sensores, dispositivos y algoritmos de IA permitan alcanzar una decodificación más fluida y confiable en el futuro.

Este progreso se suma al rápido avance en el campo de las neuroprótesis. Por ejemplo, la startup Paradromics está desarrollando un implante innovador, denominado Connexus, más compacto y con alta densidad de electrodos, con ensayos clínicos ya en marcha. Instituciones como Neuralink y otros actores en neurotecnologías están intensificando inversiones en esta área, lo que podría acelerar desarrollos similares.

La posibilidad de decodificar la mente plantea preocupaciones éticas fundamentales, como la privacidad mental: ¿Quién controla los accesos a nuestros pensamientos? Ya se ha dado un paso con la contraseña mental, pero ¿será suficiente?; neuroderechos, porque es urgente necesidad el establecimiento de marcos legales que protejan los datos neuronales de vulneraciones. Chile ya ha incorporado neurodatos en su Constitución y otros estados están considerando regulaciones similares; consentimiento informado, ya que el usuario debe tener control total sobre cuándo y qué partes de su discurso interior se decodifican y equidad y acceso, porque estas tecnologías requieren cirugías, recursos sofisticados y acceso a la atención médica, lo que incentiva preguntas sobre igualdad de acceso para todas las personas con discapacidad.

El estudio de Stanford marca un antes y un después. Se ha logrado decodificar el discurso interior real con precisión notable (~74 %) usando microelectrodos y algoritmos de IA. La activación mediante contraseña mental es una innovación crucial para proteger la privacidad mental. Se abre un camino para permitir que personas sin capacidad de movimiento o habla puedan comunicarse de forma más rápida, natural y menos agotadora. No obstante, aún quedan retos técnicos, éticos y sociales, como la precisión de la decodificación libre, protección de datos cerebrales, regulación de neuroderechos, y equidad en el acceso.

Este avance ofrece esperanza real para restaurar la comunicación conversacional en quienes han perdido esta capacidad, y plantea preguntas esenciales sobre cómo regular y proteger la frontera íntima del pensamiento.

Sopa de letras: EL DISCURSO INTERIOR

Soluciones: LA LLAVE DE LOS RECUERDOS